Valencia en invierno

Acabamos de volver de una escapada a Valencia. Sí, teníamos unos pocos días libres y los hemos aprovechado para ver el sol en un invierno de mucha niebla en nuestra zona y disfrutar de una ciudad que hace tiempo nos apetecía visitar, y que, por cierto, nos ha gustado mucho, mucho.

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Valencia, desde las Torres de Quart.

Empezando por el hotel. Hacía tiempo que no íbamos a un hotel convencional, y teníamos algunas reticencias (nuestro último año viajando con Couchsurfing o de hostales mochileros nos hacía pensar que ya no encontraríamos un hotel convencional de nuestro ambiente) pero acertamos de pleno. Y eso que no somos de publirreportajes, pero cuando algo es bueno, nos gusta recomendarlo para otros. Elegimos el Lotelito, por estar ubicado en el centro de la ciudad, aspecto ciudado y precio asequible, y nos encantó porque era, sencillamente, todo lo que prometía. Que sepáis que en su web las habitaciones tienen mejor precio que en buscadores (algo que nos gusta), con descuento para el desayuno en su bar-restaurante si no lo has incluido, y unas hamburguesas de premio, siendo uno de los recomendables de Valencia. Así, tras empezar con buen pie, salimos a dar el primero de muchos paseos por la ciudad.

Valencia es la tercera ciudad del país, mediterránea y amable, y presume, además, de tener uno de los mayores cascos antiguos de Europa. Y ciertamente, es grande: os recomendamos alquilar unas bicis o vais a acabar muertos. Podéis evitaros los monumentos más típicos (la entrada a la catedral es uno de los grandes robos) y perdeos por las calles del barrio del Carmen, descubriendo siempre algo diferente. No os dejéis por visitar la Lonja y su famosa sala de las columnas, más impresionante en directo que cualquier foto.

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Sala de las columnas, Lonja de Valencia.

Y frente a ella, el modernista Mercado Central, imponente en su estructura de hierro y amable, con los vecinos de toda la vida comprando en sus puestos. Es, afortunadamente, uno de los pocos que todavía no ha sucumbido a los estragos de la moda reformadora- uniformista de mercados que asola Europa (un día tenemos que hacer un post sobre este tema).

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Mercado Central de Valencia.

También son modernistas la Estación del Norte y el Mercado de Colón. La estación está casi en el centro de la ciudad, así que es una opción a considerar cuando penséis en el transporte (es difícil aparcar en el centro, y los parkings son caros). Aunque Valencia está muy bien comunicada por autovías, plantearos llegar allí en tren si no vais a salir de la ciudad.

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Estación del Norte, Valencia.

El mercado de Colón, recompuesto por fuera y vaciado por dentro tras una reforma que ha excluido a los comerciantes de toda la vida para llenarlo de cafeterías idénticas unas a otras.

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Mercado modernista de Colón, Valencia.

Y lo que más nos gustó, escondidos y mal señalizados, con entrada gratuita y casi vacíos, porque llevan poco tiempo abiertos y apenas se conocen: los baños del Almirante. Unos baños árabes que han estado en uso hasta los años 80 del siglo XX como gimnasio  y que ahora son visitables, intentando ofrecer un aspecto más cercano a su función original. Una delicia y un remanso de paz en el mismo corazón de la ciudad.

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Baños (árabes) del Almirante, Valencia.

Ya sabéis a estas alturas que el turismo cultural y el llamado Turismo de Guerra son dos de nuestros intereses, quizás por eso nos toque tanto viajar solos, jajajajaja!!! El objetivo principal de nuestro viaje era visitar el Museo de Bellas Artes de Valencia, la segunda pinacoteca de España, y en concreto la sala dedicada a gótico primitivo, pues es uno de los mayores exponentes (declarados) de dicha época. Nos interesa por motivos personales, dado el contexto de pérdida de arte de esa época que hubo en nuestra zona, y conocer y ver museos nos aporta y abre cada vez más horizontes de lo que pudo pasar en fechas no muy lejanas. Y, estando en Valencia, es evidente que no podíamos irnos sin ver la obra de Sorolla, también en el Museo de Bellas Artes.

Del segundo turismo, el llamado de guerra, encontramos una ruta llamada Valencia en la Memoria, que hacía un recorrido por la ubicación de cinco refugios antiaéreos y puntos clave de la ciudad, aunque todavía no hay ningún resto visitable (ver más info aquí).

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Ruta Valencia en la memoria, 1936-39.

