Oaxaca, un sueño alcanzado

Nos espera otra ciudad con apellido: Oaxaca de Juarez.

Más conocida como Guajaca, es la parada a la que nos conducen algo más de diez horas de autobús nocturno, sorteando la Sierra Atravesada y la Sierra Madre del Sur, por lo que, como podéis imaginar, curvas no nos faltaron en todo el trayecto. Fue una noche dura, pero que nos permitió despertar a unos pocos kilómetros de la ciudad, notando que el paisaje había cambiado por completo: cactus gigantescos, desierto puro… Esto se parecía más al México que habíamos visto en las películas.

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México en estado puro.

Esta etapa nos suponía un gran desvío hacia el oeste, atravesando por el centro el istmo de Tehuantepec, pero era la única visita obligada para Quique en todo el recorrido por México. Aunque ahora ya sabemos que no es garantía de (casi) nada, Oaxaca está considerada Ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y la recomendación de un profesor muy particular de la Universidad de Zaragoza, enamorado de ella, es lo que la convirtió en parada obligatoria. No nos defraudó ni un solo segundo, desde que pusimos los pies en ella.

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Oaxaca, ciudad de luz y color.

También teníamos en esta ocasión un hoster de Couchsurfing, y si en Tuxla Gutiérrez habíamos tenido muchísima suerte al encontrar a Rogelio, ya no sabemos qué palabras utilizar para describir lo que fue para nosotros Omar. Se escapó de su trabajo para recogernos en la estación, nos acercó al centro mientras nos explicaba a toda velocidad los cuatro puntos básicos para pasar esa mañana,  nos dejó en un puesto para que desayunásemos y se llevó nuestras maletas en su coche, para que nos moviésemos con total libertad. Ojipláticos no quedamos, al tiempo que veíamos cómo nos preparaban un desayuno increíble, mientras nuestras maletas se iban con un tipo al que acabábamos de conocer hacía apenas tres minutos, en el que depositábamos toda nuestra confianza… y en el que la volveríamos a depositar una y mil veces. Qué ejemplos nos daba en cada palabra y en cada gesto, durante la semana que pasamos junto a él.

Esa primera mañana la pasamos paseando por el centro, hasta la hora de comer, y ya para Gemma pasó a ser una de las ciudades más bellas en las que había estado nunca. Oaxaca tiene algo especial que atrae y enamora desde que pones sus ojos en cualquiera de sus espacios. Está hecha, pensada y mantenida para ser vivida y disfrutada por sus habitantes, en la que las prisas y el estrés se quedan más allá de los extrarradios. Iglesias, Centros Cívicos, Culturales, bibliotecas, calles peatonales, puestos de artesanías, cafeterías, galerías de arte, mercados… Todo en edificios coloniales, abiertos al público, al paseante, espectaculares, y, lo más importante, hechos y pensados para ser vividos y disfrutados por los habitantes de la ciudad. Todo, absolutamente todo, tiene vida.

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Edificios destacados en Oaxaca.

 

Seguimos paseando y, sin darnos cuenta, llegamos al Zócalo, la plaza principal de la ciudad. Ahí está la catedral, la más barroca que hemos visto hasta el momento, según dicen los lugareños, una de las más bellas del país, y un coqueto kiosco para la música. Nos colamos en el antiguo Convento de Santa Catalina, reconvertido hoy en hotel de lujo, pero con zonas abiertas al público.

Se ha hecho ya la hora de comer, y Omar se une a nosotros. Ha ido a buscar a su hija al cole, y nos lleva al recién remodelado mercado. Nos va a enseñar cómo movernos por ahí: entramos por el pasillo de las carnes, donde selecciona las que le parecen más apetecibles y jugosas. Aquí coge tortillas, allá negocia el precio de los nopales y cebollas tiernas, regatea porque sólo queremos media ración de chapulines. Sigue avanzando hasta un puesto en el que dos señoras dispensan las bebidas, pero ellas son las propietarias de las mesas y, sobre todo, de los fogones, así que ahí se entrega todo, y en menos de cinco minutos, está todo asado y en nuestra mesa, degustando una suculenta barbacoa completa. De nuevo, ojipláticos, pero llenando nuestros estómagos, y por unos precios fuera de toda competencia. Esto nos vino muy bien para el resto del viaje.

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Comiendo en el mercado.

Por cierto, los chapulines son muy crujientes, pero sólo saben a sal y limón… Como anécdota están bien, pero tampoco son un manjar por el que haya que cruzar el océano…

Nos despedimos de nuevo de Omar. Salimos a la calle, y nos volvemos a tropezar con la ingente vida cultural de la ciudad: cada portal alberga un museo diferente, sorprendente, con una calidad y de un nivel como no habíamos visto casi en ninguna ciudad europea. Entramos en anticuarios, librerías de libro viejo y antiguo, colecciones particulares de antigüedades, pero con una musealización exquisita, exposiciones de periodismo gráfico de la última mitad del S. XX con caricaturas de Rogelio Naranjo… Todo esto y sólo llevamos un rato aquí!!!

 

Ya de noche, Omar nos hace una nueva propuesta: nos lleva a un teatro increíble en el que se proyecta, dentro de un ciclo de cine sobre cuestiones indígenas, «El abrazo de la serpiente«, una película colombiana, considerada de bajo presupuesto y que llegó a estar nominada a los Óscar. Todo es espectacular: el lugar, la película, el ambiente… Nada nos dejó indiferentes.

