Bretaña, tierra de megalitos

Es muy fácil que hayas visto algún megalito, incluso sin buscarlo, y que la falta de información no te haya permitido comprender lo que estabas viendo, a nosotros nos ha pasado. Suelen ser restos aislados, inconexos con el resto de la historia, y muchas veces rebautizados con nombres religiosos o legendarios, lo que aún confunde más. Un caso típico sería algo así:

 

Y claro, no entiendes nada. Y es una pena, porque aún sin saberlo, uno se encuentra ante centros o construcciones religiosas o rituales, muchas veces contemporáneas de otras más famosas y ostentosas, como las pirámides egipcias, que nos hablan de nosotros mismos justo antes de la aparición de la escritura (o  si la hubo, no nos ha llegado nada) y es un tema que atrapa, incluso a quienes no les interesa la historia, por resultar enclaves especiales, con «energía». Así que en este post os vamos a contar el «máster» que hemos hecho en la materia durante nuestra estancia en Bretaña. Nunca más volveremos a ver una piedra grande y la ignoraremos, palabra.

Monteneuf Gemma

 

Las islas británicas y la península bretona francesa son la zona con mayor concentración de construciones megalíticas del mundo. De hecho, sus denominaciones son palabras del idioma bretón: menhir (maen-hir, piedra larga) y dolmen (mesa de piedra). Aunque se desconoce el significado exacto de su simbología o lo que representaban, resulta evidente que existen diferentes tipologías y modelos constructivos, quea su vez reponden a diferentes usos: astronómico en el caso de los menhires (suelen coincidir con el cielo de los solsticios y equinoccios), ritual- ceremonial (los alineamientos o círculos de menhires) y funerario (galerías o corredores, para enterramientos colectivos).

Esto suele sorprender a la gente, porque tendemos a pensar erróneamente que la prehistoria (periodo de la historia del que no se conocen o no hay documentos escritos) y todos sus diferentes periodos se resumen en que el hombre prehistórico era algó más parecido a un simio que al hombre actual  y que siempre vivió en cuevas, cuando hace 5000 ó 6000 años ya exisitían sociedades organizadas y complejas, que cultivaban la tierra, conocían los ciclos naturales y tenía religión y manifestaciones artísticas (es decir, pensamiento abstracto y complejo).

Así, en la época neolítica, diferentes zonas británicas y bretonas, junto con el suroeste de la península ibérica, darían lugar al nacimiento de  cientos de construcciones en piedra de gran tamaño ( del latín, mega-lito), destacando la región de Bretaña por su cantidad y complejidad. Aún queda por demostrar si estas zonas estaban conectadas entre sí de alguna manera, pero lo parece.

Aunque la zona megalítica más conocida de Bretaña es la costa de Morbihan, al sur, donde se encuentra el famoso alineamiento de Carnac,  nosotros recorrimos el norte y centro de la península bretona, donde las construcciones son algo más tardías (IV milenio a.C.) y complejas, dando lugar a la aparición de cámaras, galerías y corredores.  Vamos a presentarlos desde lo más sencillo, un menhir, a lo más complejo, un conjunto variado de construcciones, en este minicurso de megalitismo para principiantes.

Menhir de Champ-Dolent (Dol de Bretagne). Con sus 9,5 m de altura y casi 9m de circunferencia, es uno de los menhires más importantes de Europa. Históricamente conocido, nombrado en crónicas medievales, y escenario de leyendas de todo tipo, como la que cuenta que con cada muerte injusta el menhir se introduce, de manera imperceptible, un poco más en la tierra, hasta  llegar a desaparacer, lo que supondría el fin de la humanidad. Está declarado Monumento Histórico.

DOl QUique

 

Alineamiento de menhires de Monteneuf (arqueositio de Broceliande). Descubiertos hace apenas 40 años, tras un incendio forestal que arrasó la zona, Monteneuf presenta un buen conjunto de menhires en alineación, además de un dolmen caído y señales de haber sido zona de extracción y trabajo de las piedras hace 5000 años, de ahí su interés arqueológico.  Pese a que los menhires se encontraron abatidos en el suelo (solían tumbarse por orden de la iglesia católica), el hallazgo de las fosas intactas permitió volver a levantar la mayoría de ellos. Hoy el área de Monteneuf es un parque arqueológico con alto valor pedagógico, que incluye rutas, demostraciones de cómo se trabajaban los megalitos y de la vida durante el neolítico, un buen lugar donde iniciarse en el megalitismo y la prehistoria si es la primera vez que nos acercamos al tema.

