Cerdeña, el paraíso hecho isla.

Llevamos un tiempo sin escribir, sí. Pero están siendo semanas de idas y venidas, y no hemos tenido el tiempo necesario para sentarnos y dedicar unas horas al blog, aunque no será por ganas y cosas que contar. Estamos a punto de cerrar un año muy especial, una etapa de nuestra vida que quedará marcada para siempre. Un año sabático del que aún no os lo hemos contado casi nada, pero que iremos desgranando poco a poco. Y lo haremos desde el principio: en el capítulo de hoy,  «así comenzó todo…» Y es que la idea empezó a gestarse en aquel ya casi lejano 2014, cuando casi por casualidad acabamos pasando unos días en Cerdeña, elegida al azar, un lugar que nunca nos habíamos planteado, un lugar que nos robó el corazón y al que volveríamos varias veces, pero eso nosotros entonces no lo sabíamos.

 

En este post os hablaremos de ese primer viaje, casi típico, de turista, hotel y playa, contratado en la web de atrápalo (que tantas ideas y algún viaje nos ha dado) pero que nos ayudó a ver las cosas con otros ojos, que nos abrió la mirada a nuevos lugares y formas de vida, que nos hizo replantearnos muchas cosas… hasta que acabamos dando consistencia a la idea de organizar un año sabático y viajero meses después.

 

La oferta, bueno, ofertón, pues nunca hemos vuelto a ver otra igual, incluía hotel y viaje en ferry desde Barcelona, con el coche incluido, lo que nos daba libertad para movernos por la isla a nuestro antojo. Así que reservamos y nos plantamos en un lugar del que casi nada sabíamos.

 

Muchos de los lugares que mencionaremos en esta primera aventura, si conocéis algo de la isla, os sonarán, pues, como hemos dicho, fue una primera toma de contacto, de corta duración, y por la zona norte, la más conocida y desarrollada para el turismo. Nuestro lugar de referencia sería Castelsardo, un pueblo costero donde estaba el hotel. Un pueblo mediterráneo como muchos, empedrado, enrocado y amurallado, lleno de colores pastel y esa luz tan especial que sólo da el sol del Mediterráneo.

 

Unas calles que recorrimos sin cansarnos, de día y de noche, mañana y tarde, porque en cada paseo descubríamos un nuevo rincón…

 

…donde descubrimos la verdadera gastronomía sarda, llena de pescados y mariscos frescos,  a buen precio, o unos embutidos y encurtidos fantásticos. Encontrar lugares como el «Café de París», una pequeña trattoria familiar en la que sólo el trato era mejor que su cocina ayudó mucho en esta empresa, por cierto. Y vistas las opiniones que dan sobre ellos, está claro que no nos equivocamos.

 

Bueno, al lío. Pensábamos que podríamos recorrer toda la isla con el coche, sin habernos percatado del gran tamaño que tiene Cerdeña. Si a esto añadimos que hacíamos paradas en cada rincón que nos gustaba (y son muchísimos), kilómetros hicimos pocos, quedándonos sólo en la parte más septentrional. Así que pronto decidimos recorrer menos, pero sin prisa. Y acertamos.

 

De manera resumida, y de este a oeste, nos paseamos por la Costa Esmeralda, reconociendo que, a pesar de la espectacularidad de las vistas, fue una de las partes que menos nos gustó, por estar un poco masificada…

 

…llegamos hasta la también turística Santa Teresa de Gallura…

 

…descubrimos playas que nos parecía imposible que estuvieran en el mismo Mar Mediterráneo que compartimos. Dunas y vegetación, junto a una arena finísima,  con las aguas más limpias que habíamos visto hasta entonces…

 

…llegando hasta Alghero, una de las principales ciudades, donde las huellas de un pasado muy relacionado con España son más que evidentes.

 

Pese a todo, lo que más nos enganchó fue el interior del territorio. Rural, sencillo, auténtico, sin adornos, porque tampoco los necesita. Una rica historia, llena de capítulos escritos por cada uno de los pueblos que pasaron por allí, siendo lugar de descanso en sus idas y venidas por el mar, ya fuese para comerciar, guerrear o descubrir nuevos mundos. Arte, historia y arqueología, el hilo que nos unirá a la isla durante algunos años más.

 

Aquí fue donde comenzó nuestro viaje, aquí vimos y comprendimos una nueva forma de ver y disfrutar la vida, aquí volvemos cada año para restituir un poquito de todo lo que nos ha dado este paraíso, siendo conscientes de su fragilidad y de la importancia que tiene para sus gentes, que van mucho más allá de verlo tan sólo como un recurso turístico.

