Economía social aplicada a los viajes

Si has llegado hasta este post pensando que viajar usando la «economía social» es alquilar un piso en Airbnb, hacer una visita guiada pirata con «voluntarios locales» o pillar un taxi de Uber, sentimos decirte que no, nada de eso encaja aquí. El turismo o viaje alternativo no es ilegal, sino todo lo contrario.

Porque como bien dicen nuestros queridos Econoplastas: «Economía eres tú». Y la gente es, sin duda, el mejor valor añadido de cualquier lugar. Porque ya no queremos sólo viajes, sino que buscamos experiencias. Quieres conocer de verdad el lugar al que vas. Tienes curiosidad por su modo de vida, religión o cultura. Quieres ver una fiesta o evento, disfrutar de su patrimonio e historia. Probar su gastronomía y bebidas, únicas por la tierra que las produce y los vientos que las mecen. Pero, sobre todo, quieres sentirte uno más, que no te traten como a cualquier turista, que no te engañen, que te dejen adentrarte y formar parte de su sociedad. Si has hecho turismo y ya estás en este punto, amigo, eres un viajero. No se trata de una relación comercial, con dinero de por medio a cambio de un servicio, es un intercambio de valores entre personas que desean conocerse para comprender el mundo que comparten. Te ha picado el «bicho».

En realidad, es una evolución que se hace poco a poco, un pequeño cambio en cada viaje, desde el circuito tradicional organizado, que te sabe a poco y no sabes por qué, hasta acabar con una mochila durmiendo en cualquier lugar que antes te habría parecido inimaginable, hay un proceso de curiosidad y humanismo que te hace alejarte de hoteles y muchedumbres para cercarte a sensaciones, olores y sabores.

El mejor lugar para tomar el pulso a un lugar son sus mercados. Y no nos referimos a esos mercados que han acabado siendo una caricatura de sí mismos, por venderse al turista pagando el precio de la personalidad, como la Boquería de Barcelona, el Naschmarkt de Viena o el mercado da Ribeira lisboeta. Nos referimos a los mercados a los que van a comprar los vecinos del barrio, las ancianas con sus carritos, donde venden otros vecinos, productores, venidos de los pueblos cercanos. Donde los precios son normales y el trato excepcional, y no al contrario.

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El productor local. El que muchas veces no sabe de redes sociales, ni marketing on-line ni nada más que no sea su trabajo, su producto, la materia prima y otro tipo de consumo. Es el que resume una historia para que tú te lo lleves a la boca, tal y como lo cuenta nuestra amiga Eli en su blog Tentaciones en la mesa. Su mérito es convertir un estilo de vida, una zona o cultura en algo material, un producto tangible. Algo que cuando lo saborees te evocará, siempre, ese lugar.

El transporte. Nosotros somos muy fans del tren, e intentamos usar cada vez menos el avión, por ecología y por salud mental. El avión tiene un gran inconveniente: los aeropuertos. Horarios, retrasos, embarques, pérdidas de equipaje, medidas de seguridad absurdas… un tormento que te puede amargar el viaje. Pero el tren no. Te puedes mover por Europa en tren, económicamente si sabes buscar ofertas y descuentos. Las estaciones no están a decenas de km de las ciudades, sino que normalmente puedes parar en el centro de las mismas. Te puedes mover por pueblos pequeños y conocer otros lugares, más allá de las grandes ciudades, incluso puedes hacer rutas por capitales/países cercanos, como hicimos nosotros en Viena y Bratislava, en Madrid y Alcalá de Henares o recorriendo la isla de Cerdeña. Además, la gente no está tan estresada y paranoica como los viajeros del avión, por lo que es mucho más fácil hablar con ellos.

Compartir coche es otra opción. Conocido es BlablaCar, aunque tiene sus ventajas y desventajas: pierdes mucho tiempo contactando con la gente, deben quedar muy claras las normas durante el viaje, el punto de recogida y llegada, etc. El autostop, que en España está tan mal visto, es muy habitual en otros países europeos, sobre todo en las ciudades con estudiantes los viernes y domingos. Aunque lo que te ahorras en el viaje lo inviertes en tiempo, eso sí.

Si aún así quieres ir más allá, el Camino de Santiago es el ejemplo paradigmático de que con tus pies puedes llegar a cualquier lugar. A partir de ahí, pagar por moverte es decisión tuya. La bicicleta es otra opción, para ir más rápido y no cargar el peso en la espalda, como hicieron Adrián y Ana para recorrer todo el continente americano, donde nos conocimos. Una experiencia que cuentan en su blog, Viajando a full.

Crea tu propia ruta. ¿Volar a la otra punta del mundo para hacer lo mismo que en casa: ir de compras, tomar el sol o comer paella? ¿En serio? Somos tan defensores de irte a Australia a conocer aborígenes, como de visitar el pueblo de al lado para ver su iglesia. Cada lugar tiene su propio motivo. Globalizar los destinos para encontrar un Mcdonalds y Starbucks en todo el mundo es lo peor que nos ha podido pasar. Valorar lo único y lo especial de cada lugar y su gente. Esa es la razón de viajar. Puedes seguir las recomendaciones de una guía, si te sientes más seguro, pero llevar una lista de lugares para visitar sólo conseguirá estresarte por cumplir horarios y no disfrutarlos. Relájate e improvisa. Pregunta. Al camarero, al del hostal, al conductor del autobús o a cualquiera, qué hacen ellos en su tiempo libre, y descubrirás calas escondidas, bares auténticos y a precios populares o rincones olvidados, que harán de tu viaje algo más auténtico, y sin masificar.

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Comparte. Por ti y por todos. Viajar en grupo es más barato. Eso no significa que tengas que ir con las mismas personas durante todas las vacaciones, pero sí que es interesante buscar gente para compartir transporte o entrar a los monumentos. Lo mismo ocurre si decides dormir en albergues. Lo más caro, siempre, es pagar un servicio para una persona sola.

Come local. Comer en los establecimientos donde lo hacen los lugareños es lo más inteligente, y barato. Pregúntales, o sigue su ejemplo, y disfruta de la gastronomía y productos locales, de la conversación de los parroquianos, de sus sugerencias… Relaciónate.

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Alojamiento. No todo se paga con dinero, ni siquiera el alojamiento. Tu conversación, buena mano en la cocina o curiosidad  y ganas de aprender pueden ser moneda de cambio.

Para nosotros, Couchsurfing ha sido el mayor descubrimiento. Gracias a ello vivimos la noche de muertos en México, y comprendimos su profundo significado; descubrimos la cara más bella de Oaxaca; el cenote más tranquilo del Yucatán o los museos de Tuxla, gracias a quienes nos acogieron y aconsejaron. También, gracias a Couchsurfing estuvimos viviendo seis meses en la bretaña francesa, con unos estupendos anfitriones.

Hay otras opciones, como Workaway, trabajo en un proyecto concreto a cambio de alojamiento y comida; WOOFING, una variante de la anterior, pero trabajando exclusivamente en granjas orgánicas; campos de trabajo (naturaleza, arqueología, etc).Y la filosofía que resume todo lo visto en este post en un sólo concepto: furgonetear. Viajar sin depender de otros, dormir dónde y como quieras, llegar a lugares que de otra forma son inaccesibles… Cada vez tiene más adeptos, y no es de extrañar. Otro día os contamos nuestra experiencia con este tema.

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