BratisLover: Viena-Bratislava y un buen chocolate

A sólo una hora en tren de Viena se encuentra Bratislava. Una excursión de día que veréis anunciada en estaciones de tren (OBB, la compañía austriaca de trenes) y que merece mucho la pena, pues por sólo 16 euros (año 2016) tendréis billete ida y vuelta para conocer una ciudad y un país que, siendo sinceros, no entra en los planes de muchos viajeros.

Nada más llegar a la estación, un gran cartel nos anuncia el país que pisamos. Y menos mal, porque al salir a la calle uno tiene la sensación de haber retrocedido en el tiempo décadas atrás. La estación de tren se encuentra en una zona ampliada de la ciudad, y mantiene intacto su aire soviético y racionalista durante toda la avenida que recorreréis hasta llegar al centro. Aunque resulta interesante adentrarse en el patio de la Universidad, detenerse ante las estatuas socialistas o ver pasar antiguos buses urbanos, hoy reconvertidos en turísticos.

 

El centro de la ciudad es tan adorable como se espera de una ciudad centroeuropea. Pasear y callejear es un gustazo para los amantes de los detalles y la fotografia. Muy recomendable es visitar la cripta de la catedral, conservada como pocas, y entrar a cualquier pastelería o chocolatería, donde darse un capricho por mucho menos precio que en la vecina Viena. O subir al castillo ( reconstruido) por las vistas, especialmente por construcciones como puentes, avenidas o edificios de la época socialista, que vistos desde la perspectiva, lucen toda su grandiosidad. Y por la moneda no os preocupéis, se paga en euros.

Sí todavía no os he convencido, aquí está el enlace a su página de turismo. Para morir de amor con sus fotos. Página web de promoción turística de Bratislava

Viena, capital de la vieja Europa

Siempre hay una primera vez, un momento que marca un antes y un después. Para mí, uno de esos momentos fue el viaje a Viena del año 2012, centenario del nacimiento de Gustav Klimt. Un viaje que puede parecer normal, al fin y al cabo, ni siquiera es salir de Europa, pero que las circunstancias convirtieron en algo único. No era un viaje más, era el primero de muchos, y con el mejor compañero de andanzas. Por eso abre este blog.

Desde entonces, todos los viajes han seguido una temática, un hilo conductor que nos llevaba de un lugar a otro por una razón concreta. Un criterio para moverte por lugares desconocidos, eligiendo qué ves y qué no. Es fácil cuando te gusta el arte. Viena, para nosotros, era Modernismo, era ese Art Nouveau que florecía en Europa antes de la gran guerra. Cuadros, frescos, muebles, arquitectura… todo rompía con aquella Europa decimonónica que olía a rancio armario y moños empolvados. Y ese iba a ser el contexto de nuestra visita a la capital austriaca. Bueno, ese y los cafés vieneses, Patrimonio de la Humanidad, donde esperábamos tomar los mejores cafés, acompañados de los pasteles más deliciosos.

Llegar fue fácil, un vuelo casi barato nos llevó desde Barcelona hasta Viena, donde nos alojaríamos en una habitación de residencia de estudiantes, reconvertida en hotel durante el verano, algo muy común. No tenía grandes lujos, pero para dormir y ducharnos era más que suficiente.

Un primer paseo al caer la tarde nos daría una buena primera impresión de Viena, aunque había algo, que no identificábamos, que no cuadraba. Aún así, era una gran ciudad centroeuropea, en una buenísima tarde de mediados de septiembre. Descubrimos buenas cervezas, cafés con más fama que sabor y que el plato nacional es el escalope a la milanesa. Eso sí, los escaparates de las pastelerías era irrepetibles y comer salchichas por la calle, un deporte nacional.

 

 

 

Callejeábamos buscando perlas escondidas de modernismo como la Apotheke o la Secesión Vienesa. Y tras varios días por Viena nos dimos cuenta de lo que no encajaba en la ciudad: era todo absolutamente igual. Las fachadas, muchas iglesias, todas las cúpulas que se alzaban en su cielo, eran iguales. El gran reinado de Franz Joseph I (de 1848 hasta su muerte, en 1916) se materializó en tirar gran parte de la ciudad y volver a levantarla al gusto de la época. Grandiosa sí, pero monótona hasta aburrir en su anchas calles, diseñadas para coches de caballos, amplias puertas (con el mismo motivo) y blancas fachadas coronadas con cúpulas de verde bronce. Se salvaron escasos monumentos de la fiebre imperial, la catedral de St. Stephan (hoy rodeada de edificios nuevos) la iglesia votiva o el ayuntamiento gótico (Rathause). Así, no queda prácticamente nada anterior a la época imperial.

El Naschmarkt está muy cerca del edificio de la Secesión Vienesa. Es uno de los grandes mercados europeos, el que más se parece a los mercados latinos o asiáticos, por su colorido y variedad.

Nuestro viaje consistió en visitar todo cuanto pudimos sobre Gustav Klimt; perdernos por los inmensos museos vieneses, descubrir su edificaciones modernistas y un par de escapadas a ciudades cercanas: Melk y su monasterio barroco y Bratislava, capital de Eslovaquia. Y cómo no, visitar los cafés de Viena, Patrimonio de la Humanidad, por haber sido lugar de encuentro y charla de la burguesía europea de finales del XIX.