Oaxaca, un sueño alcanzado

Nos espera otra ciudad con apellido: Oaxaca de Juarez.

Más conocida como Guajaca, es la parada a la que nos conducen algo más de diez horas de autobús nocturno, sorteando la Sierra Atravesada y la Sierra Madre del Sur, por lo que, como podéis imaginar, curvas no nos faltaron en todo el trayecto. Fue una noche dura, pero que nos permitió despertar a unos pocos kilómetros de la ciudad, notando que el paisaje había cambiado por completo: cactus gigantescos, desierto puro… Esto se parecía más al México que habíamos visto en las películas.

paisaje Oaxaca
México en estado puro.

Esta etapa nos suponía un gran desvío hacia el oeste, atravesando por el centro el istmo de Tehuantepec, pero era la única visita obligada para Quique en todo el recorrido por México. Aunque ahora ya sabemos que no es garantía de (casi) nada, Oaxaca está considerada Ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y la recomendación de un profesor muy particular de la Universidad de Zaragoza, enamorado de ella, es lo que la convirtió en parada obligatoria. No nos defraudó ni un solo segundo, desde que pusimos los pies en ella.

calle de Oaxaca
Oaxaca, ciudad de luz y color.

También teníamos en esta ocasión un hoster de Couchsurfing, y si en Tuxla Gutiérrez habíamos tenido muchísima suerte al encontrar a Rogelio, ya no sabemos qué palabras utilizar para describir lo que fue para nosotros Omar. Se escapó de su trabajo para recogernos en la estación, nos acercó al centro mientras nos explicaba a toda velocidad los cuatro puntos básicos para pasar esa mañana,  nos dejó en un puesto para que desayunásemos y se llevó nuestras maletas en su coche, para que nos moviésemos con total libertad. Ojipláticos no quedamos, al tiempo que veíamos cómo nos preparaban un desayuno increíble, mientras nuestras maletas se iban con un tipo al que acabábamos de conocer hacía apenas tres minutos, en el que depositábamos toda nuestra confianza… y en el que la volveríamos a depositar una y mil veces. Qué ejemplos nos daba en cada palabra y en cada gesto, durante la semana que pasamos junto a él.

Esa primera mañana la pasamos paseando por el centro, hasta la hora de comer, y ya para Gemma pasó a ser una de las ciudades más bellas en las que había estado nunca. Oaxaca tiene algo especial que atrae y enamora desde que pones sus ojos en cualquiera de sus espacios. Está hecha, pensada y mantenida para ser vivida y disfrutada por sus habitantes, en la que las prisas y el estrés se quedan más allá de los extrarradios. Iglesias, Centros Cívicos, Culturales, bibliotecas, calles peatonales, puestos de artesanías, cafeterías, galerías de arte, mercados… Todo en edificios coloniales, abiertos al público, al paseante, espectaculares, y, lo más importante, hechos y pensados para ser vividos y disfrutados por los habitantes de la ciudad. Todo, absolutamente todo, tiene vida.

patrimonio de Oaxaca
Edificios destacados en Oaxaca.

 

Seguimos paseando y, sin darnos cuenta, llegamos al Zócalo, la plaza principal de la ciudad. Ahí está la catedral, la más barroca que hemos visto hasta el momento, según dicen los lugareños, una de las más bellas del país, y un coqueto kiosco para la música. Nos colamos en el antiguo Convento de Santa Catalina, reconvertido hoy en hotel de lujo, pero con zonas abiertas al público.

Se ha hecho ya la hora de comer, y Omar se une a nosotros. Ha ido a buscar a su hija al cole, y nos lleva al recién remodelado mercado. Nos va a enseñar cómo movernos por ahí: entramos por el pasillo de las carnes, donde selecciona las que le parecen más apetecibles y jugosas. Aquí coge tortillas, allá negocia el precio de los nopales y cebollas tiernas, regatea porque sólo queremos media ración de chapulines. Sigue avanzando hasta un puesto en el que dos señoras dispensan las bebidas, pero ellas son las propietarias de las mesas y, sobre todo, de los fogones, así que ahí se entrega todo, y en menos de cinco minutos, está todo asado y en nuestra mesa, degustando una suculenta barbacoa completa. De nuevo, ojipláticos, pero llenando nuestros estómagos, y por unos precios fuera de toda competencia. Esto nos vino muy bien para el resto del viaje.

mercado Oaxaca
Comiendo en el mercado.

Por cierto, los chapulines son muy crujientes, pero sólo saben a sal y limón… Como anécdota están bien, pero tampoco son un manjar por el que haya que cruzar el océano…

Nos despedimos de nuevo de Omar. Salimos a la calle, y nos volvemos a tropezar con la ingente vida cultural de la ciudad: cada portal alberga un museo diferente, sorprendente, con una calidad y de un nivel como no habíamos visto casi en ninguna ciudad europea. Entramos en anticuarios, librerías de libro viejo y antiguo, colecciones particulares de antigüedades, pero con una musealización exquisita, exposiciones de periodismo gráfico de la última mitad del S. XX con caricaturas de Rogelio Naranjo… Todo esto y sólo llevamos un rato aquí!!!

 

Ya de noche, Omar nos hace una nueva propuesta: nos lleva a un teatro increíble en el que se proyecta, dentro de un ciclo de cine sobre cuestiones indígenas, «El abrazo de la serpiente«, una película colombiana, considerada de bajo presupuesto y que llegó a estar nominada a los Óscar. Todo es espectacular: el lugar, la película, el ambiente… Nada nos dejó indiferentes.

Comenzamos a estar cansados, así que, en otro puesto callejero, cogemos unas tlayudas, otra variante culinaria que no conocíamos, y nos vamos para casa. Pero como no paramos de hablar sobre cuestiones sociales, políticas y económicas, al llegar aún nos da tiempo para ver un documental sobre el conflicto en el sistema educativo mexicano, pues era algo que se dejaba ver en las calles pero sobre lo que no habíamos conseguido apenas información. Y no hay que olvidar que Oaxaca es uno de los centros más potentes de todo México en el aspecto universitario.

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Artesanía (alebrijes) y arte urbano.

El segundo día lo dedicamos a una de las zonas arqueológicas más importantes de la zona: Monte Albán. Omar, otra vez, nos acerca a los colectivos que llevan hasta el sitio arqueológico, puesto que aunque sólo está a diez minutos de la ciudad, no hay ningún transporte público que llegue hasta allí. Notamos que el clima también ha cambiado: hace calor y el sol es fuerte, pero la humedad ha bajado considerablemente respecto a lo que teníamos estos días atrás. La ciudad prehispánica está en un lugar elevado, lo que nos da una buena vista de la ciudad moderna, y permite una buena observación de la disposición de la ciudad antigua, aunque está muy restringido el movimiento por dentro de ella. El Museo de la Zona tampoco es mucho más que un pequeño almacén de los restos hallados y que no han tenido el valor suficiente para ser llevados a los grandes museos, así que nos vamos un poco decepcionados. Lo poco que sacamos en claro: ya no estamos en zona maya. Esto es reino zapoteca y, al norte, en la sierra, los mixes nunca fueron conquistados.

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Monte Albán.

Volvemos a la ciudad moderna, son más de las 15:00, así que el mercado es nuestra salvación para comer algo y, de nuevo, tarde de museos: el Rufino Tamayo, otra colección particular, es la gran joya de hoy, con una musealización digna de estudio. Para nosotros, uno de los mejores en cuanto a contenido y diseño que hemos visitado nunca.

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Museo Rufino Tamayo.

Salimos ya de noche y nos espera Omar para dar un paseo nocturno. Nos lleva a un mirador para ver la ciudad desde lo alto, de noche; al cerro donde celebran la Guelaguetza, y, para terminar, nos vamos a un pueblecito cercano, para degustar la auténtica gastronomía de la zona: tlayudas y huaraches, una especie de tacos pero de tamaño gigantesco. De hecho, un huarache es una sandalia, así que viene a ser  como «un taco del tamaño de un zapato». Todo un lujo. Volvemos hablando de literatura mexicana y de la tradición del día de muertos y eso nos lleva a terminar la jornada viendo «Macario«, una película de cine mexicana en blanco y negro de 1960. Esto empieza ya a ser cosa de freaks

Al día siguiente volvemos a nuestras andanzas aventureras por querer evitar los tours turísticos organizados. El objetivo es llegar a Hierve el Agua,  y todos los caminos nos conducen a las agencias. Pero estamos empeñados en evitarlas, pues la ruta obliga a visitar varios enclaves más que no nos interesan (fábricas mezcaleras y de ponchos, entre otros), así que nos lanzamos, de nuevo, a la lucha. Descubrimos que hay un lugar desde el que salen busetas hasta allí: Mitla. Y para llegar a Mitla, podemos coger un bus de 2ª en la estación, así que nos disponemos a ello. Pero eso supone lidiar con los horarios relajados de esos autobuses: pueden llegar con un retraso considerable y no salir hasta que estimen que la cantidad de viajeros es suficiente. A pesar de haber salido pronto, llegamos a nuestro primer destino a las 12:30. Donde descarga el autobús están esperando los todoterreno que parten hacia Hierve el Agua. Nos ofrecen billetes por 55 pesos cada uno, a los que decimos que no. Preguntamos a los taxis que hay un poco más adelante y nos dicen que no hacen ese recorrido. Al volver, el mismo conductor nos baja el precio a 40 pesos por los dos, así que nos montamos. El recorrido es espectacular, y entendemos por qué no lo hacen los taxis normales: sólo apto para 4×4. Toda la sierra a nuestros pies, por terracería (camino sin asfaltar), pasando de lo más árido a un denso bosque de pino. Al llegar a la cima, nos encontramos con una carretera asfaltada, pero por la que sólo acceden los tours guiados. Una localidad intermedia se quejó de no obtener beneficio de Hierve el Agua, por lo que decidió poner de manera unilateral un peaje en el acceso asfaltado, y por eso por un lado van los viajes de un nivel, y, desde Mitla, van los de otro.

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La «carretera» de la disputa.

Aunque esta zona era usada desde época prehispánica, estuvo casi en el olvido hasta 1925 y se puso de moda a finales de 1990, con un anuncio de la cerveza Corona. Hoy ya se pueden apreciar las construcciones típicas de un monumento natural en puertas de sobreexplotación, aunque eso no le quita su encanto ni su belleza. Eso sí, como la mayoría de la gente va con los tours, disponen de poco tiempo para disfrutar de ellas. Siéntate, deja pasar el tiempo y varias oleadas de turistas, recórrelas enteras… Las cascadas pétreas son varias, y tienen varios puntos de vista desde los que observarlas. No tengas prisa, y disfruta de todos ellos, de los borbotones del agua sulfurosa, del calor del suelo…

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Hierve el Agua.