Comenzamos a estar cansados, así que, en otro puesto callejero, cogemos unas tlayudas, otra variante culinaria que no conocíamos, y nos vamos para casa. Pero como no paramos de hablar sobre cuestiones sociales, políticas y económicas, al llegar aún nos da tiempo para ver un documental sobre el conflicto en el sistema educativo mexicano, pues era algo que se dejaba ver en las calles pero sobre lo que no habíamos conseguido apenas información. Y no hay que olvidar que Oaxaca es uno de los centros más potentes de todo México en el aspecto universitario.

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Artesanía (alebrijes) y arte urbano.

El segundo día lo dedicamos a una de las zonas arqueológicas más importantes de la zona: Monte Albán. Omar, otra vez, nos acerca a los colectivos que llevan hasta el sitio arqueológico, puesto que aunque sólo está a diez minutos de la ciudad, no hay ningún transporte público que llegue hasta allí. Notamos que el clima también ha cambiado: hace calor y el sol es fuerte, pero la humedad ha bajado considerablemente respecto a lo que teníamos estos días atrás. La ciudad prehispánica está en un lugar elevado, lo que nos da una buena vista de la ciudad moderna, y permite una buena observación de la disposición de la ciudad antigua, aunque está muy restringido el movimiento por dentro de ella. El Museo de la Zona tampoco es mucho más que un pequeño almacén de los restos hallados y que no han tenido el valor suficiente para ser llevados a los grandes museos, así que nos vamos un poco decepcionados. Lo poco que sacamos en claro: ya no estamos en zona maya. Esto es reino zapoteca y, al norte, en la sierra, los mixes nunca fueron conquistados.

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Monte Albán.

Volvemos a la ciudad moderna, son más de las 15:00, así que el mercado es nuestra salvación para comer algo y, de nuevo, tarde de museos: el Rufino Tamayo, otra colección particular, es la gran joya de hoy, con una musealización digna de estudio. Para nosotros, uno de los mejores en cuanto a contenido y diseño que hemos visitado nunca.

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Museo Rufino Tamayo.

Salimos ya de noche y nos espera Omar para dar un paseo nocturno. Nos lleva a un mirador para ver la ciudad desde lo alto, de noche; al cerro donde celebran la Guelaguetza, y, para terminar, nos vamos a un pueblecito cercano, para degustar la auténtica gastronomía de la zona: tlayudas y huaraches, una especie de tacos pero de tamaño gigantesco. De hecho, un huarache es una sandalia, así que viene a ser  como «un taco del tamaño de un zapato». Todo un lujo. Volvemos hablando de literatura mexicana y de la tradición del día de muertos y eso nos lleva a terminar la jornada viendo «Macario«, una película de cine mexicana en blanco y negro de 1960. Esto empieza ya a ser cosa de freaks

Al día siguiente volvemos a nuestras andanzas aventureras por querer evitar los tours turísticos organizados. El objetivo es llegar a Hierve el Agua,  y todos los caminos nos conducen a las agencias. Pero estamos empeñados en evitarlas, pues la ruta obliga a visitar varios enclaves más que no nos interesan (fábricas mezcaleras y de ponchos, entre otros), así que nos lanzamos, de nuevo, a la lucha. Descubrimos que hay un lugar desde el que salen busetas hasta allí: Mitla. Y para llegar a Mitla, podemos coger un bus de 2ª en la estación, así que nos disponemos a ello. Pero eso supone lidiar con los horarios relajados de esos autobuses: pueden llegar con un retraso considerable y no salir hasta que estimen que la cantidad de viajeros es suficiente. A pesar de haber salido pronto, llegamos a nuestro primer destino a las 12:30. Donde descarga el autobús están esperando los todoterreno que parten hacia Hierve el Agua. Nos ofrecen billetes por 55 pesos cada uno, a los que decimos que no. Preguntamos a los taxis que hay un poco más adelante y nos dicen que no hacen ese recorrido. Al volver, el mismo conductor nos baja el precio a 40 pesos por los dos, así que nos montamos. El recorrido es espectacular, y entendemos por qué no lo hacen los taxis normales: sólo apto para 4×4. Toda la sierra a nuestros pies, por terracería (camino sin asfaltar), pasando de lo más árido a un denso bosque de pino. Al llegar a la cima, nos encontramos con una carretera asfaltada, pero por la que sólo acceden los tours guiados. Una localidad intermedia se quejó de no obtener beneficio de Hierve el Agua, por lo que decidió poner de manera unilateral un peaje en el acceso asfaltado, y por eso por un lado van los viajes de un nivel, y, desde Mitla, van los de otro.

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La «carretera» de la disputa.

Aunque esta zona era usada desde época prehispánica, estuvo casi en el olvido hasta 1925 y se puso de moda a finales de 1990, con un anuncio de la cerveza Corona. Hoy ya se pueden apreciar las construcciones típicas de un monumento natural en puertas de sobreexplotación, aunque eso no le quita su encanto ni su belleza. Eso sí, como la mayoría de la gente va con los tours, disponen de poco tiempo para disfrutar de ellas. Siéntate, deja pasar el tiempo y varias oleadas de turistas, recórrelas enteras… Las cascadas pétreas son varias, y tienen varios puntos de vista desde los que observarlas. No tengas prisa, y disfruta de todos ellos, de los borbotones del agua sulfurosa, del calor del suelo…

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Hierve el Agua.

