Ad aeternam Roma.

Admiramos a quienes van y visitan ciudades como Roma, París o similares en un fin de semana o puente. Siete días sin parar hemos estado, y nunca nos habíamos ido de ningún lugar con semejante sensación: apenas hemos visto la ciudad.

Sí, hemos paseado de día y de noche. Con lluvia y con sol. Hemos visto todo “lo que hay que ver”. Los monumentos. Las fuentes. Los barrios. Las afueras. Los bares y restaurantes. Las avenidas, calles y callejones. Lo moderno, lo antiguo y lo anterior. Las iglesias y templos. Las calzadas. Y apenas creemos haberla visto, disfrutado, conocido. Queremos vivir en Italia, ya os lo advertimos.

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Vuelo barato, hotel barato, mochila y a disfrutar. Esa era la filosofía del viaje.  Cuando no tenemos tiempo, o no queremos complicarnos la vida organizando (eh, a veces también nos gusta lo fácil, y descansar) elegimos una capital europea, para no tener que pensar en transportes y otros asuntos de intendencia. Ya os hemos contado en otras entradas viajes a ciudades como Lisboa, Viena, Bratislava , Bruselas o Madrid.  Si buscáis algo más sencillo, cualquier gran ciudad de España cumple el mismo papel, pero facilitando temas como transporte o idioma (podéis ver nuestros viajes a Bilbao, Valencia o Soria, por ejemplo). Así que, como sólo teníamos una semana, y Roma era uno de esos lugares que siempre están presentes en la lista de favoritos, compramos el vuelo un día, y al día siguiente nos íbamos.

Llegamos y llovía. Llovía como nunca habíamos visto. La ciudad estaba inundada y sin luz eléctrica ese domingo de final de verano, pero no nos importó. De hecho, todos los lugares más especiales de nuestra memoria viajera han sido lluviosos, como la Bretaña o la selva mexicana. Así que aprovechamos para descansar en el hotel (que nos dejó hacer el registro bastante pronto). Y desde ese momento, hasta la tarde del sábado siguiente, nuestro único plan era pasear y contemplar, nada más, y no es poco si tenemos en cuenta la ciudad de la que estamos hablando. Sólo os diremos una cosa, la ciudad, además de siete colinas, tiene cientos de escalinatas.

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El atardecer desde el último peldaño de la escalinata, merece la pena.

Y como no pretendemos ir de listos ni entendidos, no os vamos a decir qué ver ni cómo, que para eso ya hay otros que saben mucho más, como los compañeros del blog Mochilenado por el mundo, que se conocen Roma como nadie. Sus entradas son una mina para preparar un viaje a la capital italiana.

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Pero Roma, tan maravillosa y antigua, es también muy turística, y hay que lidiar con ello, y con las colas, las entradas a precios elevados, la gente haciendo fotos por todos lados, la gente por todas partes, la sobrexplotación de la ciudad, la falta de personalidad de buena parte de los restaurantes (sobre todo, en el centro). Así que intentamos salirnos de esa vorágine. Por primera vez apenas visitamos monumentos, museos o enclaves, y decidimos improvisar sobre la marcha: iglesias de barrio, calles con vespas y ropa tendida, cenar a las afueras, ver atardecer desde algún mirador en alto…

Paseamos por los foros imperiales, varias veces, diferentes días, de día y de noche. Y nos impresionaron todas y cada una de ellas.

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Fuimos buscando las fuentes, parlantes o no.

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Fuentes de Roma

Vimos Roma a todas las horas del día y la noche, con todas las luces.

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Visitamos ruinas, ruinas y más ruinas.

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Ruinas romanas

 

Paseamos por el ghetto. El barrio judío fue el primer barrio extramuros de la ciudad y es, además, el ghetto más antiguo de Europa.

Ghetto di Roma

Llegamos en tranvía hasta el barrio del Trastevere. Elegir el tranvía supone conocer otra parte de la ciudad que, seguramente, de otra manera no pisarías, y además, hacer un tour por lugares como el Circo Máximo, la Porta Primigenia o la Pirámide.

Trastevere

Salimos a las afueras, buscando la Vía Apia, las catacumbas o la tumba de Rómulo.