La Roche-aux-Fées (la Roca de las Hadas) es un dolmen de galería corrida, formado por cuarenta megalitos. Está orientado de forma que el amanecer del día del solsticio de invierno la luz penetra en él. En el interior se diferencia un pórtico de entrada del resto del corredor, y una cámara precedente a la principal. Este tipo de construcciones tenían un uso funerario colectivo.
Tumbas megalíticas, ubicadas junto al conjunto de Cojoux (que veremos más adelante) en lo alto de una colina. Apenas quedan en pie dos de los dólmenes, pero aún estando inundada por el bosque en el que se ubica, o tal vez precisamente por eso, resulta una zona hermosa. Muchas de las piedras se encuentran desordenadas y en el suelo, pero se puede recorrer el área sin problema e imaginar el conjunto.
Landas de Cojoux, Sitio Megalítico (Saint Just-Redon). Es parecido al conjunto de Monteneuf, pero lo interesante de este lugar es que presenta construcciones de casi todos los tipos conocidos:  dos alineamientos de menhires diferentes, un crohlmech, un dolmen de galería corrida, y un túmulo. Algunos escritos del siglo XIX nombran construcciones hoy desaparecidas, y es que la zona siempre ha estado poblada, y la reutilización de materiales era habitual, la última vez, para erigir monumentos a los caídos durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que se extrajeron menhires que hoy se encuentran repartidos por toda la región. La zona está protegida y es de libre acceso, aunque en el pueblo hay un punto de información. (Como la señalización es deficiente, adjuntamos un plano que a nosotros nos ayudó bastante durane la visita).
Los alineamientos (uno de bloques de pizarra y otro de bloques calizos) se ubican sobre una cresta natural, orientada dirección Este-Oeste, lo que hace presuponer un uso ceremonial del lugar.
Chateau-Bu es una sepultura con pasillo de entrada y recubierto por un túmulo que lo ha mantenido casi intacto con el paso de los siglos, siendo el único que a día de hoy se encuentra vallado, para su protección, por ser un ejemplo único de tipología variada.

Croix de Saint-Pierre, una cámara funeraria con pasillo de acceso, delimitada por menhires y muro de piedra.

Saint Just enterramiento circular reconstruido

La diferencia de datación entre los enclaves, 3000 años del primero al último construido, así como su variedad y ubicación hacen pensar que el conjunto de Saint Just se trata de un importante lugar de culto religioso del periodo final prehistórico, casi nada.

Por supuesto, hay muchos lugares más, especialmente en la zona costera del sur de Bretaña, donde es posible visitar construcciones megalíticas con grabados interiores (¿una primera representación artística?), aislados en islas remotas o semi-sumergidos, por el actual crecimiento del nivel del mar. El megalitismo resulta fascinante, no sólo por su carácter ritual o simbólico, sino por toda la información que todavía no tenemos, y que las investigaciones arqueológicas van desvelando… Si vas a visitar la zona, o si te interesa el tema, te recomendamos estos dos blogs franceses: Musardise y Megalito .

Y a ti, ¿también te gustan las piedras?.

Por la costa litoral de la bahía de Saint Michel

Reconozco que, hasta hace apenas un par de años, no conocía la existencia del Mont Saint-Michel, tal vez porque no estudié nunca francés en el instituto, como Quique. El caso es que nunca estuvo en mi lista de lugares a visitar, pero estando en la Bretaña, se hacía «obligado» ir. Así que, aprovechando un día de sol que nos regaló mayo, salimos hacia allá. Teníamos apenas una hora de coche, pero nos lo tomamos con calma. Tanta que hicimos varias paradas durante la mañana en lugares que nos parecieron interesantes al pasar. Y así fuimos descubriendo poco a poco su silueta, omnipresente cuando te acercas a la costa, desde diferentes ángulos, dominando siempre la bahía…

campos y bahia saint Michel

Realmente es imponente, tanto por su situación geográfica, elevada en medio de la nada (agua o arena, según la altura diaria de la marea) como por la aguja del chapitel de la abadía, estilizada hasta el límite, con esa sutil exageración que tiene el gótico en el norte de Francia, que se alarga hasta casi tocar el cielo.

 

Total, que entre visitas y comer, nos acercamos al lugar a las tres de la tarde. Y nuestra decepción no pudo ser mayor. Explotado es poco. A ver cómo lo describo: te vas acercando, pasando por amplias zonas de aparcamiento de pago (6 euros media jornada, 11 euros todo el día), las únicas y obligadas, porque el pueblo más cercano está a unos 4 kilómetros, y es el típico pueblo absorbido y desaparecido bajo el flujo de, literalmente,  millones de turistas (estamos hablando del segundo monumento más visitado del país, ojo). Así que no te queda otra más que pagar parking y coger la navette gratuita que te acerca al monumento, o andar durante 40 minutos por una pasarela artificial, su única conexión con tierra firme; o ya, para rematar, pagar por hacer el trayecto en carromato, por llamar de algún modo a aquellos engendros, dignos de aparecer en Mad Max III. Entramos al parking y, viendo el panorama, decidimos en ese mismo momento dar la vuelta e irnos. Pensar en toda esa masa de gente metida en las escasas y estrechas calles del peñasco, abarrotando la abadía y su claustro… No, gracias. Además, como hemos estado menos de 30 minutos no pagamos nada. Una gentileza que nos parece una señal de que no somos los primeros, ni pocos, los que optamos por hacer algo parecido.

 

Y es que hace tiempo que hemos cambiado nuestra forma de visitar los lugares y relacionarnos con ellos. Nos agobian y desagradan las masificaciones, el ruido y la vulgaridad del todo vale por explotar un destino hasta hacer que acabe perdiendo su valor y personalidad  y empezamos a valorar otras cosas, como el contacto con la gente o el ir poco a poco, aunque veamos menos. Algo así como Slow Travel. Otra forma de relacionarse con la gente, donde los turistas dejen de ser vistos como números y carteras con piernas, y los locales dejen de ser una atracción de feria.

