Soria. Porque «caminante no hay camino, se hace camino al andar»…

No os vayais a pensar que sólo viajamos por el extranjero, porque no es cierto. Nos encanta perdernos por España y descubrir lo que nosotros denominamos “paraísos cercanos”. Y como servidora suele trabajar festivos y fines de semana, los viajes los hacemos en fechas impensables, por lo que nos hemos acostumbrado a visitar los lugares sin aglomeraciones ni ruido. Esto nos permite, además, viajar sin apenas previsión y pagando menos. Así lo hicimos en 2015, en los días posteriores a la Semana Santa. Pusimos rumbo a Soria, y a improvisar. Teníamos varias ideas para estos días: Antonio Machado, vinos de Ribera del Duero y patrimonio, teníamos ganas de “ver piedras”.

Decidimos viajar por la carretera nacional porque eso nos permitía parar en cada pueblecito que se nos antojara, a tomar un café o dar un paseo por su plaza… Y llegamos a Soria de tarde. Encontramos alojamiento fácilmente y no muy caro, en el mismo centro, sin que aparcar el coche supusiera un problema. Y salimos a cenar algo, con unos vinos de la tierra, claro. A la mañana siguiente, sin prisa, callejeamos y descubrimos la famosa mantequilla de Soria (dulce o salada), los pasos de Antonio Machado por la ciudad, los restos de alguna vieja iglesia y el devenir tranquilo de su gente.

 

Pero queríamos perdernos. Tomar cualquier carretera y vagar sin rumbo fijo por campos de Castilla, curiosear en sus pueblos, abrir sus iglesias y degustar sus vinos. Mapa en mano, fuimos haciendo el itinerario.

Nos acercamos hasta los Arcos de San Juan de Duero, un claustro maravilloso y ecléctico que disfrutamos solos, y con la amabilidad del taquillero, que nos prestó un libro que explicaba toda la simbología de los capiteles… cosas de viajar en días que no hay nadie, ya os lo decimos. No llegamos a ir hasta el mirador de la ciudad, donde se encuentra el monumento a Machado porque decidimos irnos a Calatañazor, uno de esos pueblos que deberían aparecer siempre en el ránking de “pueblos más bonitos de España”. Calles empedradas, un callejero y arquitectura bastante bien conservados (o recuperados) y un restaurante donde meterse un buen chuletón entre pecho y espalda. De allí, a El Burgo de Osma, donde su antigua universidad ha sido reconvertida en un moderno spa (¡!) y, aunque mantiene el encanto de su calle principal, esperábamos más. Así que, algo decepcionados, decidimos no pasar allí la noche, tal y como habíamos pensado, y acertamos. San Esteban de Gormaz, nuestra siguiente parada, fue todo un acierto.

 

Empezando por el alojamiento rural (elegida allí mismo, en la puerta de la propia casa, con el móvil conectado a Booking) y su dueño, que no pudo ser más amable. No nos gusta hacer publicidad de los sitios, a no ser que realmente nos gusten, y este es uno de ellos. La casa se llama “El Zaguán del Rivero” y nos encantó por dos detalles: la copa de vino servida en su propia bodega centenaria, excavada bajo el actual salón, y los libros de poesía de Machado en las habitaciones. Además, no había nadie, así que dormimos de lujo, no sin antes darnos un paseo por el pueblo y cenar donde nos recomendó el dueño, otro acierto.

 

 

Al día siguiente pusimos rumbo al yacimiento romano de Tiermes. Pese al mal tiempo, disfrutamos como enanos recorriendo las pasarelas, conductos y caminos de aquel complejo milenario, que se extiende sobre varias hectáreas de terreno. Llegamos a Berlanga de Duero justo a la hora de comer, y aunque no pudimos visitar el castillo, con las vistas exteriores nos conformamos. Espectacular es poco.

 

Abrimos paréntesis en el relato para recordar que entre semana muchos monumentos y museos están cerrados, hay que tenerlo siempre en cuenta cuando viajas fuera de fechas si no quieres ir de cabreo en cabreo. Pero nosotros habíamos llamado a la Oficina de Turismo para asegurarnos de poder entrar a uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer, la ermita mozárabe de San Baudelio, cuya historia de expolio y su posterior proceso judicial recuerdan mucho al caso del Monasterio de Sigena (Huesca). Parece mentira que el mismo hombre que es capaz de crear un monumento semejante, y mantenerlo durante siglos en medio del campo, sea capaz de destruirlo por arrancar las pinturas para malvenderlas. Pero el comercio del arte es el mayor enemigo del patrimonio, en todas partes, siempre.

Esa noche dormiríamos en Almazán, pero antes paramos a visitar la localidad de Rello, y los restos de su fortaleza.

Almazán y Morón de Almazán serían las visitas del último día de viaje, un día que nos dio por saltar en todas las fotos… originales que somos. Y por aprovechar hasta el último momento, en el camino de vuelta paramos en Medinaceli, para callejear y estirar las piernas antes de abandonar la comunidad castellana y volver a casa, no sin antes prometernos que volveríamos, para visitar el Cañón del Río Lobo.