De regreso, nuevo slalom montañoso y en la ciudad, otro evento cultural: recital musical en la capilla de San Pablo, organizado por el mecenas de turno, que ha pagado la composición y ahora regala a la ciudad la partitura. Cosas de millonarios.

Nos vamos a cenar a un restaurante, La Garnachería, especializado en cocina del istmo. El camino para llegar es laberíntico, pero, por fortuna, tiene página de facebook, y, desde aquella noche, somos sus seguidores.

Esta va a ser nuestra despedida de Omar. Él nos ha abierto el concepto de lo que es ser hoster, lo que significa acompañar a alguien aunque no estés las 24 horas del día a su lado, darle confianza aunque no hayas tenido tiempo de demostrársela, ser el compañero que se necesita en cada instante aunque casi ni te hayas presentado, querer a tu ciudad para que el que viene a conocerla se enamore al primer instante…

Y, además, nos encaminó hacia nuestra siguiente parada: antes de llegar a la costa, conocer lo que es la altura y el frío de la sierra, haciendo escala en San José del Pacífico, a 2.500 metros de altura. Fue famosa hace unas décadas por la abundancia de hongos alucinógenos en sus bosques, hoy es lugar de rutas senderistas, BTT y ornitólogos.

Pero esa ya es otra historia.

 

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Tuxla Gutiérrez, donde las ciudades tienen apellido

Abandonamos San Cristóbal de las Casas con el recuerdo del restaurante de la Calle Real donde cenamos un par de veces para comer carne, la cafetería francesa Oh lá lá donde consolábamos nuestras penas con dulces y capuchinos helados, la librería donde nos perdimos un par de veces entre decenas de historias interesantes, el cine Konaki donde vimos varios documentales sobre el zapatismo y la cafetería, también en la calle Real, descubierta a última hora, cooperativa y centro cultural indígena. Nos vamos, aunque a mí no me habría importado quedarme algunos días más, porque Quique le ha cogido manía, diciendo que nos trae mala suerte.

Apenas 45 minutos de viaje (con las distancias de este país, es poco) y estamos en Chiapa de Corzo. Habíamos estado hablando con una hoster de Couch pero no ha contestado a nuestros últimos mensajes, así que hemos venido a la aventura. Como no conseguimos contactar con ella empezamos a buscar un alojamiento. Aunque Chiapa es un lugar turístico por su proximidad al Cañón del Sumidero, hay poca oferta, y cara. Elegimos un hostal en la plaza que parece decente, pero que una vez dentro resulta deprimente. Y el paseo por el pueblo al día siguiente no es mucho mejor, salvo la fuente mudéjar, no hay nada más de interés. Normal que el turismo que tienen sea de paso, porque no ofrece nada especial (no entiendo de dónde le viene la etiqueta de Pueblo Mágico).

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Ruinas de iglesia con detalles mudéjares, Chiapa de Corzo.
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La fuente mudéjar de Chiapa de Corzo.

Como no estamos a gusto, hemos escrito al hoster que nos espera en nuestro siguiente destino para intentar adelantar nuestra llegada y salir de Chiapa lo antes posible. Tenemos suerte y nos vamos antes de lo previsto.

Así llegamos a Tuxla Gutierrez (sí, aquí las ciudades tiene apellido) una ciudad grande y caótica, nacida para ser capital, fea y desordenada en un primer contacto, ruidosa, llena de tráfico. Nuestro anfitrión, Rogelio, llega a buscarnos hasta la misma terminal, y es encantador. Hablador, en seguida nos cuenta sus viajes y todo lo que podemos hacer por la zona. La casa es enorme y además tenemos habitación independiente con baño. Una tortilla de patata sirve como agradecimiento.

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Estampas de Chiapa Tuxla Gutiérrez.

Al día siguiente nos animamos a conocer la ciudad, cuando le preguntamos a Rogelio por los museos se echa a reír, emocionado: somos los primeros que le hacemos semejante pregunta, y tras darnos algunas indicaciones, nos acerca hasta el centro en coche. Empezamos a caminar. Por alguna razón, en este país los museos siempre están lejos de todo, y preguntar es una aventura porque nadie da indicaciones concretas. Al final llegamos.

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El concepto de belleza maya, tan subjetivo como las incursiones de jade en los dientes o el aplastamiento craneal a los niños.

De vuelta paramos a comer guiso, un acierto. Y seguimos hasta la catedral, curiosa por lo moderna y sencilla que resulta, en una ciudad tan insulsa y caótica. Rodeada de edificios anodinos en una plaza enorme y desierta, como es la Plaza Central, queda muy lejos del tópico europeo de cascos históricos cuidados. Pero hay mucha gente por las calles, y poco a poco, andando sin rumbo, acabamos el el parque de la marimba.

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Parque de la Marimba, Tuxla.

El parque es coqueto y acogedor, de ambiente familiar, con un precioso quiosco de música, donde todas las tardes hay concierto y acuden las parejas a bailar. Pasamos la tarde tranquilos, disfrutando del ambiente, charlando. Descubrimos después, en una esquinita de la plaza, un museo dedicado por completo al instrumento, su historia, construcción e instrumentistas.

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Jugando con las marimbas.

Rogelio es un anfitrión estupendo. Una vida organizada y estable que de repente cambia, y decide darle un giro viajando por el continente, rompiendo prejuicios. Lo pillamos entre viaje y viaje esos días en su casa, preparando el siguiente, que va a hacer acompañado de su madre.  Les seguiremos la pista. Además de las comodidades de casa, nos deja sus guías de viaje para consultar, y responde a todas nuestras preguntas, con lo que acabamos teniendo información para los siguientes 15 días de viaje. La última noche en su casa salimos por los bares del barrio a tomar cervezas y botanas, riendo con anécdotas.

Antes de seguir, al día siguiente vamos a visitar el Cañón del Sumidero, un espacio natural increíble. Contratamos un tour por los miradores, porque preferimos verlo desde la altura (la otra opción es recorrer el río en lancha) y nos encanta. Cuesta unos  200 pesos menos y es mucho menos conocido. Cada uno de los cuatro miradores es más espectacular que el anterior, pese al vértigo que produce asomarse al desfiladero. Vamos solos en el transporte, podemos parar todo el rato que nos apetece en cada mirador, mientras, en el río, el trasiego de lanchas es continuo, haciendo cola en cada parada. La perspectiva será muy diferente, es cierto, pero no la cambiamos. Los zopilotes nos acompañan, la vegetación, el silencio… desde abajo, sólo sube ruido de motores.

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Al regresar pasamos por la terminal y sacamos los billetes a Oaxaca. Hemos decidido ir hacia la costa del Pacífico. En realidad, vamos a esta ciudad por un antiguo profesor de universidad de Quique, que pasaba aquí la mitad del año y se declaraba perdidamente enamorado de la ciudad. Además, también hemos encontrado alojamiento en Couchsurfing, aunque antes nos espera un viaje nocturno de 10 horas en autobús.

 

Un caracol zapatista y una lección de vida

Segundo intento. hoy tiene que salir bien, no vamos a quedarnos más en SanCris, porque a Quique no le gusta la ciudad y ya lleva días queriendo salir de ella (llevamos una semana). El colectivo, hoy sí, nos deja en el punto de la carretera (llamarlo parada es ser muy optimista) donde se encuentra el control de acceso. Dos hombres con pasamontañas nos atienden tranquilamente, rellenan un formulario con algunos datos y nos van preguntando amablemente, mirándonos con sus ojos negros y vivos, el único contacto visual que tenemos con la persona que está bajo la capucha. Pero inspiran confianza.

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Nos toca esperar un rato mientras la Junta de Buen Gobierno decide si podemos entrar y vamos viendo al fondo gente ir y venir, hoy hay asamblea en el caracol. Cuando vuelve nuestro amigo nos dice que tenemos autorización para entrar y conocer, pero que la Junta está muy ocupada para atendernos y responder nuestras preguntas.

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Al entrar nos asignan un acompañante, que parece más joven y habla muy poco español, por lo que casi todas las preguntas que le hacemos quedan sin respuesta, pero es muy amable con nosotros. Notamos, igual que con los anteriores, su tranquilidad. Su tiempo vital va a otro ritmo. Tal vez ellos también noten el nuestro, agitado siempre, como occidentales.

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Nada más comenzar vemos la clínica médica y las ambulancias. Nos explican, orgullosos, que los trabajadores son miembros de la comunidad, y que todos son indígenas. «Cuando hicimos la revolución queríamos médicos, maestros, enfermeras… no podíamos imaginar que 20 años después serían nuestro propios hijos esos médicos, maestros y enfermeras».  La calle principal está ocupada por los edificios comunitarios, muy sencillos pero llenos de murales y mensajes.

 

Oventic resulta ser tal y como lo esperábamos, sencillo y humilde, pero digno y orgulloso a la vez. Por eso, esta entrada tendrá poco texto, no somos nadie para explicar la revolución zapatista, la dignidad de la lucha indígena, de la lucha de los pueblos por la libertad. Que sus muros hablen por ellos.

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No lo sabíamos, y lo descubrimos después, por eso lo compartimos. Cada 31 de diciembre, el mundo zapatista celebra el aniversario de su revolución, abriendo los caracoles a todo el mundo. Los compañeros de Plan B Viajero estuvieron, y lo cuentan en esta entrada.

El timo de San Juan Chamula y un intento fallido de visitar un caracol zapatista.

De viaje no todo sale bien, ni mucho menos. Que sólo subimos las mejores fotos y contamos las anécdotas merecedoras de ello, a toro pasado, es algo que todos hacemos. Que hay horas muertas y días tontos, también: nadie aguantaría 24 horas 7/7 días de máxima adrenalina y emoción. Pero esas ocasiones en las que todo se tuerce , hasta convertirse en imposible, y no consigues tus objetivos, por pequeños que fuesen, ocurre más a menudo de lo que parece, y se cuenta mucho menos de lo que se debería. Así que hoy os contamos el día que nos sentimos más engañados y al día siguiente, cómo nos tomamos cada uno la misma avería mecánica: o un monumental cabreo o disfrutar del nuevo itinerario descubierto. En fin, problemas del primer mundo: enfadarte por un retraso en un viaje, cuando tienes todo un año para viajar.