De regreso, nuevo slalom montañoso y en la ciudad, otro evento cultural: recital musical en la capilla de San Pablo, organizado por el mecenas de turno, que ha pagado la composición y ahora regala a la ciudad la partitura. Cosas de millonarios.

Nos vamos a cenar a un restaurante, La Garnachería, especializado en cocina del istmo. El camino para llegar es laberíntico, pero, por fortuna, tiene página de facebook, y, desde aquella noche, somos sus seguidores.

Esta va a ser nuestra despedida de Omar. Él nos ha abierto el concepto de lo que es ser hoster, lo que significa acompañar a alguien aunque no estés las 24 horas del día a su lado, darle confianza aunque no hayas tenido tiempo de demostrársela, ser el compañero que se necesita en cada instante aunque casi ni te hayas presentado, querer a tu ciudad para que el que viene a conocerla se enamore al primer instante…

Y, además, nos encaminó hacia nuestra siguiente parada: antes de llegar a la costa, conocer lo que es la altura y el frío de la sierra, haciendo escala en San José del Pacífico, a 2.500 metros de altura. Fue famosa hace unas décadas por la abundancia de hongos alucinógenos en sus bosques, hoy es lugar de rutas senderistas, BTT y ornitólogos.

Pero esa ya es otra historia.

 

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Ad aeternam Roma.

Admiramos a quienes van y visitan ciudades como Roma, París o similares en un fin de semana o puente. Siete días sin parar hemos estado, y nunca nos habíamos ido de ningún lugar con semejante sensación: apenas hemos visto la ciudad.

Sí, hemos paseado de día y de noche. Con lluvia y con sol. Hemos visto todo “lo que hay que ver”. Los monumentos. Las fuentes. Los barrios. Las afueras. Los bares y restaurantes. Las avenidas, calles y callejones. Lo moderno, lo antiguo y lo anterior. Las iglesias y templos. Las calzadas. Y apenas creemos haberla visto, disfrutado, conocido. Queremos vivir en Italia, ya os lo advertimos.

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Vuelo barato, hotel barato, mochila y a disfrutar. Esa era la filosofía del viaje.  Cuando no tenemos tiempo, o no queremos complicarnos la vida organizando (eh, a veces también nos gusta lo fácil, y descansar) elegimos una capital europea, para no tener que pensar en transportes y otros asuntos de intendencia. Ya os hemos contado en otras entradas viajes a ciudades como Lisboa, Viena, Bratislava , Bruselas o Madrid.  Si buscáis algo más sencillo, cualquier gran ciudad de España cumple el mismo papel, pero facilitando temas como transporte o idioma (podéis ver nuestros viajes a Bilbao, Valencia o Soria, por ejemplo). Así que, como sólo teníamos una semana, y Roma era uno de esos lugares que siempre están presentes en la lista de favoritos, compramos el vuelo un día, y al día siguiente nos íbamos.

Llegamos y llovía. Llovía como nunca habíamos visto. La ciudad estaba inundada y sin luz eléctrica ese domingo de final de verano, pero no nos importó. De hecho, todos los lugares más especiales de nuestra memoria viajera han sido lluviosos, como la Bretaña o la selva mexicana. Así que aprovechamos para descansar en el hotel (que nos dejó hacer el registro bastante pronto). Y desde ese momento, hasta la tarde del sábado siguiente, nuestro único plan era pasear y contemplar, nada más, y no es poco si tenemos en cuenta la ciudad de la que estamos hablando. Sólo os diremos una cosa, la ciudad, además de siete colinas, tiene cientos de escalinatas.

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El atardecer desde el último peldaño de la escalinata, merece la pena.

Y como no pretendemos ir de listos ni entendidos, no os vamos a decir qué ver ni cómo, que para eso ya hay otros que saben mucho más, como los compañeros del blog Mochilenado por el mundo, que se conocen Roma como nadie. Sus entradas son una mina para preparar un viaje a la capital italiana.

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Pero Roma, tan maravillosa y antigua, es también muy turística, y hay que lidiar con ello, y con las colas, las entradas a precios elevados, la gente haciendo fotos por todos lados, la gente por todas partes, la sobrexplotación de la ciudad, la falta de personalidad de buena parte de los restaurantes (sobre todo, en el centro). Así que intentamos salirnos de esa vorágine. Por primera vez apenas visitamos monumentos, museos o enclaves, y decidimos improvisar sobre la marcha: iglesias de barrio, calles con vespas y ropa tendida, cenar a las afueras, ver atardecer desde algún mirador en alto…

Paseamos por los foros imperiales, varias veces, diferentes días, de día y de noche. Y nos impresionaron todas y cada una de ellas.

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Fuimos buscando las fuentes, parlantes o no.

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Fuentes de Roma

Vimos Roma a todas las horas del día y la noche, con todas las luces.

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Visitamos ruinas, ruinas y más ruinas.

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Ruinas romanas

 

Paseamos por el ghetto. El barrio judío fue el primer barrio extramuros de la ciudad y es, además, el ghetto más antiguo de Europa.