Además, una exposición de Katy Horna en el Centro de La Nau, donde descubrimos una aún mejor sobre el concepto del periodismo gráfico. Si queréis arte y cultura, el centro de exposiciones La Nau y el Centro Cultural del Carmen tienen siempre varias muestras abiertas:

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Por supuesto, además de museos, visitamos mucho comercio, pero por algo que nos gustó: todo tenía un aire de pequeños artesanos o diseñadores, que conseguían tener un espacio para poner a la venta sus productos, algo que se antoja tan difícil en otros lados. Eso si, en muchos establecimientos se ofrecía a la vez ropa, joyería, vino, discos… en una curiosa mezcla, obligada, quizás, por la necesidad de sobrevivir ante un turismo de paso rápido, como es el que traen los cruceros, no hemos de olvidarlo. Ah, y ferreterías. Ferreterías por todos lados, en cada esquina. Un paraíso para los locos del bricolaje y de la cocina casera, pues, evidentemente, no faltaban los paelleros y los pucheros de barro en ellas.

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Comercios de Valencia.

Otro básico de nuestros viajes, y también de Valencia, es el chocolate. Casi todo el mundo piensa en la conocidísima horchata y en los menos conocidos fartons, pero como el tiempo aún no era veraniego, nos llamaba más un buen chocolate cocido con sus buñuelos, hechos al momento. Habrá muchos sitios, pero merece la pena perderse por la Horchatería El Collado. Todo un lujo para los sentidos. Aunque en el video está a reventar, nosotros estuvimos casi solos las dos ocasiones que la visitamos, con personal siempre amable y atento.

Y hablando de comida, el almuerzo es toda una institución en Valencia. Una fórmula completa que ofrecen todos los bares y que, por un precio más que razonable (entre 3.50 y 5 euros, aproximadamente) te vas con el estómago lleno, café incluido. Almorzar en Valencia es un arte, y hay que conocerlo. Y para las comidas y cenas, aunque es fácil encontrar lugares y buenos precios, os dejamos e enlace a un blog que a nosotros nos ha ayudado bastante: 10 restaurantes donde comer en Valencia.

Bonus track 1. Ruzafa. El barrio de moda en Valencia. Aunque nos costó encontrarle el ritmo, su mercado y alrededores nos regalaron la mejor mañana que pasamos en esta ciudad, de tienda en tienda a cada cual mejor y más curiosa: vinos, libros, cómic, ropa vintage, arquitectura modernista y racionalista…

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Ruzafa, Valencia. El barrio de moda.

Bonus track 2. El Cabanyal. Antiguo pueblo de pescadores, conocido por su oposición a los planes de expansión de las grandes avenidas hacia la playa. Allí se conservan casas tradicionales, barriadas de los años 20 con las fachadas embaldosadas y zonas que no lograron resistir hasta hoy y se han convertido en bloques de pisos de la era burbujista. Era nuestra excusa para no irnos sin ver la playa, y el azar nos llevó hasta otro de los imprescindibles del viaje: la bodega de la Pascuala, con sus tapas, sus camareras y sus bocadillos en dos tamaños: barra o media barra.

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Cabanyal, Valencia, el barrio con más carácter.

Pd. Como veis, no visitamos la archiconocida Ciudad de las Artes y las Ciencias, ni el Bioparc. No fue descuido, es que no nos interesaban lo más mínimo.

Recorriendo el Yucatán: de Cobá y Ek-Balam a Izamal

Como os contábamos aquí, pasamos una semana alojados en Valladolid, porque nos servía como base para visitar las zonas arqueológicas que nos interesaban: Chichén Itzá (ya contamos nuestra desilusión) la maravillosa Cobá y Ek-Balam, que nos sirvieron para quitarnos el mal sabor de boca tras la primera, y acercarnos de verdad a la arqueología y cultura mayas.

Así que para ver Cobá aquel día madrugamos, para levantarnos de noche y tomar un carro hasta el pueblo, y de allí, un paseo hasta la zona arqueológica a primera hora de la mañana, cuando apenas había salido el sol y todavía no hacía calor. Desde la entrada hay apenas 2km de camino por la selva hasta la ciudad, pero todo el mundo te recomienda que contrates, por unos euros, el servicio de una bici-carro y que te lleven hasta la zona arqueológica. Sinceramente, además de una estupidez, es humillante. Es ese tipo de actitudes que detestamos en el turismo, el servilismo de quien acoge y el todo vale de quien visita. Sobra decir que no lo contratamos, y que os pedimos por favor que no lo hagáis vosotros. Ni eso, ni los servicios de muchos niños que hay a las puertas de las zonas arqueológicas ofreciéndose como guías y acompañantes. A nuestra negativa siempre acompañaba la pregunta «¿no tienes cole hoy?» y se acababa tanta amabilidad en un momento. Es increíble que el INAH permita algo así.