Así que improvisamos. Seguimos las señales que indicaban una ruta costera, que no es más que la antigua carretera que une los pueblos del litoral, con unas preciosas vistas sobre la bahía y el mar durante una tarde que iba cayendo poco a poco. Dunas naturales, antiguos molinos de viento, pueblos pesqueros… el día acaba, descalzos, en una playa solitaria.

 

De hecho, acabamos tan contentos que al día siguiente decidimos repetir y seguir con el itinerario desde el mismo punto que lo habíamos dejado, siguiendo la carretera del litoral. Pero antes de enlazar con la costera, pasamos por Combourg y su castillo, y la tentación era demasiado grande, así que paramos a fotografiarlo.

 

Como vamos sin prisa, se nos hace la hora de comer (aquí, las doce, no lo olvidemos) y decidimos buscar un lugar donde hacer un picnic, venimos preparados. Dando vueltas por la entrada del pueblo, una señal indica «menhir» y allá que vamos, esperando encontrar algo pequeño, pero no. Se trata de una pieza de unos 5 metros de alto, que ha quedado bien aislada en un campo de cultivo, y la zona se ha convertido en merenderos. Es cómico y simpático, pero nos encanta. Es el que más se parece, de todos los que hemos visto hasta el momento, al ideal de menhir que tenemos en la mente: el que siempre portaba Obelix sobre su espalda.  Así que, literalmente, comemos a la sombra del mismo, casi sin hablar. Es curioso comer junto a un monumento de casi 6.000 años, que ha visto pasar de todo, sin moverse, y sigue ahí, desafiando al tiempo y a la Historia.

 

Pocos kilómetros después, cruzamos Dol de Bretagne… Y paramos otra vez. Ya os hemos contado que en esta zona casi todos los pueblos son bonitos, pero algunos se salen, como éste. Una calle principal llena de casas bien conservadas, algunos tramos de pórticos y un buen trazado urbano. Tras el paseo nos apetece un café, y acabamos en la mejor crêpería de todas las que hemos estado, normal que en la puerta  tenga las insignias de ser recomendada por todas las principales páginas y guías, tanto turísticas como gastronómicas. Las crêpes están riquísimas, como el café, el precio es más que bueno, y lo que más nos gusta, son simpáticos.

 

Ahora sí, volvemos a la carretera del litoral. Seguimos bordeando el mar hasta llegar a Cancale por una carretera sinuosa y de un sólo carril. Allí nos sentamos a ver cómo iba subiendo la marea, el verdadero latir de Bretaña.

 

Hay mucha gente en Cancale, su cercanía con Saint-Michel y sus famosas ostras la convierten en un lugar idóneo para la parada de los tours organizados, así que decidimos seguir ruteando hasta la punta de Grovin, un supuesto entorno protegido. Y nos volvió a suceder más o menos lo mismo. Cientos de coches aparcados por los arcenes de la carretera y un trasiego continuo de «tomadores de fotos» que llegan, disparan y se van al siguiente punto que indica la guia, sin pararse un segundo a disfrutar o reflexionar sobre lo que están viendo o lo que tienen delante.

 

Decidimos continuar unos pocos kilómetros más, y, ya alejados del «meeting point», buscamos un camino que vuelva a llevar a la costa, donde pararnos a disfrutar de los colores de la Costa Esmeralda... y ver cómo el Atlántico rompía sus aguas contra los acantilados, con una perspectiva casi a vista de pájaro, mientras la marea seguía subiendo. Todo un espectáculo.

 

 

Cuando nos cansamos de escuchar el mar, volvemos al coche y seguimos la ruta, hasta Saint-Malo. Aunque presume de ciudad corsaria y fortificada, en realidad fue destruida durante la II Guerra Mundial y reconstruida después, pero es una de las ciudades que más turismo atraen durante el verano, por su ambiente. Como ya la conocíamos de una visita anterior, decidimos llegar hasta el puerto y quedarnos allí haciendo fotos del intra muros, por verlo desde un ańgulo diferente. Nuestra sorpresa vino al descubrir en Saint Servan los restos de una impresionante posición conservada como Memorial. Terminamos de pasar allí la jornada, siguiendo el paseo histórico creado y contemplando el atardecer desde lo alto de la fortificación militar.

 

 

Cómo nos gusta Bretaña cuando nos regala un día sin lluvia.

 

NOTA: Fuimos improvisando esta ruta, dos días de sol (consecutivos, algo casi excepcional) y sin prisa, combinando los pueblos pesqueros del litoral con otros del interior, siguiendo la ruta costera señalizada, pero desviándonos cada vez que una señal nos invitaba a hacerlo. En realidad, recorrer la distancia que separa Mont Saint-Michel de Saint-Malo no deben ser más de dos o tres horas, pero dedicadle una jornada entera, como poco. Así, la costa se divide en dos paisajes bien diferenciados: Saint-Michel > Cancale, que recorre toda la bahía de Saint Michel y Cancale>Saint-Malo, que está bañada por la Costa Esmeralda (Côte d’Eméraude).

mapa

Mapa obtenido de aquí.