Ghetto di Roma

Llegamos en tranvía hasta el barrio del Trastevere. Elegir el tranvía supone conocer otra parte de la ciudad que, seguramente, de otra manera no pisarías, y además, hacer un tour por lugares como el Circo Máximo, la Porta Primigenia o la Pirámide.

Trastevere

Salimos a las afueras, buscando la Vía Apia, las catacumbas o la tumba de Rómulo.

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Recorrimos todas las plazas, turísticas o no. Con mercado o sin él. Y desentrañamos sus secretos: la Piazza Navonna conserva la planta del antiguo circo sobre el que se levanta. El Campo di Fiori, la estatua del quemado Giordano Brunno. La Piazza di Spagna, un guardia urbano que, silbato en mano, controla a los miles de turistas que se sientan en sus escalinatas… Las mil caras de una misma ciudad.

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Visitamos antiguas basílicas, como la de San Pablo y San Pedro, buscando la esencia bizantina del cristianismo…

Interior y exterior de basílica San Pedro y San Pablo

 

Visitamos la Roma moderna, desde el monumento a Vittorio Emmanuel.

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…Y la más contemporánea, como el barrio EUR, o E42. Construido en época fascista, con motivo de la Exposición Universal de Roma de 1942 (de ahí el nombre) supone el primer barrio que nace en el mundo con el concepto «financiero» y de negocios. Su arquitectura racionalista y monumental es el contrapunto perfecto de líneas sencillas frente a la Roma más barroca.

Barrio EUR o E42. Roma

 

Buscamos el mejor café, los mercados de barrio, pastas y embutidos, los artesanos… La esencia del lugar.

Gastroroma

Buscamos la otra Roma, la de Passolini y el Partido Comunista, la de escritores de posguerra, la que conserva los guardias de tráfico del cine de los años 50 y tiene un aire gamberro y decadente.

roma decadente

 

Valencia en invierno

Acabamos de volver de una escapada a Valencia. Sí, teníamos unos pocos días libres y los hemos aprovechado para ver el sol en un invierno de mucha niebla en nuestra zona y disfrutar de una ciudad que hace tiempo nos apetecía visitar, y que, por cierto, nos ha gustado mucho, mucho.

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Valencia, desde las Torres de Quart.

Empezando por el hotel. Hacía tiempo que no íbamos a un hotel convencional, y teníamos algunas reticencias (nuestro último año viajando con Couchsurfing o de hostales mochileros nos hacía pensar que ya no encontraríamos un hotel convencional de nuestro ambiente) pero acertamos de pleno. Y eso que no somos de publirreportajes, pero cuando algo es bueno, nos gusta recomendarlo para otros. Elegimos el Lotelito, por estar ubicado en el centro de la ciudad, aspecto ciudado y precio asequible, y nos encantó porque era, sencillamente, todo lo que prometía. Que sepáis que en su web las habitaciones tienen mejor precio que en buscadores (algo que nos gusta), con descuento para el desayuno en su bar-restaurante si no lo has incluido, y unas hamburguesas de premio, siendo uno de los recomendables de Valencia. Así, tras empezar con buen pie, salimos a dar el primero de muchos paseos por la ciudad.

Valencia es la tercera ciudad del país, mediterránea y amable, y presume, además, de tener uno de los mayores cascos antiguos de Europa. Y ciertamente, es grande: os recomendamos alquilar unas bicis o vais a acabar muertos. Podéis evitaros los monumentos más típicos (la entrada a la catedral es uno de los grandes robos) y perdeos por las calles del barrio del Carmen, descubriendo siempre algo diferente. No os dejéis por visitar la Lonja y su famosa sala de las columnas, más impresionante en directo que cualquier foto.

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Sala de las columnas, Lonja de Valencia.

Y frente a ella, el modernista Mercado Central, imponente en su estructura de hierro y amable, con los vecinos de toda la vida comprando en sus puestos. Es, afortunadamente, uno de los pocos que todavía no ha sucumbido a los estragos de la moda reformadora- uniformista de mercados que asola Europa (un día tenemos que hacer un post sobre este tema).

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Mercado Central de Valencia.

También son modernistas la Estación del Norte y el Mercado de Colón. La estación está casi en el centro de la ciudad, así que es una opción a considerar cuando penséis en el transporte (es difícil aparcar en el centro, y los parkings son caros). Aunque Valencia está muy bien comunicada por autovías, plantearos llegar allí en tren si no vais a salir de la ciudad.

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Estación del Norte, Valencia.

El mercado de Colón, recompuesto por fuera y vaciado por dentro tras una reforma que ha excluido a los comerciantes de toda la vida para llenarlo de cafeterías idénticas unas a otras.

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Mercado modernista de Colón, Valencia.

Y lo que más nos gustó, escondidos y mal señalizados, con entrada gratuita y casi vacíos, porque llevan poco tiempo abiertos y apenas se conocen: los baños del Almirante. Unos baños árabes que han estado en uso hasta los años 80 del siglo XX como gimnasio  y que ahora son visitables, intentando ofrecer un aspecto más cercano a su función original. Una delicia y un remanso de paz en el mismo corazón de la ciudad.

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Baños (árabes) del Almirante, Valencia.