Bueno, vayamos por partes. Que timos y tongos hay por todas los sitios, ya se sabe. Pero aquí, incautos de nosotros, nos pilló por sorpresa.

San Juan Chamula, su iglesia y sus ritos son famosas, y al estar tan cerca de San Cristóbal de las Casas, es excursión obligada para todo el que pasa por Chiapas. La iglesia por fuera es colorida, de mayor tamaño que las más próximas, pero tiene poco más de especial. Eso sí, hay un señor con una mesa, en la entrada, cobrando 20 pesos a cada uno. Dudamos, es relativamente caro, pero hemos ido hasta allí sólo para eso, así que entramos. La primera impresión resulta acogedora, con la luz velada, y llama la atención que la iglesia está «desmontada»: no hay bancos, ni retablo ni ningún otro mueble. Los santos están en vitrinas, a ambos lados del templo, en fila. El suelo está cubierto por una alfombra de hojas de pino, que dan un olor fresco al lugar y cientos de velas por todas partes. La iglesia está tranquila, con algunas pocas personas rezando, pero pronto se llena de grupos de turistas que entran y salen ruidosamente, todos con su guía.

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San Juan Chamula, el negocio de la iglesia.

Molesta que no permitan hacer fotos en el interior, pero sí visitas guiadas a grupos numerosos que entran, salen, hablan, gritan… sin reparo ni cuidado y empezamos a ver el plumero del negocio… sospechamos de los parroquianos que rezan, y decidimos sentarnos en un rincón a observarlo todo mejor. Como no llevamos guía, nadie nos apremia a salir. Pronto vemos que los «oradores» van y vienen de manera casi organizada, cuando acaba uno ya hay otro empezando justo a su lado, y en todo momento hay una persona, al menos, matando una gallina, negra, por supuesto, o haciendo al menos que cacaree estruendosamente, para volver a guardarla en una bolsa de plástico, también negra, hasta que aparezca el siguiente grupo. De hecho, están más pendientes de vigilar la puerta de entrada que de cualquier otra cosa. El ruido va en aumento, así como el número de grupos que entran y salen. Primero decepción y luego cabreo, así que salimos de allí. Acabamos de asistir al timo de convertir en teatro  comercial algo que se describía como experiencia única y original, un rito casi sacrílego y secreto, muy difícil de encontrar.

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Plaza de San Juan Chamula

El pueblo no ofrece mucho más, ni siquiera es día de mercado, así que pasamos un rato en la plaza y volvemos a San Cristóbal. El tiempo estos días está siendo fresquito, y siempre apetece pasear por sus calles. Al día siguiente tenemos un gran plan. Era uno de los días más esperados de todo el viaje, más que cualquier otro yacimiento o ciudad, una de las pocas ideas que teníamos fijadas antes de salir de España: queríamos visitar un Caracol zapatista.

Oventic lo descubrimos en un foro (cuánto le debemos a internet) porque, como pasa siempre, la información al respecto es escasa y siempre te lleva a lo mismo, y como dice Quique, suele ser lo más caro y lejano. Pero Oventic está a apenas 14 km de SanCris y abre sus puertas a cualquiera que lo quiera visitar sinceramente. En el mercado nos cuesta muchas preguntas y vueltas encontrar el transporte  (para ir a San Juan Chamula el día anterior no tuvimos ni que esforzarnos). Tardamos un rato en salir, hasta que se llenó el vehículo y recogimos algunas mercancías. Emprendimos viaje, ascendiendo por la imponente sierra. Pasamos por Chamula, y descubrimos, al pasar por otros pueblos cercanos, que todos los de la zona tienen el mismo modelo de iglesia (alguno con la puerta abierta nos permitió comprobar que el interior, también), aunque de menor tamaño. El rito y la tradición deben ser iguales en toda la zona, pero Chamula ha sabido hacer negocio con los turistas. O los concentran a todos allí, y así el resto están tranquilos, quién sabe…

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Sierra Lacandona, corazón de Chiapas.

Total, que íbamos pensando en todo esto cuando nos damos cuenta de que ya llevamos buen rato de viaje, para lo cerca que íbamos. De repente, la combi se para: acabamos de perder varias cajas de la mercancía. Quique se bajó y le ayudó a recogerlo, recolocarlo y continuar viaje… Era todo pan de San Cristóbal, que debe ser famoso en la zona: una especie de bollos dulces, adornados de mil maneras diferentes y que olían deliciosos. Pero no probamos ni uno. Y empezamos a descender la sierra… al llegar a la siguiente parada y preguntar al conductor, reconoce que se ha olvidado de nosotros, y Oventic se nos quedó atrás. Se disculpa y nos convence de volver con él y dejarnos en nuestro destino, pero son ya más de las 13.00 y no creemos que nos dé tiempo de visitar el Caracol. Mi cabreo es monumental. Nos ha jodido el día, llevamos 3 horas de viaje para nada y nos quedan otras tantas de vuelta. Voy pensando en lo que me está costando el viaje, en lo cuesta arriba que se me hace muchas veces, en que debo ser un lastre para el compañero, el calor me mata, me cuesta adaptarme a muchas circunstancias y ambientes. Quique prefiere disfrutar de la zona que estamos descubriendo, pues hemos cruzado toda la Sierra Lacandona, y si no hubiese sido por este error, nunca habríamos descubierto estos paisajes. No se cumplió el objetivo del día, pero hubo otro alternativo. Y es entonces cuando llega lo mejor, subiendo la sierra de nuevo se rompe una correa del vehículo, y nos deja completamente tirados. Un día perfecto. Ya ni me molesto en quejarme o decir nada: hemos perdido la jornada para nada. Al rato nos recoge otro colectivo y conseguimos volver al hostal a las 16.30 horas, sin haber hecho nada de provecho, más que sumar una anécdota.

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La combi averiada.

Hoy, escribiendo con perspectiva, me doy cuenta de cómo exageré, aunque era algo que se iba acumulando desde el principio del viaje. El calor, los momentos de bajón (que cada vez eran más) el cansancio de que cada día fuese una maratón de buscar información, elegir los sitios, regatear precios y encajar horarios… A menudo tengo el mismo pensamiento: «Este viaje debería haberlo hecho diez años antes y tal vez he apuntado demasiado alto…»

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La vida a través de la ventana de una combi.

A la vuelta buscamos un sitio para comer, y ningún puesto del mercado nos convence. Recordamos una pollería junto a la iglesia de Guadalupe, y aunque hay un buen trecho, vamos. Merece la pena. Un pollo asado allí mismo, al fuego, el local está calentito, espectacular y con un acompañamiento rico. Somos incapaces de comernos todo lo que nos ponen, así que aún nos llevamos víveres para sobrevivir al día siguiente. Tras descansar toda la noche (duermo demasiado) nos levantamos de mejor humor y dispuestos a intentarlo de nuevo. No nos vamos de aquí sin visitar el Caracol. Aunque eso, merece una entrada completa para él.

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Pollo rostizado, solución a todos los problemas durante nuestro viaje.

Ocosingo, Toniná y San Cristóbal de las Casas. El corazón de Chiapas.

Es 29 de octubre (de 2015) y damos un último paseo por Palenque. Nos llaman la atención los cementerios, tan coloridos y cercanos a las localidades que parecen más bien parques o jardines. La fiesta de muertos está muy próxima, pero hoy sin quererlo hemos ido más allá: nos hemos encontrado con un funeral y, aún mariachis incluidos, nos da apuro molestar y nos retiramos. Al día siguiente partimos hacia Ocosingo, donde nos espera de nuevo alojamiento de Couchsurfing, en casa de Rafa. El viaje son un par de horas en combi por una carretera que sube la Sierra Lacandona, a base de curvas y más curvas. El paisaje es tan bonito que apenas hablamos en todo el recorrido, sólo miramos.

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Ocosingo resulta ser más grande de lo que pensábamos (nos hablaban de ella como si fuese un pueblo) y es sede de la Universidad Tecnológica de la Selva. De hecho, nuestro anfitrión es un joven estudiante de ella.  Como él tiene clase y nosotros llegamos a media mañana, nos quedamos por la plaza central, pues con las mochilas a cuestas no tenemos mucha libertad. Nos comemos unos tacos, nos refrescamos con unas paletas de piña y observamos curiosos una infinidad de grupos diversos, montando una especie de altares. Ese iba a ser nuestro primer contacto con el tema, o mejor dicho, la fiesta, y ahí conocimos a una nueva compañera de viaje: La Catrina. También sentimos, aún sin saber por qué, que las calles que recorremos guardan una historia, algo que en ese momento no comprendemos y que nos costará descubrir. Aquí tuvo lugar la única batalla entre el EZLN y el ejército mexicano, y esa huella está presente, de forma velada, en cada rincón.

Rafa llegó puntual a buscarnos y llevarnos a su pequeño apartamento de estudiante, donde pasamos el rato hablando de política, literatura, anécdotas y viajes hasta que cae el sol y salimos. Quiere enseñarnos la fiesta. El cementerio está decorado como si fuera una feria, con puestos de comida y música, pero cerrado todavía. Volvemos a la plaza, donde la luz de las velas ha cambiado por completo la imagen de los mismo altares que hemos visto unas horas antes. Llegamos a casa y acabamos la noche con cervezas y más gente de la que parecía caber en el apartamento, echando unas risas. Aprendimos, por ejemplo, que aunque aquí nos digan lo contrario, beber «Sol» no es beber cerveza mexicana. De hecho, ni siquiera es beber cerveza. Vamos, como la Cruzcampo de aquí.

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Al día siguiente madrugamos para ir a Toniná. Aunque Rafa nos ofrece dejar las mochilas en casa, no nos fiamos porque puede ser luego un lío si al volver del yacimiento no hay nadie en casa, así que las cargamos y nos despedimos. Descubrimos que no se ha ido de vacaciones a su casa por hospedarnos, así que no vamos a retrasarle más sólo por guardarnos el equipaje hasta nuestra vuelta. Es curioso, pero con las pocas horas que pasamos juntos, conectamos, y todavía hoy seguimos en contacto en redes sociales.

Sabemos que allá no hay taquillas, pero ya nos inventaremos algo. Cogemos el colectivo en el mercado (parece que en todas las ciudades sale del mismo lugar) y nos vamos. Desde la carretera vemos Toniná, majestuosa ciudad maya. Tenemos suerte y resulta que sí hay taquillas, la combi para en la misma puerta y no pagamos entrada porque no hay taquillero; incluso el museo tiene libre acceso. No recordamos un día en el que hayan salido bien tantas cosas seguidas.