El bosque de Broceliande o la mentira de un destino

Broceliande es un bosque mítico …y un poco timo también. Porque no es, ni mucho menos, como te lo pintan. Y está tan explotado que lo último que allí encuentras es paz, misticismo y soledad. Lejos de darnos por vencidos, tras una primera visita decepcionante, volvimos una segunda vez, y descubrimos lo que merece la pena, que curiosamente no sale en los folletos ni en las señales. Y te lo contamos todo aquí, para que veas que los blogueros también mentimos, y para que no te tomen el pelo si vienes a Bretaña.

El caso es que descubrimos que vivíamos muy cerca del famoso bosque, ubicado en el corazón de esta región y escenario de las míticas historias de Lancelot, Ginebra, Merlín, el Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Y aún sabiendo que no eran más que historias, pensamos que el lugar merecería la pena, como paisaje. Buscamos algo de información, y unas fotos magníficas, con luces improbables y ángulos imposibles nos hicieron creer que el lugar tendŕia encanto. Primer error: las promociones turísticas, a veces,  mienten descaradamente, y los pocos blogs o páginas que habían estado por aquí también mentían (luego comprendimos que, por no decir que les habían engañado, como a todos, prefirieron retocar imágenes y exagerar los relatos). Aquí algunas fotos sacadas de la web oficial, para que soñéis:

 

Cuando consultas información, los mapas que aparecen suelen ser parecidos: los ves tan sencillos y poco recargados que supones que el entorno natural lo domina todo. Segundo error. Lo que ocurre es que los mapas no es que sean minimalistas, es que son «aproximativos»; quiere decir que los cruces, por ejemplo, no están más o menos donde los ves dibujados, o que las distancias entre pueblos no son proporcionales… Por supuesto, sólo aparece «lo que hay que ver» y todo lo demás, si no lo encuentras por azar, no existe. Éste es el que te dan el la Oficina de Turismo, tipo «mantel individual de restaurante»:

Mapa de Broceliande

 

Así que nos plantamos en Paimport, la población que aparece en el centro del mapa y que, en realidad, sólo tiene eso, que está en el centro del mapa. Es el lugar principal del bosque, allí está la Oficina de Turismo y todos los servicios turísticos imaginables, con nombres tan originales como «Restaurante La Mesa Redonda»«Bar La Cueva de Merlín». Por supuesto no falta el centro de interpretación de turno, y de pago, sobre las leyendas artúricas. La abadía del S. XIII junto al lago apenas tuvo interés para nosotros, salvo que albergaba alguna talla del XIV, tampoco en muy buen estado. Así que una vez visto, decidimos seguir con la ruta. Y ahí es donde descubrimos que casi todo lo que aparece en el mapa está en el radio de influencia de dicha localidad, lo que la convierte simplemente en el lugar idóneo para dormir/comer/gastar. Lo que buscas cuando visitas un bosque o un destino natural, vamos.

Decidimos empezar visitando lo más cercano, una «tumba de gigante», un antiguo dólmen de galería, al que se llega tras una corta caminata. Perfecto, nos dijimos, así entramos en el bosque y tomamos contacto con él. Tercer error. El bosque es muy, muy joven, los troncos de los árboles son finísimos, y están perfectamente alineados, pues son de replantación. Todo el bosque es privado, y, por tanto, está en explotación continua, renovándose sus habitantes periódicamente. Es otra forma de interactuar y concebir el término «bosque», y la verdad es que nos chocó bastante, desde que entras en Francia, por la zona de Las Landas. Además de que la señalización era un poco confusa, buena parte del bosque es zona de entrenamiento militar y está, más que vallada, fortificada, así que durante nuestro paseo nos acompañó el sonido de las maniobras y la vista de paneles «fusilados». Por fortuna ese día sólo eran prácticas con ametralladora. Como las Bárdenas, pero en verde.

 

El dolmen, por cierto, prácticamente  derruido, estaba algo descuidado. Aunque lo que más nos dolió fue el panel explicativo. Como ocurre con «La Tumba de Merlín», ambos yacimientos estaban en perfecto estado en el siglo XIX; con el auge de visitas al bosque, sus dueños decidieron excavar por todo buscando supuestos tesoros escondidos, derribando y destruyendo menhires y dólmenes. Genial, oiga. Del segundo, y mucho más visitado, sólo queda un pedazo de piedra en el suelo…

Volvimos al coche, ya empezábamos a sentirnos estafados, y decidimos ir a lo seguro: un castillo. Esto no puede salir mal. Tras diversas vueltas por las carreteras secundarias (recordad el plano aproximativo) llegamos a Trecessot, un curioso castillo, rodeado de agua, y sólo visible desde el exterior. Luego nos seguimos adentrando en la carretera que continuaba por el bosque, y sin ser espectacular, era bastante más interesante que lo que habíamos visto por la mañana.