Ya sabéis a estas alturas que el turismo cultural y el llamado Turismo de Guerra son dos de nuestros intereses, quizás por eso nos toque tanto viajar solos, jajajajaja!!! El objetivo principal de nuestro viaje era visitar el Museo de Bellas Artes de Valencia, la segunda pinacoteca de España, y en concreto la sala dedicada a gótico primitivo, pues es uno de los mayores exponentes (declarados) de dicha época. Nos interesa por motivos personales, dado el contexto de pérdida de arte de esa época que hubo en nuestra zona, y conocer y ver museos nos aporta y abre cada vez más horizontes de lo que pudo pasar en fechas no muy lejanas. Y, estando en Valencia, es evidente que no podíamos irnos sin ver la obra de Sorolla, también en el Museo de Bellas Artes.

Del segundo turismo, el llamado de guerra, encontramos una ruta llamada Valencia en la Memoria, que hacía un recorrido por la ubicación de cinco refugios antiaéreos y puntos clave de la ciudad, aunque todavía no hay ningún resto visitable (ver más info aquí).

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Ruta Valencia en la memoria, 1936-39.

Además, una exposición de Katy Horna en el Centro de La Nau, donde descubrimos una aún mejor sobre el concepto del periodismo gráfico. Si queréis arte y cultura, el centro de exposiciones La Nau y el Centro Cultural del Carmen tienen siempre varias muestras abiertas:

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Por supuesto, además de museos, visitamos mucho comercio, pero por algo que nos gustó: todo tenía un aire de pequeños artesanos o diseñadores, que conseguían tener un espacio para poner a la venta sus productos, algo que se antoja tan difícil en otros lados. Eso si, en muchos establecimientos se ofrecía a la vez ropa, joyería, vino, discos… en una curiosa mezcla, obligada, quizás, por la necesidad de sobrevivir ante un turismo de paso rápido, como es el que traen los cruceros, no hemos de olvidarlo. Ah, y ferreterías. Ferreterías por todos lados, en cada esquina. Un paraíso para los locos del bricolaje y de la cocina casera, pues, evidentemente, no faltaban los paelleros y los pucheros de barro en ellas.

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Comercios de Valencia.

Otro básico de nuestros viajes, y también de Valencia, es el chocolate. Casi todo el mundo piensa en la conocidísima horchata y en los menos conocidos fartons, pero como el tiempo aún no era veraniego, nos llamaba más un buen chocolate cocido con sus buñuelos, hechos al momento. Habrá muchos sitios, pero merece la pena perderse por la Horchatería El Collado. Todo un lujo para los sentidos. Aunque en el video está a reventar, nosotros estuvimos casi solos las dos ocasiones que la visitamos, con personal siempre amable y atento.

Y hablando de comida, el almuerzo es toda una institución en Valencia. Una fórmula completa que ofrecen todos los bares y que, por un precio más que razonable (entre 3.50 y 5 euros, aproximadamente) te vas con el estómago lleno, café incluido. Almorzar en Valencia es un arte, y hay que conocerlo. Y para las comidas y cenas, aunque es fácil encontrar lugares y buenos precios, os dejamos e enlace a un blog que a nosotros nos ha ayudado bastante: 10 restaurantes donde comer en Valencia.

Bonus track 1. Ruzafa. El barrio de moda en Valencia. Aunque nos costó encontrarle el ritmo, su mercado y alrededores nos regalaron la mejor mañana que pasamos en esta ciudad, de tienda en tienda a cada cual mejor y más curiosa: vinos, libros, cómic, ropa vintage, arquitectura modernista y racionalista…

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Ruzafa, Valencia. El barrio de moda.

Bonus track 2. El Cabanyal. Antiguo pueblo de pescadores, conocido por su oposición a los planes de expansión de las grandes avenidas hacia la playa. Allí se conservan casas tradicionales, barriadas de los años 20 con las fachadas embaldosadas y zonas que no lograron resistir hasta hoy y se han convertido en bloques de pisos de la era burbujista. Era nuestra excusa para no irnos sin ver la playa, y el azar nos llevó hasta otro de los imprescindibles del viaje: la bodega de la Pascuala, con sus tapas, sus camareras y sus bocadillos en dos tamaños: barra o media barra.

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Cabanyal, Valencia, el barrio con más carácter.

Pd. Como veis, no visitamos la archiconocida Ciudad de las Artes y las Ciencias, ni el Bioparc. No fue descuido, es que no nos interesaban lo más mínimo.

Gante, Brujas y Bruselas en navidad

La única vez que hemos pasado el fin de año lejos de casa fue para hacer este viaje. Nos apetecía mucho hacer algo diferente, disfrutar de los mercados navideños y de la iluminación de alguna ciudad europea. Como los típicos destinos resultaban caros, elegimos Bélgica por comodidad y precios (los billetes de avión nos salieron muy baratos, volando el día 31 y volviendo el día 5). Además, esta posibilidad no nos limitaba a un único lugar, pues resulta muy cómodo y económico moverse entre las tres ciudades con el tren, así que puedes llegar a un aeropuerto y volver desde otro, visitando diferentes zonas del país sin hacer muchos kilómetros. La única pega es que se nos hizo corto, sobre todo para visitar las ciudades tranquilamente, por lo que nos quedamos con las ganas de volver, especialmente a Brujas, que nos enamoró.