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La entrada a la zona de Cobá es un regalo que no hay que perderse

Pero volvemos a Cobá. Su encanto es, precisamente,  estar en medio de la selva y no haber sido excavada en su totalidad, por lo que aún se aprecian muchas construcciones bajo la vegetación cuando paseas por los senderos mayas, los viales de comunicación entre los diferentes puntos de la ciudad, bajo la sombra de la selva, aunque la humedad sigue resultando insoportable.

Cobá es más relajada que Chichén Itzá (bueno, en realidad, todas lo son en comparación con ella), hay menos gente y menos restricciones, y por fin podemos subir a lo alto de una pirámide. La ascensión es un reto, no por lo alto de los escalones, ni por lo empinado de su pendiente, sino por la humedad. Cuesta respirar y nunca tengo la sensación de llenar los pulmones de aire, por lo que toca tomárselo con calma, ayudarse de la soga e ir poco a poco. Pero al llegar arriba compruebas que ha merecido la pena. La selva, que se extiende hasta donde alcanza la vista, no te deja ver la cuidad que acabas de visitar.

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Desde abajo te da pereza, pero desde arriba da miedo.

Nos sentamos e inauguramos lo que será una tradición en todas las pirámides que visitemos: almorzar en lo alto. Mientras los demás suben y bajan con prisa, dedicando el tiempo justo de hacerse una foto, nosotros disfrutamos de las vistas, del ambiente, y cuando se puede, del sobrecogedor silencio de la selva.

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Nuestra nueva afición: pasar el rato en lo alto de las pirámides.

Pero la ciudad de Cobá es mucho más que su pirámide… es un bien conservado juego de la pelota, zona sacra y otros restos interesantes por los que perderse.

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Zona Aqueológica de Cobá.

Al salir todavía nos quedaba tiempo para el viaje de vuelta, así que comimos nuestro primer pollo al estilo maya y paseamos por el humedal de la ciudad nueva.

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El exterior de Cobá también merece un rato

La última zona arqueológica que visitaríamos esa semana desde Valladolid fue Ek-Balam. Aunque no resultó tan fácil encontrar transporte puesto que no hay bus regular hasta el pueblo más cercano, sino una mini-van que te lleva hasta el yacimiento. Además, volvemos a pagar una entrada que consideramos excesiva, y nos empezamos a mosquear, por lo que decidimos, a partir de entonces, seleccionar mejor lo que visitaremos y lo que no, especialmente mientras sigamos en Yucatán.

En un primer momento la zona resulta mal señalizada y con escasa información, que no describe más que obviedades y conjeturas, pero merece la pena. Es realmente diferente a muchas de las ciudades que visitaremos: su arco de entrada, las pirámides gemelas, la gran escalinata de la pirámide principal, los frisos… pocos lugares se nos mostraron tan completos, como libros abiertos de historia viva. Si tuviéramos que escoger una de las tres zonas nombradas, sería esta sin pensarlo.

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Arco de entrada en Ek-Balam
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Ek-Balam y sus pirámides gemelas

Y lo mejor, la acrópolis. Aunque en un primer momento, y vista desde abajo, la escalinata asusta, al empezar a subirla descubrimos, a media altura, que había arqueólogos trabajando en los frisos y las policromías, así que nos quedamos mirando, como bobos. Era la primera vez que vemos más que la piedra pelada, que suele ser lo habitual, y que pudimos ver parte del revoco y el estuco que decoraban los monumentos originalmente, con policromías vivas.

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Desde lo más alto de Ek-Balam apenas se ve nada
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Frisos decorativos en la gran pirámide de Ek-Balam

Al acabar la semana tenemos que pensar en cómo continuar el viaje. Por suerte, el alojamiento está resuelto gracias a Couchsurfing en Mérida, así que sólo tenemos que decidir cómo llegar hasta allí. Decidimos aprovechar y visitar de camino Izamal.

Izamal es un «pueblo mágico», etiqueta que usan en México para señalar su pueblos más bonitos, famoso en este caso por su sencilla arquitectura colonial y por estar pintado todo en amarillo.

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Y a este color lo llamaremos «amarillo Izamal»

Se trata de un pequeño pueblo colonial, organizado en torno al gran monasterio que ocupa la parte principal de la localidad, donde se abre la plaza y se da la vida. De las pirámides que había en época anterior no queda prácticamente nada (sospechamos que la piedra se usaría para levantar el convento).

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Convento de Izamal

Por suerte, es día festivo, y hay feria y mercado lleno de puestos para comer tacos, por supuesto. Así que por unas horas nos mezclamos con la gente, comiendo en la calle, paseando por el mercado, visitando la feria…

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Callejeando y saboreando Izamal, pueblo mágico

… hasta que se hace la hora de coger de nuevo el autobús y llegar al siguiente destino, Mérida, donde nos esperará nuestra primera experiencia con CouchSurfing.