Entramos de buen humor. Sabemos que Toniná, pese a su importancia, es un yacimiento poco visitado, así que esperamos verlo tranquilamente. Caminamos algo más de un kilómetro cruzando lo que parece ser un rancho hasta la entrada del yacimiento. Toniná es, sin duda, lo más majestuoso que hemos visto hasta el momento. Una ciudad completa, construida en la falda de una montaña, representando los siete niveles desde el inframundo (los túneles o basamentos) hasta el cielo (templos del Sol y la Luna). Tenemos total libertad para meternos por donde queramos, todo está abierto y es accesible, no hay nadie, ni siquiera vigilantes: estucos, policromías, pasadizos… Una verdadera ciudad entera y muy bien conservada, para nosotros. La escalera que accede a la parte más elevada, bajo el sol mexicano, es un reto para el vértigo. Pero es maravillosa. Absolutamente maravillosa.

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A la salida entramos en el museo, que cumple con su objetivo: ayudarte a comprender lo que has visitado, la vida de la ciudad, la sociedad que la habitaba. La gestión del yacimiento, en territorio del EZLN, es la mejor que veremos en todo el país.

Y volvemos a Palenque, para tomar otra combi, que nos tiene que llevar a San Cristóbal de las Casas. La carretera está tranquila, pese a las amenazas de «bloqueos». Confiamos que, al viajar en transporte colectivo (solemos ser los únicos extranjeros) no tengamos problemas.

En San Cristóbal también hemos encontrado hoster de Couchsurfing. pero para un par de días no más. Lo mejor de aquella estancia fue coincidir con otra pareja de españoles, Ana y Adrián, que entonces estaban inmersos en la aventura de recorrer América en bicicleta, desde Canadá hasta Perú. Hacemos buenas migas enseguida y salimos a recorrer la ciudad.

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SanCris vive por y para el turismo. La capital de Chiapas es uno de los destinos más famosos entre los mochileros y viajeros que pasan por México. Así, al orgullo indígena de sus habitantes, se une la mezcla de culturas de toda la gente que pasa por allí. Pero también muestra, si lo quieres ver, el orgullo zapatista, de aquellos meses en que Chiapas fue el centro del mundo y plantó cara al capitalismo con una revolución escrita en verso.

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Chiapas: Palenque y las cascadas de Roberto Barrios.

Nos reponemos pronto del pesimismo que arrastrábamos cuando salimos de Campeche. ¡Estamos en Chiapas! Una región mítica que soñábamos conocer. Por increíble que parezca, el paisaje ya no es el mismo, estamos cerca de la Sierra Lacandona, presente al final de cada calle de la ciudad. Llegamos al hostal tras una noche entera en bus, y tras pasar el único control de policía que veremos en todo México, en el hostal nos dejan hacer entrada a las 7.30 de la mañana, lo que nos permite dormir un rato en la cama antes de salir a caminar por la ciudad… y la vemos pronto, porque Palenque no tiene nada de interesante, más que una avenida donde se concentran todas las oficinas de agencias de viajes que ofrecen las mismas visitas a precios muy parecidos. Nos llama la atención que no vemos a ningún turista por al calle, y es que la moda ahora es alojarse en «eco-cabañas» en la selva, que prometen la experiencia de dormir en plena naturaleza… junto a cientos de turistas que han buscado exactamente lo mismo. Palenque es ciudad de un día para muchos, y nosotros nos planteamos si no nos habremos equivocado al coger tres noches…

Entramos al pequeño puesto de información turística con pocas esperanzas, dadas las experiencias anteriores, pero el hombre que nos atiende resulta ser de bastante ayuda. Conoce bien la zona y responde a nuestras preguntas. Este país no deja de sorprenderme. El objetivo del día es organizar las visitas de las próximas jornadas. La zona está llena de lugares interesantes, pero las rutas guiadas van a un número reducido de enclaves, siempre los mismos, en jornadas maratonianas. No nos interesa. Con lo que nos dan en la oficina volvemos a la habitación, a investigar en internet.

La zona destaca, además de por las ruinas, por sus cascadas. Y de las muchas que hay sólo se ofrecen dos para visitar: Agua Azul y Misol-Há, que curiosamente, están en la carretera que une Palenque con San Cristóbal de las Casas, es decir, en el trayecto de la ruta que hacen todos los turistas. Las desechamos y buscamos otras. Descartamos también las zona arqueológicas de Yaxchilán, Tikal y Bonampark, las famosísismas, las que aparecen en todas las guías… a las que sólo se puede llegar con transporte privado, tour-operador mediante, y jornada (de nuevo) maratoniana de transporte… La norma para el turista en este país. Ya hemos decidido que no entraríamos en ese juego. Así, nos planteamos visitar la ciudad de Ocossingo y las ruinas de Toniná, como alternativa, y comenzamos a buscar alguien que nos aloje por esa zona. El primer día aquí lo vamos a dedicar a preparar nuestra estancia y próximas visitas.

 

Al día siguiente nuestro único plan es visitar con tranquilidad la zona arqueológica de Palenque, a la que llegamos a primera hora con una combi, que pese a la corta distancia que recorre nos cobra 30 pesos a cada uno. La entrada es mucho más barata que en otras zonas visitadas antes. Vamos mejorando.

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Cuando llegas a primera hora al yacimiento, y todavía lo están acicalando…

Palenque se nos muestra tal y como es, una gran ciudad llena de vestigios. Lo primero que hacemos es entrar en el interior del templo, es la primera vez que tenemos oportunidad de hacer algo semejante. Aquí no hay cuerdas que delimiten el sendero a seguir, ni vigilantes, ni limitaciones. Esto promete. Subimos, bajamos, entramos y salimos de las edificaciones con total libertad por todo el complejo.

Apenas hay un par de grupos pequeños visitando la zona, y son todos mexicanos. Resulta curioso, muchos turistas duermen en la ciudad, pero no visitan la zona arqueológica más cercana, por no entrar dentro de la ruta establecida ni aparecer en las guías.

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Lo mejor de Palenque es que conserva algunos restos de estuco recubriendo muros, lo que ayuda a imaginar cómo eran las ciudades antes de que se las tragara la selva. Al acabar, un lindo eco-sendero nos conduce, pasando por una cascada, hasta el museo, pero está cerrado.

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Nuestra intención al día siguiente era visitar las cascadas de Roberto Barrios, evitando así las turísticas. Elegimos estas porque hemos leído que son gestionadas directamente por la comunidad local, que controlan el acceso de visitantes para no saturar la zona, quedándose con el dinero de la entrada. Bien. Sólo nos queda buscar el transporte. Ay. Preguntamos en el hostal, donde nos indican un lugar de salidas de combis que no es. Preguntamos varias veces y damos vueltas sin resultado, nadie sabe nada. Nadie va allí ni sabe donde es, hay que joderse. Mosqueados, acabamos en la oficina de turismo regional, preguntando por cualquier otra cascada que visitar, cercana, pues ya nos daba igual y no queríamos perder el día. Tras las indicaciones del chaval (Palenque es el único sitio donde las oficinas de turismo nos han resultado útiles) y varias vueltas más, llegamos a la salida de los colectivos, donde preguntamos a un conductor y resulta que no tiene ni idea de qué cascada le decimos, pero nos indica una combi que tenemos justo en frente y que está a punto de salir hacia… ¡Roberto Barrios! Es de locos y mentalmente agotador, dan ganas de llorar, pero aprovechamos el golpe de suerte y subimos. Vamos a conseguir llegar al lugar que queríamos, sólo nos ha costado tres horas dando vueltas preguntando a todo el mundo.

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Con nuestro guía local (sordomudo, pero atentísimo con mis torpezas)

La combi está llena de lugareños… y un murciano (no, no es un chiste). El viaje es breve, y por un precio asequible nos deja a pie de la entrada a la cascada, donde unos locales han puesto una simple mesa en el camino para cobrar la entrada, 20 pesos. El lugar es maravilloso: caídas de agua cristalina en medio de un bosque selvático, diferente a los que habíamos visto hasta entonces. Nos acompaña un chaval sordomudo pero muy simpático, que se hace entender sin problema y se preocupa de que no tropiece ni me caiga por el camino, hasta llegar a la zona de baño, un remanso de agua dulce y fresca, con un salto de agua para los más valientes.

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Panorámica de las cascadas de Roberto Barrios

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Al regresar tenemos suerte, pues aunque se suponía que la combi salía a la una, y que hasta las tres no habría otra, allí estaba esperando. Volvemos haciendo fotos al caracol zapatista de la zona. Tenemos intención de visitar alguno cuando lleguemos a Ocossingo, donde hemos encontrado alojamiento de Couchsurfing.

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San Francisco de Campeche, ciudad caribeña fortificada.

Llegamos tras un buen viaje en camión; es nuestro único medio de transporte en México, y los trayectos son siempre amenos. El paisaje es espectacular: carreteras rodeadas de selva y coloridos pueblos llenos de vida. Buscamos el hostal que hemos cogido a través de una oferta de booking (truco viajero: abre una cuenta de correo en el país por el que vayáis a viajar, si vais a usar webs para comprar billetes o coger habitaciones, serán más baratas) y que resulta ser un estupendo hotel en la plaza central de la ciudad. Para mí es el mejor hotel en el que he estado nunca: un edificio colonial restaurado con gusto, amplio, luminoso y nuevo. Nuestra habitación, enorme, tiene dos balcones que dan a la plaza, justo frente a la catedral.

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Las vistas desde nuestra habitación…

La plaza está siempre llena de vida: bailes regionales, espectáculos de luz y sonido, desfiles, manifestaciones… es el corazón de la ciudad, pero, sorprendentemente, al llegar la noche reina la paz y dormimos sin escuchar un ruido.

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Celebremos Campeche.

Decidimos ir a la oficina de turismo a buscar información para descubrir la ciudad, pero la muchacha que nos atiende apenas nos ofrece nada, ni siquiera un triste plano, porque no tiene (¿en serio?). La verdad es que nos cuesta encontrar oficinas útiles y eficientes en México, pues bien no tienen información, bien la que tienen es sólo publicidad de comercios y tour operadores dispuestos a desplumar al gringo, como si fueran a comisión, pues si pides algo alternativo, nunca existe según ellos. Así que hacemos lo mismo que en Valladolid, acudir a la biblioteca (que está en la misma plaza, por cierto) donde nos tratan de maravilla y nos ayudan a buscar todo lo que queremos: mapas, información histórica, yacimientos… leemos y anotamos todo lo que necesitamos porque queremos organizar una previsión de ruta y escribir a nuestros anfitriones de Couchsurfing con más tiempo, muchos nos están diciendo que no porque avisamos con muy pocos días de antelación. Estamos tan a gusto, y trabajando, que se nos pasa la mañana sin enterarnos.

