Unos días por Normandía

Me gustan los territorios que tienen personalidad propia, pero me gustan aún más los que han sido tierra de paso o frontera, y han quedado marcados con vestigios y actitudes reconocibles de otras zonas, que son como hilos de los que ir tirando y descubrir una red invisible que los une, como un árbol genealógico donde se cruzan familias y donde la «pureza», lejos de ser virtud, es anómala.

Normandía fue bautizada por los bretones como la «tierra de los hombres del norte», que era como se conocía a los vikingos y que poblaron esas tierras durante años, aunque hoy apenas quede rastro de ellos. Y fue un normando, Guillermo, quien se coronaría rey de Inglaterra, dinastía que estaría durante generaciones en el trono de la isla, influyendo en su lengua y cultura (el estilo románico, nacido en Francia para toda Europa, se conoce allí como «normand«) y dejando con su linaje personajes para la historia como Ricardo Corazón de León. Su rico y variado patrimonio, junto con sus paisajes, fueron bien conocidos por J.R.R. Tolkien, no hay más que ver una casa de arquitectura tradicional normanda para recordar escenarios de El Señor de los Anillos…

 

Pero si por un hecho histórico se conoce esta región es por el desembarco de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, operación que marcaría no sólo este territorio, sino al país entero, como una cicatriz siempre presente, un eterno agradecimiento, a veces exagerado, por una «salvación» que costaría muy cara, en muertos y destrucción. Sería, precisamente, durante ese último año de guerra, cuando los bombardeos y ataques destruirían pueblos enteros, después reconstruidos con esmero, pero ya sin los materiales tradicionales, piedra y madera. Son pueblos con vida, sí, pero sin alma. Es curioso porque nunca antes nos habíamos planteado hasta qué punto la historia y devenir de la gente marcaba su impronta en las calles y fachadas de las localidades, otorgándoles una personalidad propia, que en estos casos se perdería para siempre. A veces, las calles, sencillamente parecen decorados de cine o las gárgolas de las catedrales pasan de ser animales mitológicos a tipos con chistera, como ocurre en Arromanches.

 

Del patrimonio cultural se salvarían muy pocos monumentos y ciudades, entre las que destacan Rouen y  Bayeux, con su maravillosa catedral de estilo gótico normando, un estilo propio dentro del mismísimo gótico francés. Aunque últimamente ya me canso de ver catedrales, y en ocasiones ni entro en ellas, reconozco que en esta fue diferente, resulta sobrecogedora. Una arquitectura fina, estilizada, ligera… un gótico elegante. Y además, bajo la nave principal, una cripta románica con sus frescos intactos . Lo dicho, una verdadera joya.

 

Pero si algo nos ha llamado la atención de Normandía han sido sus inmensas playas. La  longitud de las costas bañadas por el Canal de La Mancha atrajeron a pintores impresionistas como Gauguin, que se trasladaba desde París hasta la costa normanda para pintar su luz a finales del siglo XIX, cuando se ponían de moda los baños. Pero también fueron elegidas por su estratégica largura para operaciones militares y fue esto, paradójicamente, lo que las salvó. Muchas de ellas, tras el fin de la guerra, nunca volvieron a usarse para recreo, lo que ha permitido que lleguen hasta nuestros días intactas, protegidas por su valor natural, conservando sus dunas y vegetación propias, al evitar el desarrollo turístico de la segunda mitad de siglo. Algunas, como mucho, presentan hileras de encantadoras casitas de baño de madera.

 

Pero no todo son kilómetros de arena. También hay acantilados de piedra caliza, bordeados por carreteras sólo aptas para los amantes de la conducción que pasan por un interminable número de pueblecitos de pescadores.

 

Lo mejor de tomar estas carreteras, minoritarias y tranquilas, es la oportunidad de descubrir los lugares más auténticos, los pueblos más genuinos, donde no haya autobuses haciendo cola para comer marisco; o las playas donde los vecinos practican algún deporte lejos de los turistas que buscan las huellas del desembarco.

 

Y al final de su costa, casi llegando a la punta de la península de Connetin, nos esperaban dos fortificaciones militares, ubicada una frente a la otra, la primera en la costa, la segunda en una isla, declaradas Patrimonio de la Humanidad, ambas en el término de Saint Vaaste la Hougue, aunque nosotros sólo pudimos visitar la peninsular.

fuerte de la Hougue

 

Y efectivamente, hemos hecho un post de Normandía sin citar el Mont Saint-Michel, porque ya te contamos en la anterior entrada las razones por las que no lo visitamos, pues Normandía es mucho más que ese monumento y merece ser descubierta.

Mirador Bahia Saint Michel

Aunque sea omnipresente.

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