Nos reponemos pronto del pesimismo que arrastrábamos cuando salimos de Campeche. ¡Estamos en Chiapas! Una región mítica que soñábamos conocer. Por increíble que parezca, el paisaje ya no es el mismo, estamos cerca de la Sierra Lacandona, presente al final de cada calle de la ciudad. Llegamos al hostal tras una noche entera en bus, y tras pasar el único control de policía que veremos en todo México, en el hostal nos dejan hacer entrada a las 7.30 de la mañana, lo que nos permite dormir un rato en la cama antes de salir a caminar por la ciudad… y la vemos pronto, porque Palenque no tiene nada de interesante, más que una avenida donde se concentran todas las oficinas de agencias de viajes que ofrecen las mismas visitas a precios muy parecidos. Nos llama la atención que no vemos a ningún turista por al calle, y es que la moda ahora es alojarse en «eco-cabañas» en la selva, que prometen la experiencia de dormir en plena naturaleza… junto a cientos de turistas que han buscado exactamente lo mismo. Palenque es ciudad de un día para muchos, y nosotros nos planteamos si no nos habremos equivocado al coger tres noches…
Entramos al pequeño puesto de información turística con pocas esperanzas, dadas las experiencias anteriores, pero el hombre que nos atiende resulta ser de bastante ayuda. Conoce bien la zona y responde a nuestras preguntas. Este país no deja de sorprenderme. El objetivo del día es organizar las visitas de las próximas jornadas. La zona está llena de lugares interesantes, pero las rutas guiadas van a un número reducido de enclaves, siempre los mismos, en jornadas maratonianas. No nos interesa. Con lo que nos dan en la oficina volvemos a la habitación, a investigar en internet.
La zona destaca, además de por las ruinas, por sus cascadas. Y de las muchas que hay sólo se ofrecen dos para visitar: Agua Azul y Misol-Há, que curiosamente, están en la carretera que une Palenque con San Cristóbal de las Casas, es decir, en el trayecto de la ruta que hacen todos los turistas. Las desechamos y buscamos otras. Descartamos también las zona arqueológicas de Yaxchilán, Tikal y Bonampark, las famosísismas, las que aparecen en todas las guías… a las que sólo se puede llegar con transporte privado, tour-operador mediante, y jornada (de nuevo) maratoniana de transporte… La norma para el turista en este país. Ya hemos decidido que no entraríamos en ese juego. Así, nos planteamos visitar la ciudad de Ocossingo y las ruinas de Toniná, como alternativa, y comenzamos a buscar alguien que nos aloje por esa zona. El primer día aquí lo vamos a dedicar a preparar nuestra estancia y próximas visitas.
Al día siguiente nuestro único plan es visitar con tranquilidad la zona arqueológica de Palenque, a la que llegamos a primera hora con una combi, que pese a la corta distancia que recorre nos cobra 30 pesos a cada uno. La entrada es mucho más barata que en otras zonas visitadas antes. Vamos mejorando.

Palenque se nos muestra tal y como es, una gran ciudad llena de vestigios. Lo primero que hacemos es entrar en el interior del templo, es la primera vez que tenemos oportunidad de hacer algo semejante. Aquí no hay cuerdas que delimiten el sendero a seguir, ni vigilantes, ni limitaciones. Esto promete. Subimos, bajamos, entramos y salimos de las edificaciones con total libertad por todo el complejo.
Apenas hay un par de grupos pequeños visitando la zona, y son todos mexicanos. Resulta curioso, muchos turistas duermen en la ciudad, pero no visitan la zona arqueológica más cercana, por no entrar dentro de la ruta establecida ni aparecer en las guías.
Lo mejor de Palenque es que conserva algunos restos de estuco recubriendo muros, lo que ayuda a imaginar cómo eran las ciudades antes de que se las tragara la selva. Al acabar, un lindo eco-sendero nos conduce, pasando por una cascada, hasta el museo, pero está cerrado.
Nuestra intención al día siguiente era visitar las cascadas de Roberto Barrios, evitando así las turísticas. Elegimos estas porque hemos leído que son gestionadas directamente por la comunidad local, que controlan el acceso de visitantes para no saturar la zona, quedándose con el dinero de la entrada. Bien. Sólo nos queda buscar el transporte. Ay. Preguntamos en el hostal, donde nos indican un lugar de salidas de combis que no es. Preguntamos varias veces y damos vueltas sin resultado, nadie sabe nada. Nadie va allí ni sabe donde es, hay que joderse. Mosqueados, acabamos en la oficina de turismo regional, preguntando por cualquier otra cascada que visitar, cercana, pues ya nos daba igual y no queríamos perder el día. Tras las indicaciones del chaval (Palenque es el único sitio donde las oficinas de turismo nos han resultado útiles) y varias vueltas más, llegamos a la salida de los colectivos, donde preguntamos a un conductor y resulta que no tiene ni idea de qué cascada le decimos, pero nos indica una combi que tenemos justo en frente y que está a punto de salir hacia… ¡Roberto Barrios! Es de locos y mentalmente agotador, dan ganas de llorar, pero aprovechamos el golpe de suerte y subimos. Vamos a conseguir llegar al lugar que queríamos, sólo nos ha costado tres horas dando vueltas preguntando a todo el mundo.

La combi está llena de lugareños… y un murciano (no, no es un chiste). El viaje es breve, y por un precio asequible nos deja a pie de la entrada a la cascada, donde unos locales han puesto una simple mesa en el camino para cobrar la entrada, 20 pesos. El lugar es maravilloso: caídas de agua cristalina en medio de un bosque selvático, diferente a los que habíamos visto hasta entonces. Nos acompaña un chaval sordomudo pero muy simpático, que se hace entender sin problema y se preocupa de que no tropiece ni me caiga por el camino, hasta llegar a la zona de baño, un remanso de agua dulce y fresca, con un salto de agua para los más valientes.

Al regresar tenemos suerte, pues aunque se suponía que la combi salía a la una, y que hasta las tres no habría otra, allí estaba esperando. Volvemos haciendo fotos al caracol zapatista de la zona. Tenemos intención de visitar alguno cuando lleguemos a Ocossingo, donde hemos encontrado alojamiento de Couchsurfing.