Tarazona y el Moncayo

Este fue uno de esos viajes que haces, sencillamente, porque tienes un amigo que vive allí y vas a pasar unos días a su casa (el antecesor del couchsurfing,o  el viajar pobre de toda la vida) y fue un gran descubrimiento.

El Moncayo es la comarca zaragozana que limita con Soria, Navarra y La Rioja, a las faldas del monte que la bautiza. Una comarca llena de historia y patrimonio.

Nuestra primera parada fue Tarazona, cuya judería sería la primera que visitábamos, un tema de nuestra historia poco conocido para el público general, y que nos ha dejado un rico patrimonio, en forma de calles, barrios y algunos  edificios sobresalientes que hablan de nosotros, de no hace tanto tiempo, de otra España.  Es también una muy buena forma de viajar por todos los rincones del país, diferentes entre sí pero con un punto en común. Si os interesa el tema, encontraréis información en la web de Red de Juderías de España.

 

Tarazona es, también, ciudad de restauración. Años de trabajo en la judería, con una escuela taller; en la catedral, 20 años de labor de de Patrimonio Nacional; o los próximos trabajos en el Palacio Episcopal, han demostrado, además, que la intervención e interpretación del patrimonio son una fuente de trabajo muy a tener en cuenta para el desarrollo del turismo cultural. Por esa misma razón os animamos a visitar la ciudad y la catedral mediante visitas guiadas, no os defraudarán (y os aseguramos que pocas veces en este blog vais a leer este comentario) Magníficas profesionales de la Fundación Tarazona Monumental os acercarán todos los detalles y secretos de cada rincón que visitéis. A nosotros nos robó el corazón la iglesia de La Malena, con ese nombre tan aragonés, tan mudéjar y esbelta su torre…

 

Además, Tarazona tiene en su ayuntamiento una espléndida fachada renacentista, de las mejores del país; una característica plaza de toros y algunas casas colgantes que no tienen nada que envidiar a las de Cuenca.

 

Buenos vinos de la D.O. Campo de Borja y buen ambiente para salir de tapeo. Hay establecimientos para todos los gustos, desde el pequeño y «de toda la vida» para una tapa casi preparada ante tus ojos (el «Visconti»), hasta aquellos en los que merece la pena pasar un buen rato observando el edificio (el «Amadeo I») Y otros muchos para descubrir, por supuesto. Si a todo lo anterior añadimos un entorno natural enclavado en la antigua fontera de los reinos de Aragón y Castilla, poco más se puede pedir.

No es donde parece… es Aragón.

Una de las cosas que más nos gusta de viajar es que nos rompe los esquemas y clichés que llevamos en la cabeza. Siempre. Y para ello no hace falta cruzar el mundo o mezclarse con tribus aborígenes: muchas veces, cerca de casa, hay pequeños paraisos inesperados, lugares que parecen sacados de su contexto, que no están donde parece…

Porque no hace falta ir a Asia para pasear por la tranquilidad de un templo budista…

… teniendo en la provincia de Huesca el centro Dag Shang Kagyu.

 

Ni tienes que viajar a Italia para disfrutar de la bella arquitectura renacentista…

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Plaza Mayor de Graus. Imagen de Gozarte.

…teniendo Fonz, La Puebla de Castro o Graus (y su maravillosa plaza Mayor) esperándote.

 

O si lo que buscas es Modernismo…

…aprenderás a ver Teruel con otros ojos.

 

Si lo que deseas es conducir por la Toscana y probar sus vinos y aceites…

…debes conocer el Somontano de Barbastro.

 

Y, por supuesto, no hace falta ir hasta el lejano Oeste…

…para disfrutar del desierto, estando aquí Los Monegros.

 

Porque viajar no es irse lejos, sino aprender a ver con otra mirada lo que creemos conocer.

Post editado. Febrero 2017.

Soria. Porque «caminante no hay camino, se hace camino al andar»…

No os vayais a pensar que sólo viajamos por el extranjero, porque no es cierto. Nos encanta perdernos por España y descubrir lo que nosotros denominamos “paraísos cercanos”. Y como servidora suele trabajar festivos y fines de semana, los viajes los hacemos en fechas impensables, por lo que nos hemos acostumbrado a visitar los lugares sin aglomeraciones ni ruido. Esto nos permite, además, viajar sin apenas previsión y pagando menos. Así lo hicimos en 2015, en los días posteriores a la Semana Santa. Pusimos rumbo a Soria, y a improvisar. Teníamos varias ideas para estos días: Antonio Machado, vinos de Ribera del Duero y patrimonio, teníamos ganas de “ver piedras”.