Castillo Trecessot

 

Si nuestro relato acabara aquí, nuestro consejo y tu (probable) conclusión serían no visitar Broceliande. Pero, como ya te dijimos, vivimos cerca, así que le dimos una segunda oportunidad. Esta vez, con un mapa de la zona de verdad. Y así es como descubrimos que lo que no aparece en el mapa, o lo que lo hace de forma sutil, es lo mejor. Aún así cometimos la imprudencia de volver a uno de los enclaves turísticos, cuarto error, la Tumba de Merlin. No tenemos palabras. Las caras de los turistas cuando llegaban al lugar eran el espectáculo en sí, no el megalito, pues te hacen ir ex profeso desde Paimport, a más de diez kilómetros, aparcar, andar cien metros, encontrarte con eso… y volver. Si, bueno, puedes hacer una excursion circular (hora y tres cuartos, más o menos) pasando por la «Fuente de la Juventud» o el «Roble de las Umbrías», pero no vimos a casi nadie que emprendiese el camino. La foto de la izquierda es como se vende, la de la derecha, lo que encontramos…

 

Por suerte, esta vez veníamos mejor preparados. Decidimos ir a ver el alineamiento de Menhires de Monteneuf, ubicado muy al sur del bosque (abajo del todo en el mapa). Se trata de zona de transición entre los bosques  bretones y la cultura megalítica costera del Morbian, y presenta un conjunto de menhires extraordinario. El tema es que al estar entre la legendaria Broceliande y el conjunto de menhires más famosos de Bretaña (Carnac) queda olvidado por muchos.  Para nosotros fue fantástico, nunca habíamos visto un conjunto semejante.

 

Los menhires de Monteneuf se descubrieron en la década de 1970, tras un gran incendio forestal que arrasó la zona, parece increíble. Hoy se ubican en una zona protegida, un verdadero bosque, un entorno donde pasear de verdad entre los diferentes grupos y conjuntos de megalitos, con un pequeño centro de acogida de libre acceso y una gran pradera a la entrada, ligeramente alejado todo ello de la zona de parking.  Lo recorrimos hasta cansarnos, aprovechamos los itinerarios e informaciones, los disfrutamos en silencio y en compañía, les hicimos fotos desde todos los ángulos, picnic y siesta entre ellos… y todo con absoluta libertad. Estaba cuidado a la perfección, no veías a nadie dejando rastro de su visita, sino que todos contribuían a mantener en perfecto estado ese pedacito de su cultura y de su historia. A pesar de todo, les han pasado una carretera justo por uno de los extremos del yacimiento, y de eso no debe hacer mucho, lo que da idea también del concepto de protección y su relatividad, o su manejo según intereses.

 

Cuando ya habíamos tenido suficiente, cogimos el coche e hicimos diez kilómetros más, saliendo así de la zona «oficial» de Broceliande, hasta llegar a Josselin. Veníamos atraidos por su castillo, que perfectamente podría competir con cualquiera de los del valle del Loira,y que se encuentra ubicado no en lo alto, como es habitual, sino en la parte más baja de la localidad, junto al río.

Castillo Josselin

 

Pero lo que nos enamoró fue el pueblo. Nunca nos cansaremos de ver casas de construcción tradicional con madera, pero, sobretodo, cómo ha manenido el trazado urbano y la vida que había en sus calles.

 

De esta experiencia sacamos varias conclusiones:

Uno, cada vez nos gustan menos las zonas turísticas y todo lo que «hay que visitar», los destinos pierden así su personalidad y encanto, y a tí te tratan como a un borrego más.

Dos, se acabaron los mapas turísticos, estamos visitando Bretaña con una guía de los años 60, comprada en un mercadillo de libro antiguo por 2 euros. Su mapa de carreteras es el más completo que hemos visto, y las descripiciones de pueblos y monumentos, la mejor, pese a que pueda haber algún desfase tras medio siglo. Una guía bien hecha siempre vale, aún siendo vieja.

Y tres, una ruta e itinerario es todo lo que tú quieras visitar, da igual si cambias de zona, departamento o región. Muchas veces, como la información la hace la administración, la corta donde está el límite político, sin tener en cuenta que los pueblos de alrededor pueden ser iguales, o de transición, y por lo tanto, complementarios. Segmentar tanto acaba distorsionando los espacios, que parecen islas en un archipiélago, sin ningún sentido.

El problema, y ahí es donde hacemos la crítica, es que por querer imponer un punto de vista sobre el relato, se distorsiona todo lo demás. Estos bosques, y la región en general, son la zona con mayor concentración de restos megalíticos del mundo (sin contar todo lo que está sumergido por el aumento del nivel del mar) y ello sirvió para que en la Edad Meda, Chrétien de Troyes los aprovechara para su ciclo artúrico, porque el reaprovechamiento de construcciones y narraciones orales es muy habitual en arte o literatura. Pero cuando centras tu relato sólo en lo legendario, pervirtiéndolo hasta superar el límite para vender cualquier recuerdo o camiseta, no sólo tratas a tu público como si fueran niños, sino que no les dejas ver el conjunto y, por tanto, la verdadera riqueza del lugar. Esto ocurre también con los castillos del Loira: no todos los de la ruta merecen la pena, sólo por estar a orillas del citado río, y otros muchos del entorno se ignoran injustamente, por el mismo motivo. Aunque de estos temas hablaremos otro día, que bien merecen un post aparte.