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Rincones y sabores de Campeche.

 

Campeche, San Francisco de, es una ciudad marítima fortificada, que forma parte de una red de ciudades caribeñas de las mismas características, todas fortificadas tras su nacimiento para repeler los ataques e incursiones piratas, que eran frecuentes. En aquella época (siglos XVII y XVIII) eran el punto de entrada de las mercancías que llegaban desde Europa y, lo más importante, el punto de salida de todo el oro, plata y joyas de las minas americanas hacia la Metrópoli, lo que las convertía en un deseado blanco de robos y asaltos. El conjunto de ciudades se reparte por toda la costa caribeña y está declarado Patrimonio de la Humanidad:

  • Puerto, fortaleza y conjunto monumental de Cartagena, Colombia.
  • Ciudad vieja de La Habana y su sistema de fortificaciones, Cuba.
  • Castillo de San Pedro de la Roca en Santiago, Cuba.
  • Ciudad Histórica Fortificada de San Francisco de Campeche, México.
  • Fortificaciones de Portobelo y San Lorenzo,  Panamá.
  • Fortaleza y Sitio Histórico de San Juan de Puerto Rico.
  • Ciudad Colonial de Santo Domingo, República Dominicana.
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Ciudades Caribeñas fortificadas, Museo de Historia Naval y Comercial.

El museo de Historia Naval y Comercial, en el mismo edificio que la biblioteca, se dedica, precisamente, a desarrollar el tema, como veis en la foto superior.

Campeche resulta una ciudad amable, con un casco histórico impecable, unas fortificaciones recuperadas y un malecón donde, al atardecer, se instalan multitud de puestos de comida, y mucho ambiente, siendo el lugar perfecto para disfrutar de unos ricos tacos.

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Conjunto de fortificaciones de Campeche.

Nuestro último día en la ciudad es un lunes. Ha llovido, y ya no es fin de semana, por lo que descubrimos otra ciudad distinta. Campeche es la ciudad más turística para los mexicanos, por su seguridad, motivo por el que todos los fines de semana se llena de parejas que disfrutan de una escapada. Pero ha llegado el lunes, y la ciudad ha vuelto al que debe ser su ritmo habitual, pausado y tranquilo. Paseamos por el malecón hasta acabar en la parte más antigua y auténtica de la ciudad, la originaria, el barrio de San Francisco.

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Plazuela y calles del barrio de San Francisco.

El último paseo por la ciudad nos lleva, sin saberlo, hasta la bella Mansión Carvajal, antiguo palacete hoy reconvertido en edificio público, donde toda la arquitectura y organización de la casa giran en torno a su patio y una espectacular escalera, que no se sujeta nada más que sobre sí misma, en su primer y último escalón.

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Patio de la Mansión Carvajal.
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Escalera de la Mansión Carvajal.

Después de comer volvemos a la biblioteca, no tenemos muy claro la zona que nos rodea, ya que nos cuesta organizarnos, apenas encontramos mapas que muestren más que las rutas turísticas preestablecidas y nuestro presupuesto es más elevado de lo que habíamos estimado. Nuestra falta de previsión, es, además, un impedimento en Couchsurfing, pues solicitamos con tan poco tiempo que mucha gente no puede alojarnos, y empezamos a estar cansados. El yacimiento más cercano desde aquí es Calakmul, y discutimos si ir o no, entrando en un debate que ya se nos ha planteado alguna vez y que nos ronda hace tiempo: elegimos ver lo más turístico (por la facilidad de transportes e infraestructuras) o buscamos alternativas, que suponen más trabajo para obtener la información. La verdad es que resulta agotador organizar las jornadas sin querer contratar agencias o viajes organizados, pues apenas hay opciones y lo peor de todo, nadie te las quiere contar. Ni siquiera encontramos foros o blogs donde consultar, pues parece que la gente sólo visita lo mismo. Visitas como Chichén Itzá, caras y decepcionantes, frente a otras menos conocidas, pero más asequibles e interesantes nos hacen decidirnos por los enclaves secundarios a partir de ahora. No iremos a Calakmul.

Así, buscamos respuestas en la estación de autobuses, preguntando por líneas regulares que vayan a alguna zona que nos interese, sin resultado. Tenemos una especie de crisis existencial: vamos gastando más de lo estipulado, no conseguimos alejarnos de los grandes focos turísticos, nos cuesta encontrar alojamiento con mexicanos… y nos agobiamos. O no hemos sido realistas al organizar el viaje, o algo estamos haciendo mal. Así que volvemos a la idea original: seguir hacia Palenque, aunque es turístico, tenemos la esperanza de que todo se vaya haciendo más fácil y barato a medida que nos vamos adentrando en el país y vamos dejando atrás la península del Yucatán. Decidimos ir a Palenque con un bus que viajará toda la noche, entrando así en la región de Chiapas.

Mérida, Uxmal y un cenote para nosotros solos

Mérida nos recibe con lluvia, ya de noche, tras bajar del bus al que nos subimos en Izámal. Estamos desubicados, y el agua nos obliga  coger un taxi para llegar hasta la casa de nuestra anfitriona. De pura suerte, pues el taxista tampoco lo tenía nada claro, paramos justo en la misma puerta. Por fin, algo sale bien. Y nos recibe «Flamenca», nuestra primera anfitriona de Couchsurfing. Flamenca, pseudónimo que usa en la aplicación, es una mujer algo mayor, que no se corresponde con la imagen que uno pueda tener de gente que abre su casa a otros sin conocerles. Es amable y dulce, y a pesar de que nos ofreció algo para cenar y asentar el cuerpo, nos acostamos pronto esa noche, sin apenas entablar conversación. El cansancio y la extraña sensación de estar invadiendo la intimidad ajena me hacen sentir incómoda. He llevado un mal día, el cansancio y el calor me hacen plantearme si realmente soy capaz de seguir el viaje, y empieza a resonar en mi cabeza una frase que me escucharé decir muchas veces: «este viaje debería haberlo hecho diez años antes». Hay cosas que cuestan.

Dormimos bien, y tras una ducha, el día se plantea mejor. Desayunamos charlando con Carmen, su verdadero nombre, y Jorge, su marido, nos organizamos el día y salimos a conocer la ciudad, una de las principales del país. Antes de salir de casa, nos enseñan cómo movernos por la ciudad con los buses, así que ya somos independientes para movernos a nuestro ritmo. Lo siguiente que hacemos es acercarnos a la oficina de Turismo, y tenemos la suerte de llegar justo a tiempo para sumarnos a una visita guiada por la plaza y sus monumentos, ofrecida como servicio de la Oficina Municipal.

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Plaza Monumental de Mérida, Yucatán.

De este modo descubrimos que Mérida fue la primera ciudad fundada por los españoles en México y su catedral, la primera que se levantó en todo América. Que su nombre en maya significaba «cinco«, en referencia a las cinco grandes construcciones mayas que había cuando llegaron los conquistadores, a quienes impresionó tanto que la bautizaron Mérida, como la ciudad extremeña, por su monumentalidad. Y que, como siempre, se desmontó todo para reutilizarlo en la construcción de los nuevos edificios occidentales y cristianos, en cuyos sillares todavía se aprecian dibujos e inscripciones precolombinas.

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Interior de la primera catedral de América.

Al terminar la visita nos animamos a ir a la razón de nuestro paso por la ciudad: el Gran Museo Maya, un edificio nuevo, monumental y desmesurado a las afueras de la ciudad, igual que el coste de su entrada (150 pesos). El museo se divide en diferentes áreas, que tratan de explicar la pervivencia maya en la población actual (un 30%) usos y costumbres, y un repaso histórico inverso, es decir, desde hoy hasta llegar a su momento de máximo esplendor, intentando no cerrar el estudio de lo maya a un contexto puramente arqueológico, sino abrirlo a un estudio sociológico, pues aún queda mucho rastro maya en la sociedad actual. La cultura maya como algo vivo y presente, no como una civilización perdida, un planteamiento que nos gusta. Otra cosa es el resultado del proyecto. Acaba siendo un reclamo para el turista extranjero que se acerca en «shuttle», sin contenido real y sin vinculación con la ciudad, desde la que es muy difícil acceder. Decepcionante, la verdad.

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Casa Montejo, Mérida.

El segundo día lo dedicamos a otra parte de la historia mexicana: la colonial. Así, visitamos la Casa Montejo, y un pequeño y colorido museo que nos fascinó: el Museo de Artes Populares, sencillo y maravilloso, es todo un tributo a diferentes artesanos (alfareros, bordadoras, etc) y su labor. Una explosión de colorido e imaginación, un buen resumen de lo que es México para nosotros. Aquí tuvimos nuestro primer contacto con unos seres que más tarde, en Oaxaca, nos cautivarían: los alebrijes. Seres fantásticos, recreados en papel maché, salidos de la imaginación de grandes artistas que representan lo mejor y lo peor del ser humano.

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Museo de Artes Populares.

Pero Mérida también nos sirve como plataforma para llegar a otra zona arqueológica de interés: Uxmal, una de las imprescindibles. La bella Plaza de los Pájaros, la Casa de las Tortugas, la Plaza Porticada o la Gran Pirámide. Es la primera vez que comprendemos la ciudad que visitamos y se convierte en nuestra favorita de todas las visitadas hasta ese momento.

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Zona Arqueológica de Uxmal.

