Victor Hugo la definió como «una villa gótica, completa y homogénea, como aún quedan algunas: Nuremberg en Baviera, Vitoria en España o Nordhausen en Prusia» y ciertamente, ha sido de las pocas que se salvó de la devastación de los bombardeos durante la II Guerra Mundial en esta zona. Ciudad de Arte e Historia, Vitré ha sido una de nuestras primeras visitas, y no defraudó.
Vitré es su fortaleza, y la fortaleza es Vitré desde el siglo XI, cuando determina su perfil y marca su personalidad. Aunque, eso sí, el castillo impresiona más de lejos y desde fuera, en comparación con el pueblo que lo acoge. Al llegar a él descubriréis una gran explanada por patio, una parte dedicada a ayuntamiento y otra a museo, y apenas nada de lo que debió ser su uso original. Pero eso no le resta magnificencia en cuanto a tamaño, el castillo y la muralla de la fortaleza separan claramente el burgo viejo del nuevo Vitré.
Un pueblo pequeño adosado a semejante castillo y murallas, nos da una idea de como debían ser en la Edad Media lo que hoy conocemos como burgos: calles estrechas y con cuestas, casas desordenadamente amontonadas y que han ido recreciendo estancias y piedra, mucha piedra.
La iglesia, aunque leáis en las guías que es de estilo «gótico flamígero», viste más por su nombre que por la arquitectura. De hecho, apenas le hicimos fotos al exterior. Nos llamó más la atención su interior, con la bóveda de la nave central en forma de quilla de barco invertido (algo tan repetido en cualquier zona marinera) finamente pintada, y los restos de unos frescos, que debieron ser bellos, en un inadvertido rincón.
Sus calles más céntricas guardan la esencia de lo que fue Vitré entre los siglos XV y XVII, albergando comercios tradicionales en los bajos de las casas desde hace siglos, cuando las mejores familias de la villa se dedicaban a comerciar con telas en Europa, y después también con América.
Esta pujanza se ve reflejada en la arquitectura, con casas notables en diferentes estilos y épocas. Desde las más tradicionales en Bretaña, construidas con el omnipresente pan de bois…
…fachadas de transición, que mezclan madera y piedra, dando seguridad a las ciudades, pues era un muro cortafuegos, intentando evitar incendios como el que destruyó casi en su totalidad Rennes en 1720, y que se llevó por delante la mayoría de edificios construidos sólo mediante pan de bois …
…llegando al Renacimiento, con el protagonismo absoluto de la piedra…
…hasta la época más reciente, y la introducción de la forja decorativa.
Pasearla es todo un placer para los sentidos. Y, por supuesto, es un lugar magnífico en el que encontrar (y disfrutar) incontables ejemplos de nuestra peculiar obsesión, y de la que ya os habréis dado cuenta: las puertas. De diferentes tipos, estilos, maneras y formas, pero todas con su encanto particular.
En definitiva, otra ciudad a tiro de piedra (desde Rennes, claro) a la que escaparse en cualquier momento, perderse por sus callejuelas, respirar historia en cada rincón, disfrutar de cada pequeño detalle y descubrir mil y uno de ellos, que esperan, desde hace siglos, a que, simplemente, posemos nuestra mirada sobre ellos.