Latinoamérica. Y más en concreto, MesoAmérica. Ese era nuestro principal objetivo en nuestro (primer) gran viaje. Queríamos visitar, recorrer y empaparnos de la historia y arte precolombinos, un mundo totalmente desconocido, pues ni siquiera las facultades españolas en sus clases de arte les dedican tiempo. Civilizaciones estereotipadas por un desconocimiento y un desprecio secular, que se generan cuando eres incapaz de interpretar lo que ven tus ojos, tal vez porque siquiera alcanzas a comprenderlo. Astronomía, urbanismo, orfebrería, arquitectura, matemáticas… mil y un aspectos de diferentes pueblos y civilizaciones. Todo un mundo, literalmente, por descubrir. Como era demasiado ambicioso, redujimos nuestro viaje a una parte de la Ruta Maya.
Vamos a intentar no aburrir con descripciones arqueológicas detalladas, pues eso se puede consultar en otros sitios. Queremos hablar de impresiones, de cómo nos sentíamos ante cada cuidad visitada, de la curiosidad con la que intentábamos descifrar su lenguaje estético (tan diferente del occidental europeo). Y claro, habiendo entrado por Cancún, y dada la ruta elegida, hacia Mérida, nuestra primera parada era Chichén Itza. Aunque sabíamos que era el lugar más turístico, fue mucho peor de lo que esperábamos, y no sólo por el calor y la gente, que también. Chichén, Nueva Maravilla del Mundo, un lugar mágico, increíble, y… bla, bla, bla.
Es curioso el tema de los recuerdos y la memoria. Al escribir, más o menos un año después, no recuerdo lo mal que me encontraba (tenía fiebre aquel día) ni lo cabreada que estaba por sentirme explotada a cada paso (bus, entrada, etc). Tampoco recuerdo el calor o la humedad irrespirable, ni los mosquitos. No. Recuerdo que era un lugar que hacía mucho, mucho tiempo queríamos visitar y aunque nos decepcionó un poco, seguía siendo la primera ciudad mesoamericana que visitábamos y, pese a todo, queremos decir que no estuvo tan mal. Contradicción pura y dura desde el minuto uno.
La gran pirámide de Kukulcán, la joya de Chichén Itza, desde la sombra de un árbol.
Era nuestro primer sitio arqueológico mexicano. Nos informamos, y mucho, para evitar el bus turístico que, por un precio nada módico (entre 40 y 60 dólares o euros, según la empresa) te llevaba hasta la puerta. Nos costó, pero lo encontramos. Nadie nos daba alternativa a los autobuses de las agencias de viajes y tour-operadores, nos decían que era imposible en la Oficina de Turismo, pero entonces Quique preguntó «¿y cómo llegan cada día los trabajadores?». Y así lo encontramos. Un simple bus de línea regular de ADO nos acercaba hasta el pueblo en el que se encuentran las ruinas, y de allí, caminando, en apenas cinco minutos, nos plantamos en la puerta de la zona arqueológica más famosa del país cuando aún despuntaba el alba y desayunamos en las taquillas mientras los trabajadores iban llegando. Comprobamos que como extranjeros íbamos a pagar siempre la entrada más cara: 168 pesos mexicanos en este caso (no es como en Egipto, donde el carnet de estudiante implica un 50% de descuento, o Grecia, donde entras gratis con el mismo documento). Aquí se paga, y no poco, puesto que, además, son tres entradas, una para cada organismo que interviene: INAH, Gobierno regional y local. De hecho, es el yacimiento más caro de todos los que visitamos. Para eso es el más turístico y para eso somos turistas, ¿no?
Además, con la excusa de que un turista se cayó desde lo alto de la pirámide principal hacía ya algún tiempo (nadie acertaba a decirte con exactitud cuándo ocurrió), todos los edificios estaban cerrados y era imposible acercarse o acceder a ellos, así que la visita se resume en un paseo de sombra en sombra (escasas, por cierto), viendo las construcciones desde la lejanía. Gracias a eso, en este post no encontraréis fotos maravillosas hechas desde la altura, del interior de los recintos, ni siquiera buenas fotos (pues no llevábamos la reflex). Se hizo lo que se pudo.
Al entrar sólo estaban los limpiadores, con machetes, repasando la escalinata.
Así que entramos a las 8, los primeros, disfrutando del primer rato de sol y del silencio de la zona. Los puestos de artesanía no estaban siquiera montados y los vendedores nos miraban con cara rara, extrañados de ver a alguien tan pronto por ahí. Así descubrimos que muchos de ellos acampan y duermen allí, casi se podría decir que algunos viven en el interior de la zona. El sol todavía no era molesto y no había gente paseando. Reconocemos que, en ese momento, la gran pirámide nos impresionó, pese a ser menor que otro templos conocidos, como las pirámides de Giza. Pero cómo no iba a hacerlo. Con escalinatas monumentales en sus cuatro lados (de momento es la única de esta tipología, con 91 escalones cada una, sumando 364, más la plataforma superior, 365, es decir, los días del año actual), serpientes de piedra en cada una de ellas y, sobre todo, unas cuantas leyendas labradas sobre sus espaldas. La rodeamos tranquilamente, con la pena de no poder subir a ella, así que nos dirigimos a zonas como el Templo de los Guerreros o la de las Mil Columnas.