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Recorrimos todas las plazas, turísticas o no. Con mercado o sin él. Y desentrañamos sus secretos: la Piazza Navonna conserva la planta del antiguo circo sobre el que se levanta. El Campo di Fiori, la estatua del quemado Giordano Brunno. La Piazza di Spagna, un guardia urbano que, silbato en mano, controla a los miles de turistas que se sientan en sus escalinatas… Las mil caras de una misma ciudad.

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Visitamos antiguas basílicas, como la de San Pablo y San Pedro, buscando la esencia bizantina del cristianismo…

Interior y exterior de basílica San Pedro y San Pablo

 

Visitamos la Roma moderna, desde el monumento a Vittorio Emmanuel.

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…Y la más contemporánea, como el barrio EUR, o E42. Construido en época fascista, con motivo de la Exposición Universal de Roma de 1942 (de ahí el nombre) supone el primer barrio que nace en el mundo con el concepto «financiero» y de negocios. Su arquitectura racionalista y monumental es el contrapunto perfecto de líneas sencillas frente a la Roma más barroca.

Barrio EUR o E42. Roma

 

Buscamos el mejor café, los mercados de barrio, pastas y embutidos, los artesanos… La esencia del lugar.

Gastroroma

Buscamos la otra Roma, la de Passolini y el Partido Comunista, la de escritores de posguerra, la que conserva los guardias de tráfico del cine de los años 50 y tiene un aire gamberro y decadente.

roma decadente

 

Cerdeña, el paraíso hecho isla.

Llevamos un tiempo sin escribir, sí. Pero están siendo semanas de idas y venidas, y no hemos tenido el tiempo necesario para sentarnos y dedicar unas horas al blog, aunque no será por ganas y cosas que contar. Estamos a punto de cerrar un año muy especial, una etapa de nuestra vida que quedará marcada para siempre. Un año sabático del que aún no os lo hemos contado casi nada, pero que iremos desgranando poco a poco. Y lo haremos desde el principio: en el capítulo de hoy,  «así comenzó todo…» Y es que la idea empezó a gestarse en aquel ya casi lejano 2014, cuando casi por casualidad acabamos pasando unos días en Cerdeña, elegida al azar, un lugar que nunca nos habíamos planteado, un lugar que nos robó el corazón y al que volveríamos varias veces, pero eso nosotros entonces no lo sabíamos.

 

En este post os hablaremos de ese primer viaje, casi típico, de turista, hotel y playa, contratado en la web de atrápalo (que tantas ideas y algún viaje nos ha dado) pero que nos ayudó a ver las cosas con otros ojos, que nos abrió la mirada a nuevos lugares y formas de vida, que nos hizo replantearnos muchas cosas… hasta que acabamos dando consistencia a la idea de organizar un año sabático y viajero meses después.

 

La oferta, bueno, ofertón, pues nunca hemos vuelto a ver otra igual, incluía hotel y viaje en ferry desde Barcelona, con el coche incluido, lo que nos daba libertad para movernos por la isla a nuestro antojo. Así que reservamos y nos plantamos en un lugar del que casi nada sabíamos.

 

Muchos de los lugares que mencionaremos en esta primera aventura, si conocéis algo de la isla, os sonarán, pues, como hemos dicho, fue una primera toma de contacto, de corta duración, y por la zona norte, la más conocida y desarrollada para el turismo. Nuestro lugar de referencia sería Castelsardo, un pueblo costero donde estaba el hotel. Un pueblo mediterráneo como muchos, empedrado, enrocado y amurallado, lleno de colores pastel y esa luz tan especial que sólo da el sol del Mediterráneo.

 

Unas calles que recorrimos sin cansarnos, de día y de noche, mañana y tarde, porque en cada paseo descubríamos un nuevo rincón…

 

…donde descubrimos la verdadera gastronomía sarda, llena de pescados y mariscos frescos,  a buen precio, o unos embutidos y encurtidos fantásticos. Encontrar lugares como el «Café de París», una pequeña trattoria familiar en la que sólo el trato era mejor que su cocina ayudó mucho en esta empresa, por cierto. Y vistas las opiniones que dan sobre ellos, está claro que no nos equivocamos.

 

Bueno, al lío. Pensábamos que podríamos recorrer toda la isla con el coche, sin habernos percatado del gran tamaño que tiene Cerdeña. Si a esto añadimos que hacíamos paradas en cada rincón que nos gustaba (y son muchísimos), kilómetros hicimos pocos, quedándonos sólo en la parte más septentrional. Así que pronto decidimos recorrer menos, pero sin prisa. Y acertamos.