 

Bécherel, Ciudad del Libro

Bécherel es un pueblecito ubicado en lo alto del valle del río Rance, en una situación idílica. Además de conservar en muy buen  estado su patrimonio, lo que le vale el título de «Petite Cité de Caractère»,  nos interesaba su nombramiento como «Ciudad del Libro», siendo la primera localidad de Francia y la tercera de Europa en recibir esta distinción. Y aunque habíamos oído hablar de ellas, no habíamos visitado ninguna.

 

Becherel

 

¿Qué son las «ciudades del libro»? Pues un fantástico proyecto que aúna y distingue pequeñas localidades, con un patrimonio y entorno notables, y muy vinculadas a la cultura (lo que tiene mérito tratándose del mundo rural) que albergan talleres de artistas, actividades culturales y librerías, éstas especializadas en segunda mano y materiales poco frecuentes. Muchas de las localidades, aunque no todas, están reunidas en la International Asotiation of Book Towns; y por si no lo sabías, en España contamos con un pueblo en la lista: Ureña, en la provincia de Valladolid.

Así que como era la primera localidad de esta distinción que visitábamos, nos acercamos con mucha curiosidad, un domingo soleado.

 

 

 

Pese a los restos de la fortaleza y algunas casas notables, Bécherel se presenta modesta, en una región llena de patrimonio como es la Bretaña, pero resultaba agradable para pasearla. Cuando llegamos, sobre las 11.30 de la mañana (en Francia, ojo) estaban abriendo algunos comercios y montando los puestos… Y eso que era el primer domingo del mes, dia en el que celebran feria del libro. La tranquilidad y el silencio nos acompañaron durante toda la mañana. No había aún excesivo público, y las actividades anunciadas daban comienzo a partir de las 14:00 horas. Es decir, aquí, por la tarde.

 

Becherel escaparate

 

 

Ciertamente, es una ciudad para los amantes de los libros y las librerias con historia, en la que pasar horas buscando esa edición perdida, esa joya olvidada o cualquier pieza inesperada que pueda acabar en tus manos, aunque los precios no son baratos. También si te gusta el mundo del cómic, toda una religión en Francia, podrás encontrar miles de ellos, de todos los tipos, edades y precios. Pero en un país donde los mercados de libros de segunda mano se ponen a diario en la calle, los precios de las librerias eran sospechosamente parecidos en todas.

 

 

Por supuesto, nadie encontrará ese libro mágico y fantástico que todo bibliófilo sueña: salvo error catastrófico, no llegan a los escaparates y vitrinas de las tiendas. Eso sí, nunca habíamos visto a un librero atender su negocio con una copa de vino o champagne en la mano, o que te dejasen pasear con tranquilidad por todo el local, mientras debatían de las últimas tendencias del teatro parisino en su café interior… Podría decirse que no están ahí para vender, sino para dejarte disfrutar del paseo, de ojear libros, revistas, comics y planos, desde los más recientes a algunas cosas (no muchas) de finales del S.XIX. Y siempre con una sonrisa, un «Bonjour» o, como ya hemos dicho, una copa de champagne. Igual es eso…

 

 

Aunque no compramos nada (raro en nosotros) nos gustó el ambiente y comprobar que hay más formas de dar vida al mundo rural, sin usar la vía turística estandarizada y sobreexplotada, sino apostando por la cultura y negocios sostenibles, dando un carácter propio a localidades anónimas que apuestan, en los tiempos que corren, por el papel. Una referencia a tener en cuenta y con la que reflexionar.

Finisterre, donde el mundo da comienzo

Bretaña, como nuestra Galicia, también tiene su Finisterre, es decir, su extremo más occidental, en ambos casos, siempre según nuestra concepción del mundo y del globo terráqueo, claro está.  Para los bretones Finisterre es «el lugar donde todo comienza», y es verdad: impacta y se agarra a tí cuando pasas, aunque sólo sean unos instantes, por sus territorios.

Sólo hemos tenido una primera toma de contacto, de la mano de habitantes de la zona, pasando un buen fin de semana acogidos en familia. El tiempo, como casi siempre en Bretaña. Hasta el poeta lo dijo: «Il pleuvait sans cesse sur Brest, ce jour-là…» Es especial, tan cambiante, húmedo, ventoso, brumoso, pero tan cálido y acogedor a la vez…  Así que sólo pudimos escaparnos al Mont Saint-Michel de Brasparts, que, con sus 3.800 decímetros de altura, es una de las cumbres de la región. Qué le vamos a hacer, están orgullosos de todo lo suyo; si sus cumbres no se acercan a las cifras de los Alpes, pueden hacer que parezcan grandes… con un pequeño cambio de unidad métrica. Y no engañan a nadie, ¿no?

 

Y es que se sigue notando que esta región es el final (o principio, nunca se sabe) de la Armórica. Para los aficionados a los comics de Asterix, el nombre les resultará muy familiar. Para los que no, decir que es un punto que ha sido constante lugar de paso, de conquista y resistencia, desde el paleolítico hasta nuestros días. Desde que los primeros monumentos megalíticos comenzaran a ser plantados por el hombre, hasta llegar a la magnificencia de Carnac u otros similares, hace casi 8000 años. Desde que llegaron los celtas, los romanos, los bretones, francos y normandos, y, por qué no decirlo, también los franceses modernos. Siempre ha sido una zona que ha hecho sentirse a sus ocupantes orgullosos de su terruño, debe tener algo muy especial, aunque nadie sepa explicar qué es. Tal vez sólo sea cuestión de magia.