Decidimos viajar por la carretera nacional porque eso nos permitía parar en cada pueblecito que se nos antojara, a tomar un café o dar un paseo por su plaza… Y llegamos a Soria de tarde. Encontramos alojamiento fácilmente y no muy caro, en el mismo centro, sin que aparcar el coche supusiera un problema. Y salimos a cenar algo, con unos vinos de la tierra, claro. A la mañana siguiente, sin prisa, callejeamos y descubrimos la famosa mantequilla de Soria (dulce o salada), los pasos de Antonio Machado por la ciudad, los restos de alguna vieja iglesia y el devenir tranquilo de su gente.

 

Pero queríamos perdernos. Tomar cualquier carretera y vagar sin rumbo fijo por campos de Castilla, curiosear en sus pueblos, abrir sus iglesias y degustar sus vinos. Mapa en mano, fuimos haciendo el itinerario.

Nos acercamos hasta los Arcos de San Juan de Duero, un claustro maravilloso y ecléctico que disfrutamos solos, y con la amabilidad del taquillero, que nos prestó un libro que explicaba toda la simbología de los capiteles… cosas de viajar en días que no hay nadie, ya os lo decimos. No llegamos a ir hasta el mirador de la ciudad, donde se encuentra el monumento a Machado porque decidimos irnos a Calatañazor, uno de esos pueblos que deberían aparecer siempre en el ránking de “pueblos más bonitos de España”. Calles empedradas, un callejero y arquitectura bastante bien conservados (o recuperados) y un restaurante donde meterse un buen chuletón entre pecho y espalda. De allí, a El Burgo de Osma, donde su antigua universidad ha sido reconvertida en un moderno spa (¡!) y, aunque mantiene el encanto de su calle principal, esperábamos más. Así que, algo decepcionados, decidimos no pasar allí la noche, tal y como habíamos pensado, y acertamos. San Esteban de Gormaz, nuestra siguiente parada, fue todo un acierto.

 

Empezando por el alojamiento rural (elegida allí mismo, en la puerta de la propia casa, con el móvil conectado a Booking) y su dueño, que no pudo ser más amable. No nos gusta hacer publicidad de los sitios, a no ser que realmente nos gusten, y este es uno de ellos. La casa se llama “El Zaguán del Rivero” y nos encantó por dos detalles: la copa de vino servida en su propia bodega centenaria, excavada bajo el actual salón, y los libros de poesía de Machado en las habitaciones. Además, no había nadie, así que dormimos de lujo, no sin antes darnos un paseo por el pueblo y cenar donde nos recomendó el dueño, otro acierto.

 

 

Al día siguiente pusimos rumbo al yacimiento romano de Tiermes. Pese al mal tiempo, disfrutamos como enanos recorriendo las pasarelas, conductos y caminos de aquel complejo milenario, que se extiende sobre varias hectáreas de terreno. Llegamos a Berlanga de Duero justo a la hora de comer, y aunque no pudimos visitar el castillo, con las vistas exteriores nos conformamos. Espectacular es poco.

 

Abrimos paréntesis en el relato para recordar que entre semana muchos monumentos y museos están cerrados, hay que tenerlo siempre en cuenta cuando viajas fuera de fechas si no quieres ir de cabreo en cabreo. Pero nosotros habíamos llamado a la Oficina de Turismo para asegurarnos de poder entrar a uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer, la ermita mozárabe de San Baudelio, cuya historia de expolio y su posterior proceso judicial recuerdan mucho al caso del Monasterio de Sigena (Huesca). Parece mentira que el mismo hombre que es capaz de crear un monumento semejante, y mantenerlo durante siglos en medio del campo, sea capaz de destruirlo por arrancar las pinturas para malvenderlas. Pero el comercio del arte es el mayor enemigo del patrimonio, en todas partes, siempre.

Esa noche dormiríamos en Almazán, pero antes paramos a visitar la localidad de Rello, y los restos de su fortaleza.

Almazán y Morón de Almazán serían las visitas del último día de viaje, un día que nos dio por saltar en todas las fotos… originales que somos. Y por aprovechar hasta el último momento, en el camino de vuelta paramos en Medinaceli, para callejear y estirar las piernas antes de abandonar la comunidad castellana y volver a casa, no sin antes prometernos que volveríamos, para visitar el Cañón del Río Lobo.