El último día en la ciudad lo dedicamos a las recomendaciones de nuestros anfitriones, con quienes hemos pasado buenos ratos conversando en casa. Ya se han roto nuestros bloqueos mentales y la convivencia ha sido una delicia. Como saben de nuestro interés por la arqueología, nos mandan al Museo de Antropología, donde se exhibe una muestra temporal sobre el concepto de belleza maya, y es todo un acierto. Una selección de las mejores piezas de los principales yacimientos mayas del país para mostrar las diferentes «transformaciones» a las que se sometían desde bien pequeños buscando su ideal de belleza: deformaciones craneales a los recién nacidos, dientes limados y perforados, escarificaciones en la cara…  La exposición, además de fascinante, supone uno de los impactos buscados: acercarnos al cambio de canon estético, y salir de la cuadrícula mental occidental que arrastramos. Nuestra Historia del Arte, la que hemos estudiado en Europa, no es más que una línea recta en el tiempo en la que se repiten y modulan los mismos estereotipos una y otra vez. Sin embargo, aquí aceptamos como «bello» (el término más subjetivo del mundo) conceptos que para nuestra cultura serían horrorizantes, deformes. ¿Qué es la belleza, entonces? ¿la simetría que perseguimos desde la antigua Grecia, o las variaciones más pintorescas del aspecto? ¿Qué busca el ideal social, atraer mediante la confianza de lo dulce y sublime, o asustar como feroz enemigo? En realidad, nos damos cuenta de que el arte es, en verdad, el medio que usamos para lanzar un mensaje al otro y que éste define nuestra intención social en el mundo, para con nosotros y para con el resto. Y esa es otra de las diferencias entre quienes habitaban aquella tierra y quienes llegaron desde el otro lado del mundo.

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Escultura maya.

Nuestra última visita en Mérida es a la localidad de Chocholá, buscando un cenote recomendado, sin turistas, y lo hallamos. El pueblo es pequeño y agradable, y el cenote es fantástico. Es la primera vez que visitamos uno, y no nos puede gustar más. Nos bañamos en un agua cristalina, metidos en la cueva, y sin llegar a ver el fondo de la misma, pues al ser un cenote joven aún no se le ha derrumbado la techumbre. Estamos solos casi todo el tiempo. Un baño pausado, relajado, que nos permite sentir y disfrutar de todo: de la temperatura del agua, del goteo de las paredes, de la textura de la roca, de los fósiles, del silencio…

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Cenote San Ignacio, Chocholá.

Mañana partiremos a Campeche, donde no hemos encontrado aún a nadie que nos aloje. Pero eso será mañana.

Recorriendo el Yucatán: de Cobá y Ek-Balam a Izamal

Como os contábamos aquí, pasamos una semana alojados en Valladolid, porque nos servía como base para visitar las zonas arqueológicas que nos interesaban: Chichén Itzá (ya contamos nuestra desilusión) la maravillosa Cobá y Ek-Balam, que nos sirvieron para quitarnos el mal sabor de boca tras la primera, y acercarnos de verdad a la arqueología y cultura mayas.

Así que para ver Cobá aquel día madrugamos, para levantarnos de noche y tomar un carro hasta el pueblo, y de allí, un paseo hasta la zona arqueológica a primera hora de la mañana, cuando apenas había salido el sol y todavía no hacía calor. Desde la entrada hay apenas 2km de camino por la selva hasta la ciudad, pero todo el mundo te recomienda que contrates, por unos euros, el servicio de una bici-carro y que te lleven hasta la zona arqueológica. Sinceramente, además de una estupidez, es humillante. Es ese tipo de actitudes que detestamos en el turismo, el servilismo de quien acoge y el todo vale de quien visita. Sobra decir que no lo contratamos, y que os pedimos por favor que no lo hagáis vosotros. Ni eso, ni los servicios de muchos niños que hay a las puertas de las zonas arqueológicas ofreciéndose como guías y acompañantes. A nuestra negativa siempre acompañaba la pregunta «¿no tienes cole hoy?» y se acababa tanta amabilidad en un momento. Es increíble que el INAH permita algo así.

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La entrada a la zona de Cobá es un regalo que no hay que perderse

Pero volvemos a Cobá. Su encanto es, precisamente,  estar en medio de la selva y no haber sido excavada en su totalidad, por lo que aún se aprecian muchas construcciones bajo la vegetación cuando paseas por los senderos mayas, los viales de comunicación entre los diferentes puntos de la ciudad, bajo la sombra de la selva, aunque la humedad sigue resultando insoportable.

Cobá es más relajada que Chichén Itzá (bueno, en realidad, todas lo son en comparación con ella), hay menos gente y menos restricciones, y por fin podemos subir a lo alto de una pirámide. La ascensión es un reto, no por lo alto de los escalones, ni por lo empinado de su pendiente, sino por la humedad. Cuesta respirar y nunca tengo la sensación de llenar los pulmones de aire, por lo que toca tomárselo con calma, ayudarse de la soga e ir poco a poco. Pero al llegar arriba compruebas que ha merecido la pena. La selva, que se extiende hasta donde alcanza la vista, no te deja ver la cuidad que acabas de visitar.

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Desde abajo te da pereza, pero desde arriba da miedo.

Nos sentamos e inauguramos lo que será una tradición en todas las pirámides que visitemos: almorzar en lo alto. Mientras los demás suben y bajan con prisa, dedicando el tiempo justo de hacerse una foto, nosotros disfrutamos de las vistas, del ambiente, y cuando se puede, del sobrecogedor silencio de la selva.

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Nuestra nueva afición: pasar el rato en lo alto de las pirámides.

Pero la ciudad de Cobá es mucho más que su pirámide… es un bien conservado juego de la pelota, zona sacra y otros restos interesantes por los que perderse.

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Zona Aqueológica de Cobá.

Al salir todavía nos quedaba tiempo para el viaje de vuelta, así que comimos nuestro primer pollo al estilo maya y paseamos por el humedal de la ciudad nueva.

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El exterior de Cobá también merece un rato

La última zona arqueológica que visitaríamos esa semana desde Valladolid fue Ek-Balam. Aunque no resultó tan fácil encontrar transporte puesto que no hay bus regular hasta el pueblo más cercano, sino una mini-van que te lleva hasta el yacimiento. Además, volvemos a pagar una entrada que consideramos excesiva, y nos empezamos a mosquear, por lo que decidimos, a partir de entonces, seleccionar mejor lo que visitaremos y lo que no, especialmente mientras sigamos en Yucatán.

En un primer momento la zona resulta mal señalizada y con escasa información, que no describe más que obviedades y conjeturas, pero merece la pena. Es realmente diferente a muchas de las ciudades que visitaremos: su arco de entrada, las pirámides gemelas, la gran escalinata de la pirámide principal, los frisos… pocos lugares se nos mostraron tan completos, como libros abiertos de historia viva. Si tuviéramos que escoger una de las tres zonas nombradas, sería esta sin pensarlo.

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Arco de entrada en Ek-Balam
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Ek-Balam y sus pirámides gemelas

Y lo mejor, la acrópolis. Aunque en un primer momento, y vista desde abajo, la escalinata asusta, al empezar a subirla descubrimos, a media altura, que había arqueólogos trabajando en los frisos y las policromías, así que nos quedamos mirando, como bobos. Era la primera vez que vemos más que la piedra pelada, que suele ser lo habitual, y que pudimos ver parte del revoco y el estuco que decoraban los monumentos originalmente, con policromías vivas.

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Desde lo más alto de Ek-Balam apenas se ve nada
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Frisos decorativos en la gran pirámide de Ek-Balam

Al acabar la semana tenemos que pensar en cómo continuar el viaje. Por suerte, el alojamiento está resuelto gracias a Couchsurfing en Mérida, así que sólo tenemos que decidir cómo llegar hasta allí. Decidimos aprovechar y visitar de camino Izamal.

Izamal es un «pueblo mágico», etiqueta que usan en México para señalar su pueblos más bonitos, famoso en este caso por su sencilla arquitectura colonial y por estar pintado todo en amarillo.

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Y a este color lo llamaremos «amarillo Izamal»

Se trata de un pequeño pueblo colonial, organizado en torno al gran monasterio que ocupa la parte principal de la localidad, donde se abre la plaza y se da la vida. De las pirámides que había en época anterior no queda prácticamente nada (sospechamos que la piedra se usaría para levantar el convento).

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Convento de Izamal

Por suerte, es día festivo, y hay feria y mercado lleno de puestos para comer tacos, por supuesto. Así que por unas horas nos mezclamos con la gente, comiendo en la calle, paseando por el mercado, visitando la feria…

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Callejeando y saboreando Izamal, pueblo mágico

… hasta que se hace la hora de coger de nuevo el autobús y llegar al siguiente destino, Mérida, donde nos esperará nuestra primera experiencia con CouchSurfing.

Día de Muertos en México

Aunque no fue algo planeado, tuvimos la suerte de pasar el día de muertos en México y en compañía de mexicanos (gracias de nuevo, couchsurfing) por lo que aprovechamos para acercarnos a una tradición que tiene unas raíces bien profundas, que ha bebido de un conjunto de culturas muy dispares, pero que siempre ha permanecido, y de la que nos ha llegado una visión a España  como algo casi folclórico, mal explicado y mal entendido. Está muy (pero que muy) lejos del verdadero significado de la celebración. Por cierto, allí es el día 2 de noviembre y  esta festividad está declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Ya desde el principio entramos a algunos cementerios en los pueblos que visitábamos, teníamos curiosidad por verlos. Y nos llamaron la atención dos cosas: la primera, su colorido. Lejos del mármol blanco, negro o gris que se ve en Europa, allí los materiales son mucho más sencillos, pero pintados y ornamentados hasta resultar extraños en un entorno semejante. Y la segunda, las tumbas de los niños. Demasiado abundantes, demasiado recientes. Muchas de ellas eran auténticas réplicas de sus dormitorios en vida, donde reposaban todos sus juguetes. Era algo que impresionaba, helaba la sangre.

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El Día de Muertos es una celebración que se celebra el 2 de noviembre, aunque llega a comenzar, según lugares, la noche del día 28 de octubre. Su origen es milenario, pues las civilizaciones prehispánicas (como la mexica o la maya, entre otras) ya conservaban cráneos y hacían rituales simbólicos entre la vida y la muerte. Para ellos la muerte no tenía las connotaciones morales de la religión católica, y sus ideas de infierno y paraíso, sino que era una etapa más de la vida, algo mucho más natural y menos traumático que para nosotros. Existía un ente inmortal que da conciencia al ser humano, y que continúa su labor después de la muerte de éste. Es por ello que los entierros eran acompañados de ofrendas con objetos que el muerto había usado en vida, y que iba a necesitar en su tránsito al inframundo (esto también ocurre en otras civilizaciones orientales antiguas, como la Egipcia); por eso las tumbas prehispánicas presentan tanta variedad de objetos depositados (joyas, armas, alimentos, instrumentos musicales, etc). Nuestra muerte para ellos era, simplemente, una etapa más de un largo viaje que quedaba por hacer.

