Sin rumbo para encontrarnos…

Llevamos más días de lo habitual sin publicar,  pero tenemos un buen motivo: estamos de viaje. Además queríamos probar otra forma de hacerlo, sin rumbo, sin prisas y, sobre todo, sin lastres. Acercarnos todo lo posible al concepto de «slow-travel», al viajero minimalista, por lo que el proceso de preparación comenzó bastante tiempo antes de lo habitual, pues habia que preparar, sobre todo, la cabeza. Habrá material de sobra para hablar sobre ello. Decidimos dejar en casa lo máximo, incluida la cámara de fotos, y sobrevivir sólo con el telefono y su cargador para el coche, así que nos olvidamos de buscar enchufes. Como inconveniente, no siempre es fácil encontrar una buena conexión  (Hola? Siglo XXI… Mundo rural…) El caso es que salimos de casa hace diez días, sin destino ni rumbo fijo, y sólo una idea: ir despacio. Y así, tras dormir en el Pirineo aragonés en casa de nuestra amiga Eva, quien nos ha inspirado y ayudado con el tema logístico,  cruzamos la frontera por los pueblos y castillos cátaros, aquellos que serían tan castigados durante la cruzada albigense del siglo XIII y que nos ha dejado castillos tan imponentes como el de Foix, y plazas tan maravillosas como la de Mirepoix.

 

Y de ahí, por la maravillosa carretera que pasa por el encantador pueblecito de Fanjeux, hasta Carcassonne. Tal vez sea una rehabilitación sobreactuada, pero nunca nos cansamos de recorrer sus callejuelas.

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Poco después llegamos a Narbona y su casco medieval, y entramos en la Provenza romana,  donde nos seducen los teatros y templos de Nîmes, la impresionante Arlés, Saint Remy de Provence o el teatro de Orange.

 

Y, por supuesto, Avignon, que a pesar de su monumentalidad, nos gustó menos de lo esperado.

Los campos de lavanda se resistían. No sería hasta el final de esa etapa cuando encontrásemos alguno, todavía sin alcanzar su plenitud, dadas las fechas. Pero aún así, de una belleza especial.

 

Estábamos en un cruce de caminos y tocaba elegir: o la carretera costera o los Alpes, y lo tuvimos claro: montaña.

Los Alpes provenzales nos recibieron con la fiesta de la trashumancia, ferias y tradiciones y un paisaje cada vez más bello.

 

Y llegó la frontera de nuevo. Esta vez, Italia.  Por los puertos de montaña, curva tras curva por el Col de Larche entre lagos y praderas hasta Cuneo, nuestra primera ciudad en suelo de la Italia continental, un pequeño aperitivo de Torino, la ciudad desde la que escribimos y donde pasaremos el fin de semana, fiestas de San Giovanni. Pero eso, ya os lo contaremos en otro momento.

 

Seguimos en la carretera.

Manifiesto vital

Podríamos decir que en el mundo hay muchos tipo de personas, pero no nos gustan las etiquetas. Preferimos decir que hay muchas actitudes ante la vida, forzadas por las circunstancias o elegidas libremente, y a nosotros nos gustan las luchadoras, las que siempre miran hacia adelante, las que no se resignan, las que van más allá, las que aspiran a algo más (o menos) para avanzar en su camino, físico o personal.

En un mundo loco, lleno de «coachs» personales, en el que estando más conectados que nunca, nos sentimos más aislados; en el que desconfiamos como siempre del extraño y del extranjero; en el que cuanta más información tenemos, menos sabemos, tomamos la decisión de romper las barreras y salir a «ver mundo», como decían nuestros abuelos, para vernos reflejados en las actitudes de un desconocido, y descubrir que somos más parecidos de lo que creemos.

No es sólo un viaje físico por otros países y continentes, es algo que empieza mucho antes, cuando te cuestionas la vida más allá de tu rutina diaria, tus hábitos de consumo y tu posición social o política. Cuando quieres volver a ser anónimo porque la mayor riqueza es tener tiempo libre, y te sientas en un banco a ver pasar gente apresurada. Cuando descubres la rueda de hámster en la que vives (de oro, eso sí, pero igual de esclava) y te planteas muy en serio vender tus pertenencias, meter un poco de ropa en una mochila y volver a extender tus límites personales. Aprender a desaprender lo sabido y volver a ser la pieza que no encajaba en el engranaje y lo hacía chirriar.

Y en ello andamos.