Lisboa está hecha para perderse por sus calles con un buen par de zapatillas y la cámara de fotos, y dejarse llevar. Para nosotros fue un viaje de sentimientos encontrados, tal vez las expectativas eran demasiado altas, tal vez hacía demasiado calor y había demasiada gente… Pero al volver a ver las fotos recordamos el encanto de sus detalles. No tenemos una sola deficinión: es decadente, pero tiene vida; es luminosa y sucia a la vez; es piedra gris y azulejo esmaltado, es comida tradicional y vegana; es un montón de lugares turísticos que decidimos no visitar, y otro montón de lugares desconocidos que nos fascinaron… Eso sí, es una de las ciudades más bonitas para hacer fotos que hemos encontrado, tiene una luz y un encanto especial.
Chiado y el Barrio Alto, con sus cuestas, os regalarán los mayores paseos, y las mejores vistas de la ciudad. Son los barrios más alternativos, los que aúnan tradición y modernidad, los que miran desde lo alto de las colinas a la ampliación moderna de la capital. Imprescindible es, al menos, ver un atardecer desde ellos.
Y, por supuesto, el centro. La Rua Augusta es la calle principal, la que entra a la Plaza del Comercio por el Arco del Triunfo. De día estará llena de turistas, pero por la noche es una maravilla.
Sólo os haremos dos sugerencias, dos descubrimientos que hicimos de casualidad y que resultaron ser lo mejor que encontramos. Fuera de casi todas las guías y planos. El Museo del Diseño y de la Moda (MUDE) que a pesar de su estrambótica fachada pasa desapercibido en la mismísima Rua Augusta, muy cerca del Arco de Triunfo, y la tienda más bonita que hayamos visto nunca, A Vida Portuguesa.
La entrada al museo era gratuita, con seis plantas de exposiciones de lo más variado y variopinto, y la tienda es otro museo en sí, en el que las dependientas están más que acostumbradas a que la gente sólo entre a ver y hacer fotos, por lo que fueron amabilísimas (y casi se extrañaron) cuando nos vieron comprar algo. Puedes estar horas en ambos lugares, disfrutando, sin que nadie te moleste en absoluto.
Y no. No visitamos los Jerónimos (casi dos horas de fila) ni compramos pastelitos en la pastelería de Belem (otra buena espera). Tampoco recomendaríamos ir a Sintra, ni pagar por entrar en la Torre de Belem, el interior, para nosotros, no merece la pena. Pero sí que la merece ir hasta Belem, sentarse cuando cae la tarde y desaparecen los turistas y novios que se hacen fotos por allí, y ver atardecer desde este lado del mundo, hacia el inmenso océano Atlántico, con la presencia del monumento a los descubridores del nuevo mundo.
Con el vértigo que supone asomarse a lo desconocido, atreverse a ir hasta los confines del mundo, soñar con qué puede haber más allá del horizonte… Tal vez ese dia empezamos a soñar con Latinoamérica, pero esa es otra historia.
Precioso el post y las fotos increíbles. ¡Vaya viajes chulos Gemma!
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Pues tu blog es uno de los que leía antes de animarme con este. Y tengo que probar vuestras velas cuando vuelva…
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