Nosotros empezamos el viaje en Gante, y tuvimos la suerte (porque no fue buscado) de tener el alojamiento junto al puente de San Miguel, lo que nos permitía ir y venir paseando a cualquier hora del centro de la ciudad al alojamiento y disfrutar de esto:

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El puente se levanta sobre uno de los canales que recorren la ciudad (nunca he estado en Venecia y ya llevo visitadas varias ciudades europeas con canal) y une los dos muelles, de pasado comercial, el Graslei  (de las hortalizas y hierbas) y el Korenlei (del trigo). De ese pasado mercader y comerciante de los Países Bajos tan famoso hoy quedan estos dos paseos enfrentados, llenos de bares y restaurantes en los bajos. Son, sin duda, el lugar más fotografiado de la ciudad.

 

El puente es el lugar para la imagen perfecta, que lo abarca casi todo: la iglesia de San Miguel, el Belfort (torre del campanario civil, que nada tiene que ver con los campanarios religiosos, y que están declarados Patrimonio de la Humanidad) la torre de la catedral (andamiada) y alguna fachada típica, además de la noria del mercado navideño.

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Aunque el casco antiguo es pequeño y mucha gente sólo visita la ciudad un día, merece mucho más. Cualquier rincón, cervecería o tienda son una buena excusa para detenerse y disfrutar del ambiente de esta ciudad universitaria. Nosotros lo hicimos desde el primer momento, aunque cuando llegamos ya no había luz (ni gente), no nos decepcionó.

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Al día siguiente, Año Nuevo, paseamos tranquilamente la ciudad, y no estábamos tan solos como pensábamos, pues a media mañana ya se empezaban a ver gente por las calles. El silencio de la fría mañana nos permitió fijarnos mejor en los detalles de las fachadas, los embarcaderos, los puentes sobre el canal, la casa del gremio de albañiles…

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Y aunque es un tópico, no dejamos de dar un paseo en barca, lo que nos dio otra perspectiva de la ciudad que ayuda a comprender mejor su vida y ritmo, marcados por los canales y el comercio que la hicieron florecer…

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También tuvimos tiempo para salir del centro, del circuito histórico, y descubrir la ciudad más alternativa e imperfecta y sus callejones llenos de graffittis.

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Nuestro tercer día fue para enamorarnos de Brujas, y eso que Gante nos había gustado mucho. Brujas, que deriva de la palabra brug, puente, es otra ciudad canalizada de Europa (jódete, Venecia). Un breve viaje en tren sirvió para pasar de una ciudad a otra de la manera más cómoda. Desde la estación fuimos paseando hasta el centro de la ciudad, algo muy recomendable, a través del paseo extramuros que hoy es un parque, y donde se encuentran los molinos de Kruisvest, hasta llegar a la Kruispoort (Puerta de la Santa Cruz).

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Una vez cruzada la puerta, ya no teníamos rumbo fijado, mas que pasear y callejear. Brujas presume de tener uno de los cascos históricos mejor conservados de Europa (declarado Patrimonio de la Humanidad) pero la verdad es que cualquier calle o casa resultan fotogénicas.

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La ciudad es, sencillamente, perfecta.

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El centro de la ciudad está dominado por las Marketplatz, la GroteMarkt (Plaza Mayor) y el Belfort. Mercados navideños, puestos de comida y cervecerías llenaban las calle, pero pese a su carácter turístico y que era navidad, no nos pareció una ciudad agobiada de gente.

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El último día del viaje era para Bruselas, ciudad desde la que volaríamos de regreso. Le dedicamos el tiempo mínimo, y no me arrepiento, pues me gustó tan poco como esperaba. Exceptuando la Grande Place, Bruselas resulta una ciudad de funcionarios gris y sosa, con algunos contrapuntos ordinarios, haciendo un contraste de difícil digestión. Nada parece auténtico en ella, salvo las chocolaterías, así que nos decantamos por recorrer las tiendas más céntricas y todos sus mitos: Tintín, chocolate, papatas fritas y Manneken Pis, la figura que resume perfectamente lo que pienso de la ciudad.

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Y sí, el espectáculo de sonido y luces de la Grande Place es bonito, pero ya.

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Y vamos a ser sinceros, hacía frío. Viajar en invierno acorta las horas aprovechables, hay menos luz y toca organizarse mejor el tiempo. Además, los horarios europeos suelen cerrarlo todo a media tarde, por lo que quedan horas por delante con las que no sabes qué hacer. Pero teníamos un plan: cerveza, chocolate y comer. Disfrutamos de la sopa del día que ofrecían los restaurantes a mediodía, de cada chocolate caliente, infusión o crêpe, de las cervezas, las patatas fritas… y de una nueva afición, que sólo se nos ha dado en este viaje: los escaparates. Nunca habíamos visitado un lugar donde los escaparates estuvieran tan cuidados, merecían detenerse ante ellos y disfrutarlos como pequeñas obras de arte.