 

De manera resumida, y de este a oeste, nos paseamos por la Costa Esmeralda, reconociendo que, a pesar de la espectacularidad de las vistas, fue una de las partes que menos nos gustó, por estar un poco masificada…

 

…llegamos hasta la también turística Santa Teresa de Gallura…

 

…descubrimos playas que nos parecía imposible que estuvieran en el mismo Mar Mediterráneo que compartimos. Dunas y vegetación, junto a una arena finísima,  con las aguas más limpias que habíamos visto hasta entonces…

 

…llegando hasta Alghero, una de las principales ciudades, donde las huellas de un pasado muy relacionado con España son más que evidentes.

 

Pese a todo, lo que más nos enganchó fue el interior del territorio. Rural, sencillo, auténtico, sin adornos, porque tampoco los necesita. Una rica historia, llena de capítulos escritos por cada uno de los pueblos que pasaron por allí, siendo lugar de descanso en sus idas y venidas por el mar, ya fuese para comerciar, guerrear o descubrir nuevos mundos. Arte, historia y arqueología, el hilo que nos unirá a la isla durante algunos años más.

 

Aquí fue donde comenzó nuestro viaje, aquí vimos y comprendimos una nueva forma de ver y disfrutar la vida, aquí volvemos cada año para restituir un poquito de todo lo que nos ha dado este paraíso, siendo conscientes de su fragilidad y de la importancia que tiene para sus gentes, que van mucho más allá de verlo tan sólo como un recurso turístico.

Sin rumbo para encontrarnos…

Llevamos más días de lo habitual sin publicar,  pero tenemos un buen motivo: estamos de viaje. Además queríamos probar otra forma de hacerlo, sin rumbo, sin prisas y, sobre todo, sin lastres. Acercarnos todo lo posible al concepto de «slow-travel», al viajero minimalista, por lo que el proceso de preparación comenzó bastante tiempo antes de lo habitual, pues habia que preparar, sobre todo, la cabeza. Habrá material de sobra para hablar sobre ello. Decidimos dejar en casa lo máximo, incluida la cámara de fotos, y sobrevivir sólo con el telefono y su cargador para el coche, así que nos olvidamos de buscar enchufes. Como inconveniente, no siempre es fácil encontrar una buena conexión  (Hola? Siglo XXI… Mundo rural…) El caso es que salimos de casa hace diez días, sin destino ni rumbo fijo, y sólo una idea: ir despacio. Y así, tras dormir en el Pirineo aragonés en casa de nuestra amiga Eva, quien nos ha inspirado y ayudado con el tema logístico,  cruzamos la frontera por los pueblos y castillos cátaros, aquellos que serían tan castigados durante la cruzada albigense del siglo XIII y que nos ha dejado castillos tan imponentes como el de Foix, y plazas tan maravillosas como la de Mirepoix.

 

Y de ahí, por la maravillosa carretera que pasa por el encantador pueblecito de Fanjeux, hasta Carcassonne. Tal vez sea una rehabilitación sobreactuada, pero nunca nos cansamos de recorrer sus callejuelas.

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Poco después llegamos a Narbona y su casco medieval, y entramos en la Provenza romana,  donde nos seducen los teatros y templos de Nîmes, la impresionante Arlés, Saint Remy de Provence o el teatro de Orange.

 

Y, por supuesto, Avignon, que a pesar de su monumentalidad, nos gustó menos de lo esperado.

Los campos de lavanda se resistían. No sería hasta el final de esa etapa cuando encontrásemos alguno, todavía sin alcanzar su plenitud, dadas las fechas. Pero aún así, de una belleza especial.

 

Estábamos en un cruce de caminos y tocaba elegir: o la carretera costera o los Alpes, y lo tuvimos claro: montaña.

Los Alpes provenzales nos recibieron con la fiesta de la trashumancia, ferias y tradiciones y un paisaje cada vez más bello.

 

Y llegó la frontera de nuevo. Esta vez, Italia.  Por los puertos de montaña, curva tras curva por el Col de Larche entre lagos y praderas hasta Cuneo, nuestra primera ciudad en suelo de la Italia continental, un pequeño aperitivo de Torino, la ciudad desde la que escribimos y donde pasaremos el fin de semana, fiestas de San Giovanni. Pero eso, ya os lo contaremos en otro momento.

 

Seguimos en la carretera.