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Así, cuando lo españoles «evangelizan» a los pueblos nativos imponen la nueva fe, pero adaptándola a las costumbres locales (o a la inversa, quién sabe), lo que da lugar a sincretismos como éste. Una celebración de muertos que coincide en fecha con Todos los Santos, pero que nada tiene que ver con la celebración católica. En México el mundo de los muertos es muy complicado, aunque se puede sintetizar en que el espíritu de los difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con sus familiares durante un día, consolándolos y confortándolos, y por ello los familiares comen en los cementerios (la comida favorita del difunto), le llevan música y pasan el día junto a él. Para el difunto es un momento de reposo en su viaje, se relaja escuchando la música que le gusta y absorbe la energía de las ofrendas que han sido depositadas en su tumba, para continuar durante un año más.

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Pese a los músicos y los mariachis tocando canciones de tumba en tumba, vendiéndose al mejor postor o acudiendo a cualquier señal como quien llama a un taxi, vendedores de flores o limpiadores de nichos presentes por todas partes, el ambiente era solemne. No era triste, pero sí melancólico. No era irreverente, se mantenía siempre respetuoso. Al fin y al cabo no era una fiesta, sino un momento para pasar con quienes ya no estaban.

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Pero la celebración es mucho más que eso. Es todo un lenguaje iconográfico, resultado de tantos pueblos y culturas que han formado el actual México, que representa todas las ofrendas a los muertos, y que se resume básicamente en dos representaciones: los altares y las propias tumbas. Las tumbas y mausoleos, como en nuestra vieja Europa, marcan diferencias entre aquellos que tienen quien les siga recordando y los que no, los que tenían poder económico y los más sencillos, los que pudieron prever su momento y aquellos que se encontraron con la muerte sin esperarlo. Como en la siguiente foto, un instante que captamos sin darnos cuenta al querer capturar, precisamente, esas diferencias. Dos sepulturas en el suelo, de tierra, rodeadas de mausoleos coloridos. Luego descubrimos la situación. Entre las tumbas un niño, solo, pasaba la mañana mientras compartía su refresco de cola. Algo volvió a hacernos sentir de nuevo un frío interior.

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Y el segundo elemento, los altares. Nuestro primer contacto con la celebración como espectáculo fue en Ocosingo, donde nos encontramos de lleno con el día de Todos los Santos como una fiesta popular, extendida a toda la sociedad, que ha salido de los cementerios y llena las calles y plazas de todas las localidades del país, repitiéndose los concursos de altares y catrinas, jugando con la muerte como lo que es, una parte más de la vida. Así, cada grupo o colectivo se esmera por levantar el mejor altar, con las influencias de cada región y cada tribu de México, con elementos de la naturaleza y, por supuesto, la simbología introducida por el cristianismo, lo que hace de ellos auténticas obras de arte eclécticas y efímeras. Y cada elemento que los componen tiene su propio significado: siete pisos, los niveles del inframundo que debe atravesar el alma para poder descansar, cada cual con sus propias ofrendas: en lo más alto la foto del santo al que está dedicado, sal, pan de muerto, agua, fruta, dulces, copal, incienso, flores, papel de colores picado, velas encendidas para las almas, fotos de los difuntos, y en contacto con el suelo una cruz hecha con frutas, semillas o pétalos de flores. Un sinfín  de ofrendas que, aunque se siguen realizando a pequeña escala en muchas casas, hoy se ha convertido en un espectáculo público y concursos en los que compiten asociaciones, universidades, parroquias o cualquier agrupación imaginable.

 

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Para este momento tan especial hay, por supuesto, un personaje icónico: la  Catrina, un esqueleto femenino ataviado al estilo occidental, con sombrero afrancesado  y joyas. Aunque es de creación muy reciente, pues apareció a mediados del S. XIX en un grabado de José Guadalupe Posada, se ha extendido por todo el territorio hasta formar parte del ritual de la celebración. Fue popularizada por Diego Rivera tras pintarla en un mural, «Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central», denominándola «Catrina», en referencia al término catrín, hombre elegante y bien vestido y tenía en origen un carácter de crítica social, pues quería retratar las miserias y la hipocresía de la clase política y de la alta sociedad del momento. Muertos de hambre queriendo ser europeos, hoy es la muerte hecha espectáculo en una sociedad de consumo que mercadea con todo.

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Esta es la parte que nosotros vivimos. También nos contaron que al llegar la noche gran parte del sentimiento familiar y del recogimiento que habíamos visto durante la jornada desaparecía y que, ahora sí, quedaban los grupos con más ganas de festejar la noche de los muertos. Por norma, ya sólo suelen estar los hombres, el alcohol corre con más abundancia que hasta entonces y la gente se aleja de la zona de tumbas (siempre hay excepciones) para continuar con una auténtica fiesta. Pero esto ya no llegamos a verlo. Quizás en la próxima ocasión.

Nuestra primera vez: Chichén Itza

Latinoamérica. Y más en concreto, MesoAmérica. Ese era nuestro principal objetivo en nuestro (primer) gran viaje. Queríamos visitar, recorrer y empaparnos de la historia y arte precolombinos, un mundo totalmente desconocido, pues ni siquiera las facultades españolas en sus clases de arte les dedican tiempo. Civilizaciones estereotipadas por un desconocimiento y un desprecio secular, que se generan cuando eres incapaz de interpretar lo que ven tus ojos, tal vez porque siquiera alcanzas a comprenderlo. Astronomía, urbanismo, orfebrería, arquitectura, matemáticas… mil y un aspectos de diferentes pueblos y civilizaciones. Todo un mundo, literalmente, por descubrir. Como era demasiado ambicioso, redujimos nuestro viaje a una parte de la Ruta Maya.

Vamos a intentar no aburrir con descripciones arqueológicas detalladas, pues eso se puede consultar en otros sitios. Queremos hablar de impresiones, de cómo nos sentíamos ante cada cuidad visitada, de la curiosidad con la que intentábamos descifrar su lenguaje estético (tan diferente del occidental europeo). Y claro, habiendo entrado por Cancún, y dada la ruta elegida, hacia Mérida, nuestra primera parada era Chichén Itza. Aunque sabíamos que era el lugar más turístico, fue mucho peor de lo que esperábamos, y no sólo por el calor y la gente, que también. Chichén, Nueva Maravilla del Mundo, un lugar mágico, increíble, y… bla, bla, bla.

Es curioso el tema de los recuerdos y la memoria. Al escribir, más o menos un año después, no recuerdo lo mal que me encontraba (tenía fiebre aquel día) ni lo cabreada que estaba por sentirme explotada a cada paso (bus, entrada, etc). Tampoco recuerdo el calor o la humedad irrespirable, ni los mosquitos. No. Recuerdo que era un lugar que hacía mucho, mucho tiempo queríamos visitar y aunque nos decepcionó un poco, seguía siendo la primera ciudad mesoamericana que visitábamos y, pese a todo, queremos decir que no estuvo tan mal. Contradicción pura y dura desde el minuto uno.

  piramide-del-castillo-al-entrarLa gran pirámide de Kukulcán, la joya de Chichén Itza, desde la sombra de un árbol.

Era nuestro primer sitio arqueológico mexicano. Nos informamos, y mucho, para evitar el bus turístico que, por un precio nada módico (entre 40 y 60 dólares o euros, según la empresa) te llevaba hasta la puerta. Nos costó, pero lo encontramos. Nadie nos daba alternativa a los autobuses de las agencias de viajes y tour-operadores, nos decían que era imposible en la Oficina de Turismo, pero entonces Quique preguntó «¿y cómo llegan cada día los trabajadores?». Y así lo encontramos. Un simple bus de línea regular de ADO nos acercaba hasta el pueblo en el que se encuentran las ruinas, y de allí, caminando, en apenas cinco minutos,  nos plantamos en la puerta de la zona arqueológica más famosa del país cuando aún despuntaba el alba y  desayunamos en las taquillas mientras los trabajadores iban llegando. Comprobamos que como extranjeros íbamos a pagar siempre la entrada más cara: 168 pesos mexicanos en este caso (no es como en Egipto, donde el carnet de estudiante implica un 50% de descuento, o Grecia, donde entras gratis con el mismo documento). Aquí se paga, y no poco, puesto que, además, son tres entradas, una para cada organismo que interviene: INAH, Gobierno regional y local. De hecho, es el yacimiento más caro de todos los que visitamos. Para eso es el más turístico y para eso somos turistas, ¿no?

Además, con la excusa de que un turista se cayó desde lo alto de la pirámide principal hacía ya algún tiempo (nadie acertaba a decirte con exactitud cuándo ocurrió), todos los edificios estaban cerrados y era imposible acercarse o acceder a ellos, así que la visita se resume en un paseo de sombra en sombra (escasas, por cierto), viendo las construcciones desde la lejanía. Gracias a eso, en este post no encontraréis fotos maravillosas hechas desde la altura, del interior de los recintos, ni siquiera buenas fotos (pues no llevábamos la reflex). Se hizo lo que se pudo.

 

collage-castilloAl entrar sólo estaban los limpiadores, con machetes, repasando la escalinata.

Así que entramos a las 8, los primeros, disfrutando del primer rato de sol y del silencio de la zona. Los puestos de artesanía no estaban siquiera montados y los vendedores nos miraban con cara rara, extrañados de ver a alguien tan pronto por ahí. Así descubrimos que muchos de ellos acampan y duermen allí, casi se podría decir que algunos viven en el interior de la zona. El sol todavía no era molesto y no había gente paseando. Reconocemos que, en ese momento, la gran pirámide nos impresionó, pese a ser menor que otro templos conocidos, como las pirámides de Giza. Pero cómo no iba a hacerlo. Con escalinatas monumentales en sus cuatro lados (de momento es la única de esta tipología, con 91 escalones cada una, sumando 364, más la plataforma superior, 365, es decir, los días del año actual), serpientes de piedra en cada una de ellas y, sobre todo, unas cuantas leyendas labradas sobre sus espaldas. La rodeamos tranquilamente, con la pena de no poder subir a ella, así que nos dirigimos a zonas como el Templo de los Guerreros o la de las Mil Columnas.

 

collage-a-primera-horaAsí estaba, a primera hora. Solitos.

Aunque debe ser la zona en peor estado de conservación del recinto, su amplitud da una idea de lo que debió ser la ciudad. Y como siempre, hay que usar (mucho) la imaginación para visualizarlo en pie, ornamentado con esculturas y pintado con llamativa policromía. Los escuetos paneles de cada recinto, por cierto, tampoco eran de gran ayuda.