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Y será por eso que el Karma me castigó, y tras dormir en el aeropuerto por la imposibilidad de llegar a punto por la mañana (no había transporte público a la hora que necesitábamos), perdimos el avión. Oh, sí. Yo, que soy tan ordenada y maniática con los papeles, me confundí con la hora de embarque y cuando llegábamos a mostrador acababan de cerrar las puertas… No me lo podía creer. Así, tal cual. Nuestro vuelo barato (20 euros!) y la noche durmiendo sobre la maleta no habían servido de nada. Así que tras peregrinar por el mostrador de Ryanair la única solución era comprar billetes nuevos, a otro destino, y caros. Y así fue como, la tarde de Reyes llegábamos a Madrid, en lugar de a Barcelona y volvíamos en Ave a casa, tras haber dinamitado nuestro presupuesto. Consejo viajero: hay que llevar siempre una tarjeta con dinero, para imprevistos y emergencias… Aún así, el viaje nos dejó muy buen sabor de boca, tanto que queremos volver (en verano) y ampliar la visita a otras ciudades, como Lovaina o Amberes. Ya os lo contaremos.

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Recorriendo el Yucatán: de Cobá y Ek-Balam a Izamal

Como os contábamos aquí, pasamos una semana alojados en Valladolid, porque nos servía como base para visitar las zonas arqueológicas que nos interesaban: Chichén Itzá (ya contamos nuestra desilusión) la maravillosa Cobá y Ek-Balam, que nos sirvieron para quitarnos el mal sabor de boca tras la primera, y acercarnos de verdad a la arqueología y cultura mayas.

Así que para ver Cobá aquel día madrugamos, para levantarnos de noche y tomar un carro hasta el pueblo, y de allí, un paseo hasta la zona arqueológica a primera hora de la mañana, cuando apenas había salido el sol y todavía no hacía calor. Desde la entrada hay apenas 2km de camino por la selva hasta la ciudad, pero todo el mundo te recomienda que contrates, por unos euros, el servicio de una bici-carro y que te lleven hasta la zona arqueológica. Sinceramente, además de una estupidez, es humillante. Es ese tipo de actitudes que detestamos en el turismo, el servilismo de quien acoge y el todo vale de quien visita. Sobra decir que no lo contratamos, y que os pedimos por favor que no lo hagáis vosotros. Ni eso, ni los servicios de muchos niños que hay a las puertas de las zonas arqueológicas ofreciéndose como guías y acompañantes. A nuestra negativa siempre acompañaba la pregunta «¿no tienes cole hoy?» y se acababa tanta amabilidad en un momento. Es increíble que el INAH permita algo así.

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La entrada a la zona de Cobá es un regalo que no hay que perderse

Pero volvemos a Cobá. Su encanto es, precisamente,  estar en medio de la selva y no haber sido excavada en su totalidad, por lo que aún se aprecian muchas construcciones bajo la vegetación cuando paseas por los senderos mayas, los viales de comunicación entre los diferentes puntos de la ciudad, bajo la sombra de la selva, aunque la humedad sigue resultando insoportable.

Cobá es más relajada que Chichén Itzá (bueno, en realidad, todas lo son en comparación con ella), hay menos gente y menos restricciones, y por fin podemos subir a lo alto de una pirámide. La ascensión es un reto, no por lo alto de los escalones, ni por lo empinado de su pendiente, sino por la humedad. Cuesta respirar y nunca tengo la sensación de llenar los pulmones de aire, por lo que toca tomárselo con calma, ayudarse de la soga e ir poco a poco. Pero al llegar arriba compruebas que ha merecido la pena. La selva, que se extiende hasta donde alcanza la vista, no te deja ver la cuidad que acabas de visitar.

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Desde abajo te da pereza, pero desde arriba da miedo.

Nos sentamos e inauguramos lo que será una tradición en todas las pirámides que visitemos: almorzar en lo alto. Mientras los demás suben y bajan con prisa, dedicando el tiempo justo de hacerse una foto, nosotros disfrutamos de las vistas, del ambiente, y cuando se puede, del sobrecogedor silencio de la selva.

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Nuestra nueva afición: pasar el rato en lo alto de las pirámides.

Pero la ciudad de Cobá es mucho más que su pirámide… es un bien conservado juego de la pelota, zona sacra y otros restos interesantes por los que perderse.

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Zona Aqueológica de Cobá.

Al salir todavía nos quedaba tiempo para el viaje de vuelta, así que comimos nuestro primer pollo al estilo maya y paseamos por el humedal de la ciudad nueva.

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El exterior de Cobá también merece un rato

La última zona arqueológica que visitaríamos esa semana desde Valladolid fue Ek-Balam. Aunque no resultó tan fácil encontrar transporte puesto que no hay bus regular hasta el pueblo más cercano, sino una mini-van que te lleva hasta el yacimiento. Además, volvemos a pagar una entrada que consideramos excesiva, y nos empezamos a mosquear, por lo que decidimos, a partir de entonces, seleccionar mejor lo que visitaremos y lo que no, especialmente mientras sigamos en Yucatán.

En un primer momento la zona resulta mal señalizada y con escasa información, que no describe más que obviedades y conjeturas, pero merece la pena. Es realmente diferente a muchas de las ciudades que visitaremos: su arco de entrada, las pirámides gemelas, la gran escalinata de la pirámide principal, los frisos… pocos lugares se nos mostraron tan completos, como libros abiertos de historia viva. Si tuviéramos que escoger una de las tres zonas nombradas, sería esta sin pensarlo.