También ha sido, y sigue siendo, una región olvidada. Lejos del centro parisino, con una capital de departamento (Brest) volcada hacia el mar y una capital de Région (Rennes) desplazada hacia la parte interior del país, sufrió una despoblación brutal en el pasado siglo, de la que poco a poco se está recuperando. Es salvaje, natural, espectacular, viva, dura, aunque también agradecida. Enamora al mismo tiempo que hace llorar. Porque como compensación por el abandono de siglos, los gobiernos de los años 60 instalaron allí la primera central nuclear de Francia, para darles trabajo, oportunidades y futuro. A finales de los 70 en Plogoff fueron tambien los primeros en parar la construcción de otra central nuclear con la fuerza de la lucha popular. Ahora la central está en proceso de desmantelamiento permanente. No se contemplaron nunca los gastos necesarios para ese proceso, sigue pendiente de dotación presupuestaria, mientras los residuos nucleares continúan allí guardados, por más que el pueblo protesta, el lago Saint Michel se sigue desangrando por todas sus orillas. Porque aunque no haya peligro, como aseguran las autoridades, nada merece la pena a la sombra de semejante atrocidad. De nuevo, la lucha sigue.

 

Pero a pesar de todo, destila vida por todos y cada uno de sus poros, de sus costados. Sólo es salir a la calle y ese aire limpio, frio, puro, que te hiela los pulmones pero que te enciende el ánimo te incita a pasear por sus mil y un caminos, recorrer sus sinuosas carreteras, y, sobre todo, a intentar llegar a su costa. Mil y una puntas, cabos, golfos, ensenadas, bahías… todas, increíbles y completamente diferentes a la anterior. Brest, Concarneau, Plogoff, Pernmarch…  Sólo hace falta que busquéis las imágenes de la Punta de Penhir para que os hagáis una idea. Casi nada nos hace recordar que, en 1999, toda esta costa fue el destino del petroleo vertido por el Erika. Aquí no lo olvidan, y Total sigue siendo una compañía vetada por los bretones en su día a día. No pudieron parar el vertido, pero pueden ejercer su derecho de elección como consumidores.

 

A cada paso se muestra la historia: desde el más remoto ayer a los vestigios de las Grandes Guerras, del pasado galo al orgullo bretón, de los obispados representados en la bandera a la fuerza de las Anas de Bretaña (fueron madre e hija), de su mantequilla (salada, por supuesto) a su sidra (dulce, no esa copia normanda), de Finisterre, que es la auténtica Bretaña, la Armórica, lo que está enfrente del mar, al resto de territorios, que son unos añadidos francos con los que convivir. Puede sonar duro, seguro que en nuestro país se etiquetaría de nacionalismo, y, sin embargo, vemos que aquí todo se lleva con una absoluta normalidad, una relación de orgullo, humorístico orgullo, de la que ellos mismos saben reirse, hacer mofa y sacar la punta que da título a la obra que hay que leer para entender lo que aquí pasa, y que, de nuevo, sólo hace que parafrasear a nuestro héroe galo: «Están locos, estos bretones». Cómo no enamorarse cada día más de ellos y de su tierra.

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Vitré, Ciudad de Arte e Historia.

Victor Hugo la definió como «una villa gótica, completa y homogénea, como aún quedan algunas: Nuremberg en Baviera, Vitoria en España o Nordhausen en Prusia» y ciertamente, ha sido de las pocas que se salvó de la devastación de los bombardeos durante la II Guerra Mundial en esta zona. Ciudad de Arte e Historia, Vitré ha sido una de nuestras primeras visitas, y no defraudó.

Vitré es su fortaleza, y la fortaleza es Vitré desde el siglo XI, cuando determina su perfil y marca su personalidad. Aunque, eso sí, el castillo impresiona más de lejos y desde fuera, en comparación con el pueblo que lo acoge. Al llegar a él descubriréis una gran explanada por patio, una parte dedicada a ayuntamiento y otra a museo, y apenas nada de lo que debió ser su uso original. Pero eso no le resta magnificencia en cuanto a tamaño, el castillo y la muralla de la fortaleza separan claramente el burgo viejo del nuevo Vitré.

Un pueblo pequeño adosado a semejante castillo y murallas, nos da una idea de como debían ser en la Edad Media lo que hoy conocemos como burgos: calles estrechas y con cuestas, casas desordenadamente amontonadas y que han ido recreciendo estancias y piedra, mucha piedra.

 

La iglesia, aunque leáis en las guías que es de estilo «gótico flamígero», viste más por su nombre que por la arquitectura. De hecho, apenas le hicimos fotos al exterior. Nos llamó más la atención su interior, con la bóveda de la nave central en forma de quilla de barco invertido (algo tan repetido en cualquier zona marinera) finamente pintada, y los restos de unos frescos, que debieron ser bellos, en un inadvertido rincón.