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La zona de las Monjas era una pequeña plaza entre edificaciones discretas, pero llenas de simbología en sus fachadas. Al tratarse de edificios menores, pudimos apreciar mejor la decoración, y empezamos a advertir la presencia del omnipresente Chaak (sí, ese que parece Bob Esponja) y el meticuloso y geométrico trabajo de la piedra.

collage-conjunto-monjasArea de las Monjas.

Aunque sin duda, nuestra parte favorita fue la del Observatorio «El Caracol» (llamado así por la escalera interior de acceso a la cúpula). Semejante infraestructura sólo es posible si para un pueblo es de vital importancia un estudio muy profundo e importante del cielo, hasta el punto de adquirir un dominio de la astronomía y del calendario que ha hecho famosos a los mayas por su exactitud y amplitud, abarcando periodos de miles de años.

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La leyenda dice que la plataforma de los cráneos debe su nombre a ser el lugar donde se depositaban las cabezas de los jugadores de pelota, aunque no quedaba muy claro si las de los perdedores (como castigo), o de los vencedores (para su inmortalidad). De hecho, en el tema del juego de pelota no hay nada claro, y escuchamos tantas versiones diferentes como guías pasaron por delante de nosotros. La única afirmación segura es que cuando llegaron los españoles a América ya no se jugaba, los mayas estaban en decadencia y los conquistadores poco pudieron conocer de las costumbres locales.

collage-plataforma-de-los-craneosLas calaveras siguen estando muy presentes en la simbología mexicana del día de muertos.

Cuando regresábamos de nuestro paseo de la periferia, la plaza central, la que alberga la gran pirámide, ya no estaba tan tranquila…

collage-al-entrar-y-al-salir Dos horas de diferencia, y … voilá!

 

Nos quedaba por visitar la zona del cenote sagrado, supuesto punto de origen de la ciudad, y para ello teníamos que cruzar buena parte de la zona arqueológica, curiosamente, la única llena de sombra, y donde se acumulaban los puestos de venta…

collage-vendedoresEste era el recorrido entre monumento y monumento. No, gracias, no quiero» artesanía».

 

collage-cenote El cenote sagrado.

Y es que Chichen Itza, «la tierra de los Itzáes», es una zona arqueológica reconvertida en parque temático para turistas, que a miles diarios, recorren sus calles y explanadas despejadas de vegetación, bajo un sol de justicia, sorteando decenas de vendedores de artesanía, tras haber pagado la entrada más cara de todo México. Así que cuando apenas llevábamos una hora, aquello empezó a llenarse de grupos apresurados y ruidosos, que daban palmadas como monos para comprobar la estupenda acústica del lugar y escuchar, con su eco, el canto del quetzal, que se hacían fotos de ante la pirámide y escuchaban las explicaciones con cara de indiferencia absoluta, deseando que terminaran para volver al «shuttle» (furgoneta de transporte privada) y su magnífico aire acondicionado.

Lo curioso de aquel día es que apenas aprendimos nada de arqueología maya, pero sí algo fundamental que nos ayudaría durante todo el viaje: nuestros referentes estéticos, históricos y culturales no servían de nada si queríamos abrirnos y aprender. Como ejemplo significativo, cualquier referencia o similitud estética con algo conocido que encontramos era más bien asiática. Esto suponía tres cosas que, aunque evidentes, muchas veces no nos planteamos: una, que América era ya conocida y estaba conquistada antes de que llegaran Colón o los vikingos desde Europa, dos, que sus lazos comerciales y culturales con imperios orientales eran muy frecuentes, a pesar de lo que suponemos desde Europa y que influyeron en sus sociedades, y tres, que Europa no es el ombligo del mundo. Como siempre hemos estudiado con los mismos mapas y la historia del mundo la hemos escrito desde nuestro discurso y con nuestras referencias, nuestro cerebro olvida que la Tierra es redonda, que como tal, no tiene principio ni fin y que, por tanto, otras rutas y la existencia de otras civilizaciones tan avanzadas como las nuestras fueron posibles, aunque no dejaran registros escritos, o no sepamos descifrarlos. Los textos de los conquistadores hablando despectivamente de los nativos americanos también acentuaron esta percepción, al ser incapaces de valorar las sociedades que iban a destruir, y que, de hecho, destruyeron.

Esto se resume muy bien en un mapa como el siguiente, donde algo tan sencillo como cambiar el centro de referencia nos hace cambiar nuestra percepción del mundo. ¿Alguna vez os lo habíais planteado así?

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Tras la experiencia, comenzamos a preparar las visitas de otra manera, a observar desde otro punto de vista. No queríamos que nada de lo que habíamos estudiado en historia, arte o filosofía fuese válido aquí, así que nos lo planteamos como un juego de niños, con curiosidad absoluta e infinita. Al fin y al cabo, para eso habíamos ido.

 

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              El misterioso juego de la pelota, Chaak y las iguanas. Mi resumen de Chichén.

 

 

México, el inicio.

Tal día como ayer, hace exactamente un año, aterrizábamos en México con una mochila, poca ropa y muchas ganas. Era el principio de un viaje que no tenía el itinerario fijado, un viaje que sería más intenso y corto de lo que esperábamos, aunque eso, aquel día, todavía no lo sabíamos. Para mí era la primera vez en América, Quique ya había estado antes en Colombia, pero era nuestro primer viaje largo juntos, sin fecha ni billete de vuelta, sin la presión del calendario o del tiempo marcado de unas simples vacaciones. Y ninguno de los dos teníamos ya veinte años.

Pero volvamos al tema. Vamos a intentar contar, en los mismos días pero un año después, nuestro viaje mochilero por un país fascinante y lleno de vida. Seguiremos el recorrido que hicimos, siempre en transporte público, por las ciudades y pueblos que íbamos eligiendo en el mapa, y las zonas arqueológicas visitadas. No seremos pesados con los presupuestos ni las cifras, preferimos hablar de sensaciones, experiencias, de personas y lugares que se cruzaron en nuestro camino y que determinaron de una u otra forma cada decisión tomada, cada visita, cada recuerdo. Vamos a transcribir y poner imagen al diario que fuimos escribiendo durante aquellos meses.

Tras haberlo planeado durante mucho tiempo, y deseado durante años, cogimos un vuelo en Madrid que nos llevaría directos a Cancún, el aeropuerto americano con los vuelos más baratos desde España,y sin hacer escala, aunque no diremos con qué compañía porque no fue una buena experiencia, supongo que es lo que pasa cuando vuelas en líneas low-cost.

 

Habíamos planeado un par de días de playa y tranquilidad antes de empezar a movernos por la península del Yucatán, aprovechando que ya estábamos allí. Y sí, Cancún cumple todos los estereotipos que teníamos de ella: playas increíbles, de arena fina y blanca y aguas cristalinas, pero demasiado calurosas para poder disfrutarlas (la sensación dentro del agua es la de estar bañándote en un tazón de caldo) y mucho turismo de fiesta, todo el del mundo. Aunque eso nos daba igual, nosotros veníamos a disfrutar, a estar en la playa, a descarsar, tumbarnos bajo la sombrilla… y nos quemamos como no lo habíamos hecho en la vida. Nuestra crema solar factor 50 no le hizo ni cosquillas a semejante sol, a pesar de no exponernos directamente. Algo deberíamos haber sospechado cuando vimos a los locales con neoprenos en el agua, y lo confirmamos cuando vimos en el súper las cremas solares mexicanas, con factores rondando el 150. Eso sí, allí aprendimos que existen siete tonos diferentes de azul en el agua del Mar Caribe, ¿los veis?

 

El caso es que en el hostal donde dormíamos conocimos a Ricardo, un jovencito colombiano con el que hicimos migas en seguida, y que nos animó a probar con Couchsurfing. Él había hecho el recorrido que nosotros teníamos previsto hacer (Cancún-Valladolid-Mérida) pero a la inversa, por lo que nos atrevimos a mandar nuestras primeras solicitudes, animados por la recomendación. Una vez resuelto eso, nos centramos en lo que queríamos conocer de México: ruinas mayas y arquitectura colonial.

Valladolid sería nuestro primer destino. Llegamos con un bus de línea regular (sí, los usamos durante todo el viaje, de todas las categorías, y nunca pasó nada) y resultó ser lo que buscábamos: una pequeña y colorida ciudad colonial, que parecía fácil sobre el plano (de las oficinas de turismo mexicanas hablaremos otro día) pero que supuso nuestra primera batalla con las calles numeradas, las paralelas y las perpendiculares. El infierno urbanístico para alguien con tan escasa orientación como yo. Pero Valladolid sería, además, nuestra ciudad base para visitar las principales zonas arqueológicas de la zona: Chichén Itza, Cobá y Ek-Balam.

El primer día que pasamos en Valladolid lo dedicamos a pasear, pues la ciudad, llana en todas sus calles, se deja caminar, encantada de ser contemplada. Se sabe bonita y alegre, sobre todo en su plaza central, el zócalo, y es ciudad turística gracias a su cercanía a ddiferentes ruinas y cenotes, pero de turistas de paso. Pocos hacen noche aquí, por eso, a partir de media tarde, el ritmo se relaja todavía más.

El color. La ciudad sabe que es su gran baza, su punto diferencial, y que, por alguna razón, allí es más intenso, presente en cada fachada, en cada dirección en la que mires.

 

 

   Iglesia de estilo colonial.

 

Incluso tras la tormenta, los colores son lindos. Un chaparrón que nos dejó mojados, pero con una luz preciosa, mucho más de lo que captaba el objetivo de la cámara, a pesar de lo bien que se portaba nuestra pequeña Olympus. Por temas de logística llevábamos la cámara compacta, y no fue tan mal.

 

 

Pronto descubrimos dos imprescindibles en el día a día de la ciudad, casi convertidos en  objetos de culto: las bicicarros y los coches, que aquí llamaríamos clásicos, pero que allí siguen funcionando a la perfección.

 

 

La verdad es que nos costó muy poco dejarnos seducir por la vida del zócalo al caer la tarde, las marquesitas de Valladolid, la fruta helada, las artesanías de verdad, las casas con patio…

 

 

También el chile picante. Que ya sabíamos que existía, y que era frecuente en México, pero no imaginábamos que a semejante nivel: en todas las comidas, EN TODAS, los dulces y la fruta, en la cerveza e incluso en las palomitas de maíz, para ir acostumbrando a los más pequeños a su sabor. Hasta en el champú del pelo. Recuerdo el dia que pedí un helado de fruta y me preguntaron si quería chile… mi respuesta fue «¿por qué?». Ha pasado un año, y sigo sin entenderlo… Eso sí, volvimos con un estómago a prueba de bombas, ja!

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