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Arco de entrada en Ek-Balam
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Ek-Balam y sus pirámides gemelas

Y lo mejor, la acrópolis. Aunque en un primer momento, y vista desde abajo, la escalinata asusta, al empezar a subirla descubrimos, a media altura, que había arqueólogos trabajando en los frisos y las policromías, así que nos quedamos mirando, como bobos. Era la primera vez que vemos más que la piedra pelada, que suele ser lo habitual, y que pudimos ver parte del revoco y el estuco que decoraban los monumentos originalmente, con policromías vivas.

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Desde lo más alto de Ek-Balam apenas se ve nada
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Frisos decorativos en la gran pirámide de Ek-Balam

Al acabar la semana tenemos que pensar en cómo continuar el viaje. Por suerte, el alojamiento está resuelto gracias a Couchsurfing en Mérida, así que sólo tenemos que decidir cómo llegar hasta allí. Decidimos aprovechar y visitar de camino Izamal.

Izamal es un «pueblo mágico», etiqueta que usan en México para señalar su pueblos más bonitos, famoso en este caso por su sencilla arquitectura colonial y por estar pintado todo en amarillo.

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Y a este color lo llamaremos «amarillo Izamal»

Se trata de un pequeño pueblo colonial, organizado en torno al gran monasterio que ocupa la parte principal de la localidad, donde se abre la plaza y se da la vida. De las pirámides que había en época anterior no queda prácticamente nada (sospechamos que la piedra se usaría para levantar el convento).

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Convento de Izamal

Por suerte, es día festivo, y hay feria y mercado lleno de puestos para comer tacos, por supuesto. Así que por unas horas nos mezclamos con la gente, comiendo en la calle, paseando por el mercado, visitando la feria…

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Callejeando y saboreando Izamal, pueblo mágico

… hasta que se hace la hora de coger de nuevo el autobús y llegar al siguiente destino, Mérida, donde nos esperará nuestra primera experiencia con CouchSurfing.

Viena, capital de la vieja Europa

Siempre hay una primera vez, un momento que marca un antes y un después. Para mí, uno de esos momentos fue el viaje a Viena del año 2012, centenario del nacimiento de Gustav Klimt. Un viaje que puede parecer normal, al fin y al cabo, ni siquiera es salir de Europa, pero que las circunstancias convirtieron en algo único. No era un viaje más, era el primero de muchos, y con el mejor compañero de andanzas. Por eso abre este blog.

Desde entonces, todos los viajes han seguido una temática, un hilo conductor que nos llevaba de un lugar a otro por una razón concreta. Un criterio para moverte por lugares desconocidos, eligiendo qué ves y qué no. Es fácil cuando te gusta el arte. Viena, para nosotros, era Modernismo, era ese Art Nouveau que florecía en Europa antes de la gran guerra. Cuadros, frescos, muebles, arquitectura… todo rompía con aquella Europa decimonónica que olía a rancio armario y moños empolvados. Y ese iba a ser el contexto de nuestra visita a la capital austriaca. Bueno, ese y los cafés vieneses, Patrimonio de la Humanidad, donde esperábamos tomar los mejores cafés, acompañados de los pasteles más deliciosos.

Llegar fue fácil, un vuelo casi barato nos llevó desde Barcelona hasta Viena, donde nos alojaríamos en una habitación de residencia de estudiantes, reconvertida en hotel durante el verano, algo muy común. No tenía grandes lujos, pero para dormir y ducharnos era más que suficiente.

Un primer paseo al caer la tarde nos daría una buena primera impresión de Viena, aunque había algo, que no identificábamos, que no cuadraba. Aún así, era una gran ciudad centroeuropea, en una buenísima tarde de mediados de septiembre. Descubrimos buenas cervezas, cafés con más fama que sabor y que el plato nacional es el escalope a la milanesa. Eso sí, los escaparates de las pastelerías era irrepetibles y comer salchichas por la calle, un deporte nacional.

 

 

 

Callejeábamos buscando perlas escondidas de modernismo como la Apotheke o la Secesión Vienesa. Y tras varios días por Viena nos dimos cuenta de lo que no encajaba en la ciudad: era todo absolutamente igual. Las fachadas, muchas iglesias, todas las cúpulas que se alzaban en su cielo, eran iguales. El gran reinado de Franz Joseph I (de 1848 hasta su muerte, en 1916) se materializó en tirar gran parte de la ciudad y volver a levantarla al gusto de la época. Grandiosa sí, pero monótona hasta aburrir en su anchas calles, diseñadas para coches de caballos, amplias puertas (con el mismo motivo) y blancas fachadas coronadas con cúpulas de verde bronce. Se salvaron escasos monumentos de la fiebre imperial, la catedral de St. Stephan (hoy rodeada de edificios nuevos) la iglesia votiva o el ayuntamiento gótico (Rathause). Así, no queda prácticamente nada anterior a la época imperial.

El Naschmarkt está muy cerca del edificio de la Secesión Vienesa. Es uno de los grandes mercados europeos, el que más se parece a los mercados latinos o asiáticos, por su colorido y variedad.

Nuestro viaje consistió en visitar todo cuanto pudimos sobre Gustav Klimt; perdernos por los inmensos museos vieneses, descubrir su edificaciones modernistas y un par de escapadas a ciudades cercanas: Melk y su monasterio barroco y Bratislava, capital de Eslovaquia. Y cómo no, visitar los cafés de Viena, Patrimonio de la Humanidad, por haber sido lugar de encuentro y charla de la burguesía europea de finales del XIX.