Así estaba, a primera hora. Solitos.
Aunque debe ser la zona en peor estado de conservación del recinto, su amplitud da una idea de lo que debió ser la ciudad. Y como siempre, hay que usar (mucho) la imaginación para visualizarlo en pie, ornamentado con esculturas y pintado con llamativa policromía. Los escuetos paneles de cada recinto, por cierto, tampoco eran de gran ayuda.
La zona de las Monjas era una pequeña plaza entre edificaciones discretas, pero llenas de simbología en sus fachadas. Al tratarse de edificios menores, pudimos apreciar mejor la decoración, y empezamos a advertir la presencia del omnipresente Chaak (sí, ese que parece Bob Esponja) y el meticuloso y geométrico trabajo de la piedra.
Area de las Monjas.
Aunque sin duda, nuestra parte favorita fue la del Observatorio «El Caracol» (llamado así por la escalera interior de acceso a la cúpula). Semejante infraestructura sólo es posible si para un pueblo es de vital importancia un estudio muy profundo e importante del cielo, hasta el punto de adquirir un dominio de la astronomía y del calendario que ha hecho famosos a los mayas por su exactitud y amplitud, abarcando periodos de miles de años.
La leyenda dice que la plataforma de los cráneos debe su nombre a ser el lugar donde se depositaban las cabezas de los jugadores de pelota, aunque no quedaba muy claro si las de los perdedores (como castigo), o de los vencedores (para su inmortalidad). De hecho, en el tema del juego de pelota no hay nada claro, y escuchamos tantas versiones diferentes como guías pasaron por delante de nosotros. La única afirmación segura es que cuando llegaron los españoles a América ya no se jugaba, los mayas estaban en decadencia y los conquistadores poco pudieron conocer de las costumbres locales.
Las calaveras siguen estando muy presentes en la simbología mexicana del día de muertos.
Cuando regresábamos de nuestro paseo de la periferia, la plaza central, la que alberga la gran pirámide, ya no estaba tan tranquila…
Dos horas de diferencia, y … voilá!
Nos quedaba por visitar la zona del cenote sagrado, supuesto punto de origen de la ciudad, y para ello teníamos que cruzar buena parte de la zona arqueológica, curiosamente, la única llena de sombra, y donde se acumulaban los puestos de venta…
Este era el recorrido entre monumento y monumento. No, gracias, no quiero» artesanía».
El cenote sagrado.
Y es que Chichen Itza, «la tierra de los Itzáes», es una zona arqueológica reconvertida en parque temático para turistas, que a miles diarios, recorren sus calles y explanadas despejadas de vegetación, bajo un sol de justicia, sorteando decenas de vendedores de artesanía, tras haber pagado la entrada más cara de todo México. Así que cuando apenas llevábamos una hora, aquello empezó a llenarse de grupos apresurados y ruidosos, que daban palmadas como monos para comprobar la estupenda acústica del lugar y escuchar, con su eco, el canto del quetzal, que se hacían fotos de ante la pirámide y escuchaban las explicaciones con cara de indiferencia absoluta, deseando que terminaran para volver al «shuttle» (furgoneta de transporte privada) y su magnífico aire acondicionado.
Lo curioso de aquel día es que apenas aprendimos nada de arqueología maya, pero sí algo fundamental que nos ayudaría durante todo el viaje: nuestros referentes estéticos, históricos y culturales no servían de nada si queríamos abrirnos y aprender. Como ejemplo significativo, cualquier referencia o similitud estética con algo conocido que encontramos era más bien asiática. Esto suponía tres cosas que, aunque evidentes, muchas veces no nos planteamos: una, que América era ya conocida y estaba conquistada antes de que llegaran Colón o los vikingos desde Europa, dos, que sus lazos comerciales y culturales con imperios orientales eran muy frecuentes, a pesar de lo que suponemos desde Europa y que influyeron en sus sociedades, y tres, que Europa no es el ombligo del mundo. Como siempre hemos estudiado con los mismos mapas y la historia del mundo la hemos escrito desde nuestro discurso y con nuestras referencias, nuestro cerebro olvida que la Tierra es redonda, que como tal, no tiene principio ni fin y que, por tanto, otras rutas y la existencia de otras civilizaciones tan avanzadas como las nuestras fueron posibles, aunque no dejaran registros escritos, o no sepamos descifrarlos. Los textos de los conquistadores hablando despectivamente de los nativos americanos también acentuaron esta percepción, al ser incapaces de valorar las sociedades que iban a destruir, y que, de hecho, destruyeron.
Esto se resume muy bien en un mapa como el siguiente, donde algo tan sencillo como cambiar el centro de referencia nos hace cambiar nuestra percepción del mundo. ¿Alguna vez os lo habíais planteado así?
Tras la experiencia, comenzamos a preparar las visitas de otra manera, a observar desde otro punto de vista. No queríamos que nada de lo que habíamos estudiado en historia, arte o filosofía fuese válido aquí, así que nos lo planteamos como un juego de niños, con curiosidad absoluta e infinita. Al fin y al cabo, para eso habíamos ido.
El misterioso juego de la pelota, Chaak y las iguanas. Mi resumen de Chichén.