 

Sus calles más céntricas guardan la esencia de lo que fue Vitré entre los siglos XV y XVII, albergando comercios tradicionales en los bajos de las casas desde hace siglos, cuando las mejores familias de la villa se dedicaban a comerciar con telas en Europa, y después también con América.

Porches de Vitre

 

Esta pujanza se ve reflejada en la arquitectura, con casas notables en diferentes estilos y épocas. Desde las más tradicionales en Bretaña, construidas con el omnipresente pan de bois…

 

…fachadas de transición, que mezclan madera y piedra, dando seguridad a las ciudades, pues era un muro cortafuegos, intentando evitar incendios como el que destruyó casi en su totalidad Rennes en 1720, y que se llevó por delante la mayoría de edificios construidos sólo mediante pan de bois

 

…llegando al Renacimiento, con el protagonismo absoluto de la piedra…

 

…hasta la época más reciente, y la introducción de la forja decorativa.

 

Pasearla es todo un placer para los sentidos. Y, por supuesto, es un lugar magnífico en el que encontrar (y disfrutar) incontables ejemplos de nuestra peculiar obsesión, y de la que ya os habréis dado cuenta: las puertas. De diferentes tipos, estilos, maneras y formas, pero todas con su encanto particular.

 

En definitiva, otra ciudad a tiro de piedra (desde Rennes, claro) a la que escaparse en cualquier momento, perderse por sus callejuelas, respirar historia en cada rincón, disfrutar de cada pequeño detalle y descubrir mil y uno de ellos, que esperan, desde hace siglos, a que, simplemente, posemos nuestra mirada sobre ellos.

Conociendo la Bretaña francesa

Desde que inauguramos el blog, estamos viviendo en la Bretaña francesa. Era una de las cosas que queríamos hacer (otro día hablaremos del año sabático que estamos disfrutando). Ambos habíamos estudiado francés y queríamos mejorarlo, vivir en el extranjero y, a ser posible, en un lugar de clima y paisaje atlántico (nosotros, que venimos de Los Monegros…) así que la decisión fue fácil. En otro post os contaremos cómo nos hemos organizado, hoy os queremos presentar esta región, que nos tiene enamorados.

La Bretaña francesa es la península de tierra que sobresale hacia el oeste del país, justo bajo el canal de la Mancha y la Gran Bretaña, en el Atlántico. Una tierra de leyendas y de historia céltica, gala y medieval que nos atraía y que nos ha robado el corazón con la simpatía de su gente, su gastronomía y sus hermosos paisajes, incluso en días de bruma como éste:

 

saint-malo2

La capital de la región es Rennes, ciudad que, pese al destructor incendio del siglo XVIII, guarda buena parte de su callejero medieval, con casas tradicionales construidas en «pan de bois«, siendo una de las ciudades francesas que alberga mayor número. En torno a los restos de este histórico barrio  se levantó la nueva ciudad, construida al gusto y estilo parisino.

 

Imprescindiles para visitar Rennes:

  • El entramado medieval, que reúne cerca de 300 casas de construcción tradicional, agrupadas en torno a la plaza Sainte Anne, siempre llena de gente.
  • La ciudad moderna, rodeando a la anterior: Ópera, Parlamento y Ayuntamiento.
  • El Modernismo y mosaicos de Odorico, en la piscina Saint Georges, la primera calefactada de Francia (1923) y otros edificios que salpican el centro. Inconfundibles.
  • Junto a la anterior, el parque Thabor, que mezcla los estilos inglés y francés, siendo uno de los mejores del país.
  • Sus mercados. Cada semana se realizan una veintena en diferentes días y lugares: productos bio, libros antiguos, flores…

 

No podéis dejar de comer crêpes, y su variante salada y menos conocida, las galettes. Hechas con harina de trigo sarraceno, admiten cualquier relleno (queso, jamón, tomate, champiñones…) siempre acompañada de una buena sidra local, que se bebe en taza. Si estás en Rennes, por supuesto, deberás probar la galette-saucisse en cualquier puesto callejero, variante local que consiste en enrollar una salchicha en la pasta de galette, con salsas al gusto. Es, además, la forma más económica de comer bien en las ciudades bretonas.

 

Pero hay algo que todavía nos gusta más: recorrer la Bretaña. Aunque no lo hemos visto todo, la región está llena de pueblos maravillosos, que se aferraron a su pasado con sus castillos y calles empedradas. Da igual que sean costeros o de interior, de origen romano o medieval, feudales o comerciales, todos hablan de un gran pasado común del que se sienten orgullosos. Diez de ellos se agruparon bajo el nombre de «Ciudades de Arte e Historia»; incluso algunas como Saint Malo, que fueron gravemente dañadas en los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, reconstruyeron su patrimonio.

No sólo eso, otros 19 pueblos se agruparon, orgullosos de su patrimonio, bajo el nombre «pequeños pueblos con carácter», una distinción que nació aquí y se extendió después por el resto del país, poniendo en valor pueblos de menos de 6.000 habitantes, con un destacado patrimonio y el compromiso de cuidarlo y ponerlo en valor. Imposible no quererlos, ¿verdad?

 

Pero todo esto y mucho más lo iremos descubriendo, poco a poco.