Cuando un viajero se enfrenta a ciudades conocidísimas, capitales «que hay que visitar» y lugares «que no te debes perder» tiene dos opciones, o sigue la guía de imperdibles a rajatabla, o se relaja y, pasando de todo, intenta disfrutar del lugar, conocerlo a fondo, salirse de lo establecido. Y así nos lo planteamos con Lisboa, la capital europea más decandente y encantadora. La capital de ese país vecino e injustamente ignorado, Portugal.
Un vuelo barato desde Barcelona, en septiembre de 2014, y un sencillo hotel en un barrio normal, fuera de las aglomeraciones y de lo turístico, fueron una buena elección: estábamos a 20 minutos de paseo del centro, desayunando en un bar de barrio, de los de toda la vida, donde se conocen los parroquianos. Además, tenían los mejores pastelitos de Belem que probamos, y por mucho menos que en las pastelerías. Y el café.. ummm el café… Nos encanta, y en Portugal saben cómo hacerlo. La verdad es que comimos bastante bien, y no teníamos que buscar mucho para encontrar precios ajustados. Cascos de batata, Bacalao a bras, pescado y marisco, buena repostería… Unos platos que, vistas las imágenes al tiempo, seguimos sin creernos que entraran en nuestro presupuesto.
Por algún motivo, siempre que te sentabas en una mesa sabías que ibas a comer bien, y así era. Tal vez fuese la confianza que te dan los lisboetas, gente tranquila, sencilla, noble. Amables con el visitante, pese a que el centro estaba atestado de gente aquella semana, nadie tenía una mala cara o mal gesto. Les gusta su ciudad, se sienten orgullosos de ella, y les encanta que la visiten. Y con razón.
Si hay algo que marque la vida de la ciudad, es el tranvía. El más conocido es el 28, por hacer un buen recorrido turístico por los barrios más altos (Lisboa, como Roma, se levanta sobre diferentes colinas) y algunos de los lugares más visitados. Siempre es una buena idea subirse, y eso mismo piensan todos los turistas que hacen largas colas cada día para subir a un tranvía lleno y hacer fotos borrosas. Si quieres un consejo, coge el último tranvía del día, poco antes de las 22.00h. Irás prácticamente solo, la ciudad de noche es preciosa, y disfrutarás del trayecto (2,85 euros).
Lisboa es decadente, si. Pero muy fotogénica. Es una belleza triste y serena. Mil detalles en los que deleitarse con la cámara. Y sus azulejos… Nunca te habías percatado de su discreta belleza, hasta que vas a Lisboa, y aprecias el trabajo que conllevan, las técnicas, el hacerlos uno a uno…
Lisboa suele estar abarrotada de gente, pero, por fortuna, sigue teniendo millones de rincones por los que poder escaparte y disfrutar de ella casi en solitario. Habrá segunda parte.
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